miércoles, 13 de enero de 2016

Capítulo 4: El Palacio de las Letras (Gabrielle)

Miré de reojo a Felicia, mi dama de compañía, que me sonreía animosamente. Para ella esto era sencillo, me acercaba allí y decía unas palabras para empezar el nuevo año en el Palacio de las Letras. Para mÍ era dar un discurso delante de todo un país. Lo había hecho muchas veces a lo largo de los años, con 17 era la representante de todo el país del Papel. Me eligieron hace dos, al haber alcanzado la nota más alta en el examen de admisión al Palacio de las Letras en los últimos 100 años, desde el Acuerdo Puro. Aquel que decía que ninguno de nosotros podía tener contacto con la Fragua, reino de bárbaros ignorantes
Subí a la tarima deseando no tropezarme, cosa que acabé haciendo en el último escalón. Intenté no volver a mirar a Felicia pues sabía que a pesar de que ella era igual que yo, se reiría de mí por caerme.
-País del Papel, un nuevo año empieza en el Palacio de las letras. Es un orgullo decir que los mejores y más brillantes alumnos han entrando en el Palacio. El Guardián de Llaves, Resnt, ha decidido que este año la edad mínima para hacer el examen de admisión fuera 14 años, por lo tanto tendremos más alumnos este curso. Por favor seguir con vuestros quehaceres.
Miré a la multitud de hombres y mujeres que me miraba desde los Jardines. En el País del Papel había tan solo una ciudad, Navat, una ciudad cuya mayor ambición era entrar en el Palacio. Y toda aquella ciudad de eruditos juzgaba en ese momento mis palabras, casi podía ver cómo sus mentes trataban de decidir si mi discurso era demasiado largo o corto, seco o demasiado adornado.
La presión llenó por completo todos mis pensamientos, pero esbocé mi mejor sonrisa e intenté que no se notara mi sufrimiento.
Bajé la tarima con mucha pausa deseando no volver a tropezar. No tuve tanta suerte.
-Lo has hecho muy bien Gabrielle, ya te dije que ese tono de blanco es tu color -dijo Felicia cuando llegue hasta donde se encontraba.
-Ja ja ja, muy graciosa, ya sabes que vestir de blanco es una obligación. Representa mi rango -dije poniendo los ojos en blanco. Felicia era mi mejor amiga, pero podía ser molesta como ella sola.
-Sí, lo sé, resulta que no eres la única que aprobó el examen de admisión con una notaza -dijo ella agarrándome del brazo y tirando de mí-. Tenemos Álgebra y luego Cidén, el antiguo idioma de los habitantes del Papel, con el profesor Darién. Ese hombre es tan completa y absolutamente aburrido que hasta él se duerme en su clase -dijo Felicia moviendo con desaprobación la  cabeza y haciendo que sus rizos dorados se movieran con ella.
-Qué graciosa. Solo trato de ser una buena dama de compañia como siempre.-dijo sacándome la lengua
Fuimos a los jardines, una extensión de verde con alguna mancha azulada causa de los lagos. Llegamos hasta la Entrada una puerta de cristal en la  que, si te fijabas bien, se leían nombres. Era tradición en el reino del Papel escribir, el nombre de tu hijo o de tu hija, cuando este nacía, en la Entrada. Al haber pasado ya casi tres siglos desde el comienzo de esa tradición, la puerta no era más que un manchurrón de tinta de colores, que le daba un aire de lo más alegre comparado con las paredes lisas y blancas del resto del Palacio.
-Gabrielle, ¿te acuerdas de que te dije Álgebra con Darién? Bien, pues acaban de cambiarnos a Historia con la señora Adelaila -dijo ella mirando el folio donde estaban apuntadas nuestras clases.
Se podría decir que el Palacio de las Letras era un instituto cualquiera, con grandes diferencias. No se podía entrar sin ir vestido de etiqueta, ni sin haber aprobado el difícil examen de admisión, lo cual hacía que solo hubiera unos 50 estudiantes en todo el Palacio.
-¿Este año nos toca con Adelaila? Me alegro, es una profesora fantástica -contesté yo.
Felicia y yo nos dirigimos presurosas al aula de Historia, un nuevo curso empezaba en el Palacio de las Letras. Y comenzó como siempre, para acabar como nunca.

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