miércoles, 24 de febrero de 2016

Capítulo 10: Planes de venganza (Gabrielle)

-Entonces, lo que quieres es que un chico muy sexy que te ha salvado la vida venga aquí, se ponga de rodillas, y te pida perdón por dejarte en evidencia delante de todo el Congreso de Líderes, porque, según tú, el rescatarte te hizo parecer débil ante sus ojos, ¿no? -dijo Felicia recostándose en la cama de mi nueva habitación. La otra seguía estando en reconstrucción.
-Si lo dices así suena como si yo no tuviera razón, pero yo no he dicho nada de que tenga que ponerse de rodillas -dije tumbándome con ella.
-Tú solo quieres que se arrodille cuando te vaya a pedir matrimonio, ¿verdad, Elle? -dijo Felicia soltando una carcajada. 
-¡Feli! No digas tonterías, no me gusta -dije enfurruñándome de broma.
-¡Oooh, vamos! Admítelo Suma Gobernadora del Papel, no es usted más que una adolescente con las hormonas tan alteradas como yo -dijo Felicia sentándose de nuevo.
-No es cierto, yo no estoy tan alterada como tu. Es más, empiezo a creer que estar más alterada que tú es imposible. ¿Qué fue de aquel guardia tan mono que decías que iba a ser el padre de tus hijos? -pregunté abrazando a una de las almohadas.
-¿Ese guardia? ¿No te conté que besaba fatal? -ella arrugó la nariz en un gesto de asco para luego sonreír de forma adorable-. Ahora tengo los ojos puestos en ese bombón de las Cumbres de Cristal. Trent. Es tan… Si yo fuera tú, le haría de todo en la sala del Congreso.
Felicia se mordió el labio y agito la cabeza haciendo que su pelo rubio se agitara en un descontrol.
-¡Feli! Tienes demasiados pensamientos... sexis -dije riéndome de la cara de mi amiga.
-¿Pensamientos sexis? La gente normal lo llama mente sucia, nena -dijo ella levantándose de mi cama.
-Bueno, “pensamientos sexis” sonaba mejor en mi mente -contesté levantándome, también.
-¿Cuándo empieza la reunión? -dijo  Felicia mientras comenzaba a rebuscar en mi armario.
-Dentro de media hora. ¿Sabes que serán catorce esta vez? Todos los líderes quieren saber si sé soportar tanta presión. A veces pienso que no soy capaz, Feli. ¿Qué hago si tengo que enfrentarme a un pueblo en guerra? -dije extasiada mientras Felicia me pasaba un vestido blanco con una cola de encaje.
-Elle, nena, ya sabes que esos viejos rechonchos te tienen un miedo que no se lo creen. Pero a la vez, te adoran. Les haces todo el trabajo duro. El País del Papel en general te ama. Y eso que no saben ni la mitad de lo que haces por ellos… -Felicia me arrastró hasta el vestidor y esperó fuera mientras yo me cambiaba-. Ese vestido es precioso, deslumbrará hasta a tu chico nuevo.
-Ja, ja, ja. ¿Me queda bien? -pregunté saliendo del vestidor y posando para Felicia que estaba trenzando su pelo ante mi espejo.
-Sí, estás preciosa. ¿Me consigues una cita con Trent? -dijo Felicia tocando mi pelo.
-¿Qué? -pregunté girando la cabeza en su dirección. 
-Nada, una broma. Pero… Si quieres… Nadie te lo prohíbe -dijo Felicia mientras me sacaba la lengua con diversión.
-Me voy, puedes ir a hablar con Trent si quieres, nadie te lo prohíbe -dije guiñandole un ojo y saliendo de la habitación.
Los pasillos del Palacio de las Letras parecían casi infinitos. De un blanco pulcro y sin errores, el mármol del suelo era sin duda una de las grandes razones por las que los  habitantes de Navat nos pasamos la vida tirados en el suelo. Definitivamente resbaladizo.
-¿Gabrielle? -una mano me tocó el hombro por detrás y yo pegué un pequeño bote de susto.
-¿Sí? -me giré para ver directamente los ojos de Evan que me miraban con diversión. ¿Por qué tenía que hacer tonterías con él delante?
-¿Estás bien? Quería haber ido a verte pero me dijeron que no querías mi compañía -dijo él mirándome con curiosidad. De repente una sonrisa ladeada apareció en su rostro y yo puedo jurar que me quedé sin respiración durante unos segundos.
-¿Qué? No. Podrías haber ido cuando quisieras, de verdad. Gra-gracias, por ayudarme el otro día. Me encuentro muy bien. Solo tengo un pequeño chichón en la frente. Nada que no se pueda arreglar con maquillaje -dije.
Dio unos pasos hasta mí, apartó el poco pelo que me caía por la frente y acarició el lugar donde me había dado el golpe. Cerré los ojos y me acerque más a él. 
-¿No te duele? -susurró. 
Negué lentamente con la cabeza. Probablemente era terriblemente incorrecta su proximidad, sin embargo, me parecía casi necesario. Como si efectivamente su tacto hubiera eliminado de golpe todas mis preocupaciones. Como si me mejorara, como si me convirtiera en alguien mejor. Su mano dejó de tocarme, sin embargo su proximidad iba en aumento. Cogió mi mano y se la acercó a los labios, durante unos segundos los mantuvo en la palma de mi mano y luego me dio un pequeño beso en la punta de los dedos. Sentí su respiración cálida y tan alterada como estaba la mía, intenté no pensar en lo cerca que estaba de mí.  Suspiré y de repente me acordé de dónde nos encontrábamos.
-Mmm, ¿me disculpas? He de ir a una reunión -dije separándome bruscamente de él. Volví a bajar a la tierra. Ni yo era mejor por tenerlo cerca, ni necesitaba que sus labios volvieran a tocarme.
-Cla… Claro… Perdona, yo también he de irme -dijo Evan rascándose la nuca.
Salí prácticamente corriendo hacia la gran sala donde me reuniría con los Consejeros. Sentí mis mejillas arder. ¿Qué demonios acababa de pasar? Sin duda algo que yo quería que volviera a suceder.
-¿Señorita Gabrielle? -dijo Rando, un hombre mayor con aires de grandeza al que le gustaba hacérmelo pasar mal.
-Disculpen la tardanza, me he entretenido por el pasillo.
“Y de qué manera…” pensé.
-¿Entreteniéndose? Las reuniones son más importantes de lo que usted se cree, señorita -dijo Adela, consejera y profesora del Palacio de las Letras.
-Yo… Dejemos los temas triviales para después. Hemos de hablar del ataque que hemos recibido. Los desperfectos materiales no han sido muchos, pero eso no quita que… 
En ese momento la puerta se abrió y Evan entró por ella con tranquilidad.
-¿Me llamó, consejero Rando? -dijo él con su suave voz. 
-¿Qué haces tú, aquí? -pregunté mientras intentaba pensar cómo demonios iba a concentrarme ahora.
-Yo lo he invitado. Al fin y al cabo os salvó la vida, una vida muy importante en este momento, si me lo permite. ¿Por qué has llegado tan tarde, Evan? -preguntó Rando recostándose en su silla.
-Estaba con la Gobernadora y nos hemos distraído -contestó él. 
¡Oh dios mío! ¡Qué insolente! ¿Acababa de decir lo que yo creía que acababa de decir? ¿Cómo se atrevía?
-¿Con la Gobernadora? ¿Y qué hacías con la Gobernadora? ¡Madre mía, querida! ¿Está bien? -Adela me miró patidifusa. Claro que todos se dirigieron a mí sorprendidos mientras yo los miraba desde el suelo. ¿Cómo había conseguido caerme?, ¿con qué estúpida losa me había tropezado esta vez? y ¿por qué Evan me parecía tan guapo con el pelo desordenado? ¿Por qué no me enfadaba con él después de lo que había dicho? Eran algunas de las preguntas que me estaba haciendo en ese momento cuando Evan se acercó hasta mí y me ayudó a levantarme. 
-Dejadme, estoy bien. ¿Podemos continuar? -pregunté deseando que no se notaran mis mejillas rojas.
-Claro, ¿qué tipo de respuesta creéis necesaria? -dijo Trent. Hasta ese momento no me había fijado en su presencia. Su mirada era muy dura y yo me enderecé.
-Dado que el reino de la Fragua es el único capaz de domar dragones, me parece obvio que han sido ellos los culpables del ataque. Por lo tanto, deseo informar a las Cumbres de Cristal de que el Reino de la Fragua ha imcumplido el Acuerdo Puro, que tanto esfuerzo y sangre nos valió, y por tanto merece una ejecución, en este caso, la de sus líderes -expuse rotundamente.
-¿No le parece exagerado? Al fin y al cabo, ni siquiera puede estar segura de que lo hayan hecho ellos -dijo Trent.
-¿No? ¿Acaso, hay otra posibilidad? No es porque piense que ellos son los culpables de todo. Si no, por descarte -admití. El resto de Consejeros me miraban con aceptación. Sin embargo, Evan no parecía del todo de acuerdo. Se notaba que no estaba acostumbrado a este tipo de reuniones.
-Y si… ¿No hubieran sido ellos? ¿Qué razones tendrían? -dijo Evan mirándome.
Durante unos segundos me planteé la posibilidad de acercarme hasta él y decirle que, aunque no creía que tuviera razón, había algo en mí que me pedía besarlo. Sin embargo, el poco sentido común que me quedaba (me refiero al que no estaba ocupado pensando en Evan), me convenció de que no lo hiciera. Mis obligaciones debían seguir estando por delante de cualquier distracción.
-¿Lo dices en serio? Por favor… ¿Acaso desconoces cómo actúan? ¿Es que no sabes cómo piensan? En la Fragua carecen de autocontrol, ¡no necesitan una razón! Solo planearon, cosa que me sorprende, cómo hacernos daño y lo han hecho. Pero no te preocupes, que este error les costará caro. Nadie se entromete en mi País y sale indemne de él -sentencié yo.
Evan entrecerró un poco los ojos pero no dijo nada. Durante unos segundos, nadie dijo nada.
-No creéis, querida Gobernadora, que afirmar eso es muy arriesgado. ¿Cómo esperáis que eso ocurra? -pregunto Rando.
-Los guerreros de las Cumbres de Cristal nos deben lealtad. Aunque nosotros no podamos defendernos de forma tan clara, los guerreros del Cristal están mucho más que capacitados -contesté.
-Pero… - comenzó Evan. 
-Pero nada. Es la única solución, con ese reino de ineptos no se puede negociar.  Debemos reaccionar lo antes posible. ¿Alguien quiere aportar algo más? -pregunté acercándome a la puerta de la sala.
-Yo. ¿Por qué habría el pueblo del Cristal obedecer vuestras órdenes? -me preguntó Trent.
-Porque el Acuerdo Puro estableció hace muchos años que nos defenderíais o si no dejaremos de mandaros “regalos” -dije seria.
-¿Dejar de mandarnos regalos? ¿Ese es vuestro castigo? -me preguntó alzando una ceja.
-Rey Trent, al gobernar un reino vos ya sabéis que mantener al pueblo contento es muy importante. Y si dejan de llegaros nuestros avances científicos, vuestro pueblo solo verá que su líder ha roto nuestra alianza -contesté apoyándome en la mesa y mirándolo directamente.
-Sois muy olvidadiza. ¿Cómo conseguiréis entonces atacar a la Fragua? -dijo Trent echándose hacia adelante.
-¿Cuánto podríamos tardar en crear un ejército robotizado dotado de toda nuestra tecnología y completamente entrenado? ¿Dos? ¿Tres meses? -pregunté.
-El pueblo de las Cumbres de Cristal os defiende, no ataca -dijo él con rotundidad.
Pegué un golpe en la mesa y todos me miraron con sorpresa.
-¡Si no queréis atacar, adelante! ¡Conseguiré que todo tu pueblo se ponga de mi parte y será elegido otro rey! -grité enfurecida. ¿Tanto le costaba aceptar una orden?
Salí como una exhalación por la puerta y me dirigí corriendo hacia la Biblioteca del Palacio de las Letras. Vi cómo Evan venía detrás de mí, algo que no me molestó mucho. No sé cómo pero acabé en un viejo pasillo al que solía huir cuando tenía quince años y no sabía cómo manejar el País de Papel. Hacía casi un año que no iba a allí. 
-¿Estás bien? -dijo Evan colocándose a mi lado.
-Sí, ¿por qué no iba a estarlo? Me enfurece que un estúpido líder que se cree mejor que nadie no me permita hacer lo que mejor se me da… ¡Gobernar un país! Como si fuera fácil -dije tirándome del pelo. 
-No creo que Trent quiera hacer más difícil tu trabajo, solo busca la forma de no entrar en guerra. Es su forma de ser. En el fondo solo quiere ayudar.- dijo girando mi  cuerpo hasta que lo miré directamente.
-¿¡Lo defiendes?! Me ha hecho parecer una loca con problemas de autocontrol. ¿Y tu lo defiendes? -me separé de él bruscamente- ¿Acaso no es esta tu patria?
-Trent es amigo mío y no es una mala persona -me contestó rotundamente e hinchando un poco el pecho.
-¿Amigo tuyo? ¿Quién te has creído? ¡Como máximo lo conoces desde hace dos días! ¡Por favor! ¡Yo tardé dos meses en tutear a Felicia! -exclamé fulminándolo con la mirada.
-Eso es raro. A Felicia también le cae bien Trent -dijo él. 
-¡Felicia piensa con su…! Mira, Feli tiene derecho a opinar, llevo dos años confiando en ella y de ti... no sé ni qué pensar. Buenas noches, Evan -dije dándome la vuelta y marchándome furiosa.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Capítulo 9: Un ladrillo, socialmente hablando (Trent)

La noticia había volado. Se había propagado tan rápido como el fuego en el País del Papel. Todos los cristalinos habían corrido a esconderse al segundo de ver el gran pilar de humo alzándose entre las montañas y al gran dragón negro pavoneándose en él. La misma pregunta en boca de todos: ¿Guerra? Porque lo más sencillo sería pensar que habían sido los fraguanos, pero con uno de los suyos allí…¡Evan! Él estaba allí. ¿Y si le había pasado algo? Si así era, no podría enterarme de ninguna manera. Tenía que verlo, saber que estaba bien. Mandaría un mensaje de tranquilidad a mi pueblo, y partiría de inmediato a la Ciudad del Papel. Miedo me daban sus reacciones, seguro que tenían sed de venganza, y una guerra era lo último que necesitaba ahora. ¿Se podía abdicar a los 22 años?
Preparé unas mudas para varios días pues pretendía quedarme. Tenía entendido que en la Ciudad de Papel se encontraba la biblioteca más grande y con más documentos de nuestra historia, lo que me permitiría seguir con mi investigación sobre la muerte de mi hermano. Todos los historiales médicos antiguos, junto con otros documentos del año de la tos que no nos cabían, se mandaban al País de Papel para que los guardasen ellos. Allí lo encontraría, o eso esperaba. Cada vez entendía menos, y cuantas más vueltas le daba, menos entendía. Quizás en mi hábitat, en un lugar tan familiar y tranquilo como era la biblioteca, pudiese aclarar mis ideas. Recogí mis maletas (una para la ropa, otra para los “deberes de rey”), cogí a Calime y sus accesorios y me despedí de Rukar que prometió “encargarse de todo, señor, y mantenerlo informado”. Mis ilusiones por un tiempo en tranquilidad (2 horas y media, exactamente) se acabaron enseguida.
-¿A dónde vas? -preguntó mi madre que me miraba fijamente mientras yo cerraba la puerta detrás de mí.
-Al País del Papel, ya lo sabes. ¿Por qué? -ella se encogió un poco ante mi súbita brusquedad y yo me arrepentí un poquito por dentro. Pero sólo por dentro. Y sólo un poquito. 
-Pues… Curiosidad, supongo, me interesa saber dónde está mi hijo y qué hace...
-¿Ah, sí? Vaya, eso sí que es sorpresa -respondí mientras me dirigía hacia el vehículo.Todo esto era innecesariamente doloroso. ¿Por qué me seguía haciendo esto tras 5 años?
-¿Hoy tampoco es el día en el que me perdonas?
-No -susurré sin mirarle a los ojos. Lo siento.
-Ten cuidado, hijo mío -dijo después de un incómodo silencio-. Nunca me he fiado de los de abajo, demasiado fríos. Y ese método tan elitista de gobierno… No me gusta nada. Mantente alejado, no te metas en medio de nada, no hagas nada.
-¿Ese es tu consejo? Eso es lo que siempre has hecho, ¿no? Evitarlo todo, ignorarlo, así me dejaste solo, esquivando tú los problemas, pues no puedes hacer eso, hay que enfrentarse a las cosas -solté un suspiro de cansancio. Siempre igual. La misma historia. Ese día había cosas más importantes. Tenía que asegurarme de que mi verdadera familia estaba bien, y que no la iban a colgar, disparar o sucedáneos por romper el Acuerdo Puro-. Tengo que irme. Tengo cosas “reales” que hacer. Nos vemos.
-Pero un momen…
-Hasta pronto.
Y me marché, sin pensar más en ello.
El camino al País de Papel no solía hacérseme largo con un buen libro, pero esa vez mis cada vez peores visiones en las que Evan se encontraba en peligro, descubierto y/o asesinado no me dejaban concentrarme en mi lectura. La poca paciencia que me guardaba de saltar del coche e ir yo mismo corriendo se mantuvo hasta que, por fin, llegamos.
Tras las rigurosas y múltiples identificaciones, nos dejaron entrar. El lugar era muy amplio, blanco y hermoso, pero aún se percibía en el aire el olor del fuego y el caos y el desorden se estaban empezando ahora a desvanecer del ambiente. No tuve mucho tiempo para fijarme en eso, sin embargo, pues comenzó la discreta búsqueda de Evan. Tenía que ser prudente, no podía preguntar a nadie, tenía que ser cuidadoso, silencioso, como un antiguo ninja, como… ¡un gato! 
-¡Hola, Trent! -me topé con la chica de la gobernadora, la de la voz saltarina. Perfecto para pasar desapercibido-. Digo… su majestad de las Cumbres de Cristal. No sabía que ya había llegado. He escuchado que se iba a quedar unos pocos días, es perfecto…
-Sí, sí, muy bien, gracias, es que tengo asuntos que resolver, eh… -¿Filipa? ¿Fabiana? Empezaba por f seguro… ¿Federica? ¿Fidelia? ¡Felicia! (Esperaba)-. Señorita Felicia, ¿cómo lleváis el asunto del fuego? ¿Ha habido muchos heridos, muchos daños?
Su mirada me inquietaba, me estaba mirando fijamente con una no muy usual amplia sonrisa y las mejillas coloradas.
-Ehh… ¿el qué? ¿Qué fuego?... ¡Ah! ¡Ese fuego! P-pues muy bien, muy caliente… todo el mundo bien, sí.
-Bien, pues me alegro -tenía que encontrar la manera de salir de esa incómoda conversación. ¿Se había acercado o me lo había imaginado?
-Sí, yo también. Si no, qué faena. 
Lo cierto es que la alegría de esa chiquilla era admirable. Ojalá yo fuera también tan optimista.
-Bueno -saltó interrumpiendo mi silencio-, ya que está aquí y se va a quedar un tiempo... puede que haya una fiesta pronto. Para celebrar el cumple de Gabr- la Gobernadora. Aún no lo sabe, se me acaba de ocurrir, pero ¡es una buena idea! ¿No le parece? 
-Pues, creo que es -la peor idea del mundo ¿una fiesta? Qué vergüenza. ¿Tendría que hablar con gente?, pensaba para mis adentros- perfecto. Ahí estaré. Y ahora, si me disculpa, tengo que marcharme a… sí, hasta luego, un placer verla de nuevo, señorita -le hice una reverencia y, antes de que dijese algo más, escapé.
Recorrí disimulando todos los pasillos y cuanto más tiempo pasaba sin saber nada, sin verlo, más nervioso me ponía. No había visto el miedo tan cercano hasta que estuve allí, no me había planteado que le hubiese pasado algo. ¿Y si le había ocurrido algo? ¿Y si le habían descubierto? No podía pasar, ¿no? Él era bueno y a la gente buena no le pasaban cosas malas, ¿no? No me podía dejar solo. Y justo cuando mis reflexiones empezaron a volverse contra mí, vislumbré sus cabellos rubios al fondo del pasillo, apoyado en una esquina y sonriendo para sí mismo. Me dirigí hacia él lo más rápido que pude sin llamar mucho la atención. Y antes de que le diese tiempo a reconocerme, le abracé con todas mis fuerzas.
-¡Estás vivo! ¡No te han matado, Evan, no estás muerto!
-Ehh… no, no estoy muerto, no. ¿Qué haces aquí, Trent? ¿Ha pasado algo?
-¿Cómo que si ha pasado algo? Pensaba que te habrían descubierto por lo de ayer, pensaba… Uff, qué alivio -le dije, cogiéndole del hombro-. Te veo distraído, ¿aún piensas en el fuego? ¿Qué puede haber pasado? ¿Quién habrá sido? Espera, ¿estás herido?
-El fuego… -me respondió, distraído y sin parar de jugar con las manos- no hemos sido nosotros, me habrían avisado, no sé qué ha sido…
-Tienes que hablar con ellos urgentemente. Preveo una guerra y no sé quién empezará primero. Por cierto, me quedaré un tiempo por aquí, así que… -pero no me estaba escuchando. Miraba rápido por todas partes, buscando algo-. ¿Seguro que estás bien?
-No puedo más. Tengo que saber cómo está -y empezó a marcharse por los blancos pasillos del Palacio de las Letras. Estaba fuera de su hábitat, pero se le veía cómodo-. Te quedas, ¿no? Pues ya hablamos, tengo cosas que contarte...
-Pues nada, eh, yo también. Hasta luego, amigo.
Pero él ya no estaba.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Capítulo 8: El ataque del dragón (Evan)

Había sido mi primer día en el Palacio de Papel, el primer día de clases y ya estaba con mi cabeza a reventar. Las clases eran muy duras, los profesores exigentes y demasiada información para asimilar en la hora que dura cada clase. Sin contar que el Palacio de Papel era enorme y con suerte sabía situarme.
Entré en mi habitación con la cabeza dándome golpes, cerré detrás de mí y me derrumbé en la cama. Revisé la entrada de geldez y dejé los libros en la mesa de estudio. Estaba tan cansado mentalmente que no me importaba dormir sin cubrirme con las sábanas. Los recuerdos se empezaron a abrir paso entre el cansancio para recordarme la cara de la gobernadora de la Ciudad de Papel. Gabrielle. Debía reconocer que su belleza era completamente diferente a la que había en la Fragua. Su cara parecía sacada de un cuadro, sus ojos grandes y negros eran absorbentes. Ese día su oscuro y rizado pelo estaba recogido en un simple moño del cual se escapaban algunos mechones rebeldes, enmarcando así su cara. Intenté borrar aquella imagen de mi cabeza. Tenía que centrarme en lo que había venido a hacer allí: buscar la reliquia “perdida”; no podía estar entreteniéndome con chicas.
De repente, noté algo raro en el aire, una ráfaga de viento golpeó mi cara. No podía ser… Conocía perfectamente esa sensación. En el Reino de la Fragua había constantes ráfagas de viento por… los dragones. Pero no podía ser… Los dragones nunca salían de la Fragua y menos sin nuestro consentimiento. Me acerqué a la ventana de mi habitación y lo vi, a lo lejos, una sombra que se iba haciendo más grande a cada segundo que pasaba. El pánico se apoderó de mí. Tenía que hacer algo, ¡rápido! Salí corriendo de mi habitación pero me paré, ¿a quién debía avisar? Si empezaba a gritar “¡Que viene un dragón!” no me creerían y se empezarían a preguntar por qué yo lo he sabido antes que los guardias. Mis dudas fueron interrumpidas por un temblor que anunciaba la llegada del animal. Corrí a la ventana e intenté captar sus ojos. Conseguí que el dragón me mirase y le dije que se marchara en niarik, el antiguo idioma de mi pueblo:
-Wodo evdoz to kio do woev!
El dragón me aguantó la mirada y vi cómo se levantaban ligeramente las comisuras de sus labios. Me eché hacia atrás, aterrorizado. Los dragones no sonreían. Ese no era uno de los nuestros. El animal hinchó su enorme pecho y soltó un rugido estremecedor. Esta vez sí salí corriendo de mi habitación y empecé a llamar a las puertas de todas las habitaciones que estaban en mi pasillo. Oí cómo el fuego salía de la boca del dragón y envolvía todo a su alrededor. Mi corazón se aceleró, mis nervios se elevaron y yo empecé a correr lo más rápido que podía a través de todos los pasillos de las habitaciones de los estudiantes. A los pocos minutos estaban casi todos los habitantes de la Ciudad de Papel fuera de sus camas y las llamas lamían los jardines exteriores, empezando a entrar en los edificios.
Mientras corría entre los largos pasillos me choqué contra alguien, cayéndose al suelo. Pare e intenté ayudar a la persona que había tirado y se había enredado con el vestido que llevaba. Cuando se levantó descubrí que era la dama de compañía de Gabrielle, Felicia.
-Lo siento mucho. ¿Estás bien? -le pregunté.
-Sí, sí, muy bien -me contestó, apresurada.
Miré a su alrededor buscando a Gabrielle y, al no verla, dirigí la mirada hacia Felicia y le interrogué:
-¿Dónde está Gabrielle?
-¡No lo sé! ¡No lo sé! -Felicia estaba al borde de las lágrimas. Todo el mundo estaba fuera ya e intentaban apagar el fuego que se extendía rápidamente. Cundía el pánico en cada rincón del Palacio. De pronto, los ojos de Felicia se abrieron exageradamente-. Dios mío, creo que está en su habitación todavía. ¡Le tiene que haber pasado algo, si no ahora mismo estaría aquí!
Enseguida supe lo que hacer. Estaba a punto de salir corriendo en busca de Gabrielle cuando me di cuenta de que no sabía a dónde me debía dirigir.
-¿Dónde está su habitación? -le pregunté a Felicia.
Estaba a punto de replicarme pero se lo pensó mejor al ver que la luz de las llamas se empezaba a adentrar en los pasillos de los estudiantes.
-¡En la Torre Norte! Siguiendo todo recto el siguiente pasillo que tienes a la izquierda. Tienes que subir unas escaleras.
Le di las gracias y salí corriendo por el pasillo que me había dicho, hasta que comencé a subir las escaleras de dos en dos. Cuando llegué a la puerta, antes de abrirla puse la mano para comprobar si estaba caliente (en la Fragua hacíamos a menudo simulacros de incendios). Lo estaba, pero en ese momento no tenía otro medio para entrar así que me tapé con el brazo la cara y abrí la puerta de golpe. Una llamarada salió de la habitación, dejándome ciego por unos instantes. La llama se desvaneció dejándome ver la habitación en llamas de Gabrielle. La encontré tendida en el suelo rodeada de las sábanas, inconsciente. Aún con la cara tapada me adentré en la habitación intentando que las llamas no se dieran cuenta de mi presencia para que no se lanzaran a por mí. Me agaché al lado de Gabrielle, la desenredé de las mantas y me la cargué a la espalda. Salí del Palacio lo más rápido posible y una vez fuera intenté despertarla. La tumbé en el suelo con mucho cuidado y le empecé a dar golpes flojos en la cara. No despertaba. Una idea terrorífica se apoderó de mí e hizo que se me parase el corazón durante unas milésimas de segundos, le cogí la muñeca y le tomé el pulso. Respiré de alivio cuando comprobé que su corazón aún latía. Su cara estaba manchada con zonas oscuras a causa del humo y su camisón estaba parcialmente quemado pero lo suficientemente intacto para que le pudiese seguir tapando el cuerpo.
Aún con Gabrielle al lado, esperando a que se despertase, oí cómo el dragón intruso alzaba el vuelo y se alejaba, dejando atrás una Ciudad de Papel en llamas.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Capítulo 7: Evan (Gabrielle)

-Gobernadora, los nuevos alumnos han llegado ya, ¿está segura de que no necesita ayuda? -dijo el Guardián de Llaves, Resnt. Era un hombre ya entrado en años con una barriga redonda y una brillante calva. Llevaba unos veinte años siendo el Guardián de Llaves del Palacio de las Letras, era algo así como un director.
-Llevo dos años haciendo esto yo sola, ¿no? -contesté alzando una ceja.
-Claro, y yo llevo dos años ofreciéndole mi ayuda, ¿no? -dijo él regalándome una de aquellas sonrisas tranquilizantes que eran tan suyas. Hizo una pequeña reverencia y salió del Vestíbulo.
Me acomodé en el trono en el que estaba sentada y miré las paredes de un blanco puro y la alfombra color rojo sangre que iba desde la entrada hasta mi trono. Aquel día empezaban las clases para los nuevos alumnos. Ese siempre era un día largo, a veces me daba miedo que algún nuevo alumno me pudiera arrebatar el puesto de Gobernadora del Papel, pero mi nerviosismo se iba disipando según los conocía. ¿Cómo podrían arrebatarme el puesto de Gobernadora si no podían ni mirarme a los ojos? La puerta se abrió en ese momento y yo me puse recta.
-No hace falta que te arregles para mí, nena -dijo Felicia entrando en la habitación.
Yo dejé de atusarme el pelo y le saqué la lengua, ella me guiñó un ojo y soltó una carcajada.
-Pensé que no vendrías, "nena" -contesté yo remarcando la última palabra.
-¿Cuándo he faltado yo a mí palabra?¿Han llegado ya? -dijo ella acercándose a mí-. ¿Quieres que te arregle el pelo?
-Sí, estás muy aplicada hoy. Qué raro -dije mientras ella se acercaba a mí y comenzaba a trenzar mi pelo.
-Qué graciosa. Solo trato de ser una buena dama de compañia. ¿Estás nerviosa? -dijo Felicia de repente preocupada.
-No, bueno, sí. Pero no más que de costumbre. No sé si me explico -contesté.
Felicia ató la trenza que me había hecho y se alejó para contemplar su obra.
-Sí, te entiendo. Intenta tranquilizarte. Ya llegan -dijo colocándose a mi lado.
Estiré mi vestido de encaje y esbocé mi mejor sonrisa. Las puertas del Palacio de las Letras se abrieron y por ellas entraron once adolescentes que lo miraban todo con curiosidad.
-Bienvenidos, ¿podríais colocaros según vuestra edad? Me sería de gran ayuda para asignaros un aula -dije levantándome de mi sitio y tratando de bajar la pequeña escalinata que me llevaba hasta el suelo, donde ellos se encontraban.
Uno de los estudiosos, los encargados de mantener el orden en el Palacio de las Letras, viendo mi apuro por si bajaba o no las escaleras, se acercó a ayudarme a bajar. Los nuevos alumnos se habían colocado en fila y me miraban asustados.
-¿Tu nombre? -le pregunté a una chica pelirroja.
-Emmeline, tengo catorce años y mi nota en el examen fue setenta y cuatro -dijo ella sin mirarme.
-Enhorabuena, tu aula será la trece. Espera aquí -le contesté.
Ella asintió y se miró los zapatos como si fueran la cosa más interesante del mundo.
Estuve un rato así. En total eran tres chicas de catorce años asustadas, dos chicas de dieciséis con aires de grandeza, cuatro chicos de quince años con mucha energía y un chico de diecisiete que me miraba muy descaradamente.
Se habían ido todos los alumnos a los que ya había asignado un aula cuando solo me quedaba uno por asignar. En lo primero que me fijé fue en su altura. Yo mido 1’64 y él me sacaba un poco más de una cabeza. Era rubio, de un rubio oscuro. Tenía los ojos azules y llenos de vida. Su nariz era recta y sus labios me llamaron la atención más de lo que estaba dispuesta a admitir.
-¿Nombre? -dije incapaz de articular más palabras pero tratando que no se notara. Definitivamente tenía unos labios preciosos.
-Evan -dijo. Su voz era como un suspiro ronco. Olía a algo muy masculino, no sabría decir el qué-. Tengo dieciocho años y saqué un ochenta y dos en el examen.
-Mi más sincera enhorabuena. Yo tengo diecisiete, me llamo Gabrielle. Tu aula será la veintiuna. ¿Puedo saber por qué no te presentaste antes al examen? -pregunté. ¿Se notaría mucho que estaba tratando de alargar la conversación? Quería, no, necesitaba tocarlo para saber si era real.
-Mmm, simplemente no me lo planteé. ¿Puedes llevarme a mi aula? -dijo.
Él debió de notar lo mucho que me sorprendió que me tuteára, porque bajó la mirada nervioso.
-Cla… Claro. Yo misma te acompañaré -dije. Oh dios mío, ¿me había sonreído? ¿A mí?
-Gracias, Gabrielle. ¡Anda! Eso es como un trabalenguas.
Él me miró y volvió a sonreír. De repente bajó la mirada y se rascó la nuca. Estaba… ¿nervioso?
-No es nada, acompáñame. Felicia hazme un favor, ve a comprobar que los demás alumnos hayan llegado bien a sus aulas, por favor - dije girándome hacia ella.
-Claro, yo tengo que trabajar, pero tú puedes tontear con quien te dé la gana -dijo Felicia saliendo del Vestíbulo.
-¡Felicia, compórtate! -exclamé. En ese momento solo pensaba en una cosa: iba a matarla cuando la viera-. Discúlpala, es como una niña pequeña cuando quiere.
-No, es muy ¿graciosa? Sí, esa es la palabra -dijo Evan.
-Si tu lo dices… Acompáñame, te llevaré a tu aula -dije sonriendo. Su sonrisa era sin duda alguna impresionante, ¿cómo podría concentrarme en mi trabajo con alguien tan guapo como él paseándose por los pasillos del Palacio de las Letras?- Y dime… ¿Cuántos años has dicho que tenías?
-Dieciocho, tu tenías diecisiete, ¿no? -dijo él siguiéndome hacia la salida del Vestíbulo.
-Sí, soy Gobernadora del Papel desde hace dos años. Aunque, eso ya lo sabes. ¿Hay alguien en este país que no lo sepa? -dije yendo al aula veintiuna.
-Claro, y dime… ¿De verdad es como dicen? ¿Tú sabes todo lo que ocurre en el reino del Papel? -dijo él rascándose la nuca otra vez.
-¿Reino? ¿Qué dices? ¿Es que no sabes que no vives en un reino? Las Cumbres de Cristal son un reino y también…  Bueno, no queremos tener nada que ver con ese reino de incultos bárbaros llamado Fragua. No, señor -dije. De repente sentí cómo se ponía en guardia y su mirada se dirigía a una de las puertas que daban a los Jardines, como si se planteara salir corriendo-. ¿He dicho algo desagradable?
-No, pero no has respondido a mi pregunta. Lo cual sí que es desagradable -dijo tensando los hombros y sin mirarme a la cara.
-¿Qué acabas de decir? -dije frunciendo el ceño molesta-. ¿Cómo se te ocurre hablarme de esa forma? Ha sido mala idea acompañarte, ahora piensas que puedes hablarme como si fuera una compañera tuya. Quiero que sepas que soy tu Gobernadora y por lo tanto me debes un gran respeto. ¿Entendido?
-Sí, disculpa… -dijo él mirándome de nuevo. Sus ojos eran extraños, ¿Que tenían de diferente? Había algo en ellos que no era del todo correcto. Su mirada al principio me pareció de pena, como si hubiera reñido a un niño pequeño por mancharse la ropa, pero me di cuenta de que en realidad era de un profundo y palpable arrepentimiento, por lo cual no fui capaz de estar cabreada por más de tres segundos.
-No pasa nada, simplemente no vuelvas a hacerlo, ¿vale? -debo ser la persona más negada para hablar con chicos de todo el planeta. Primero me enfurruño por una estupidez y ahora lo trato como si fuera un niño. Moriré sola, bueno eso no es del todo cierto. Moriré sola y con un montón de libros. Nos paramos ante la puerta del aula veintiuna y vi como su mirada voló entre quedarse parado conmigo o salir huyendo en dirección a la puerta. Mi autoestima no podría estar más baja en esos momentos.
-Ha sido un placer, Evan. Espero que podamos volver a hablar -dije intentando que no se notarán las ganas que tenía de  darle dos besos de despedida.
- No lo dudes, Gabrielle, volveremos a hablar -dijo él sonriendo. Le devolví la sonrisa abrumada por la calidez que Evan desprendía.
-Adiós, que lo pases bien -dije agachando un poco la cabeza.
-Nunca digo adiós y menos te lo diría a ti. Suena como si no quisieras volver a ver a esa persona. Y yo, definitivamente, quiero volver a verte -dijo él sonriendo de forma aún más intensa, si es que eso era posible, y haciendo que se le marcaran sus hoyuelos. Me miró una última vez y entró en la aula 21, desapareciendo así de mi vista.
Sonará completamente estúpido (cosa que era) y como si yo fuera una adolescente atolondrada (cosa que jamás he sido), pero solté una risita tonta haciendo que el resto de las personas del pasillo me miraron sorprendidas y de forma desaprobatoria.


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Debía de ser la una de la mañana, pero yo era incapaz de quedarme dormida. Tenía aquella sonrisa estúpida que siempre llevaba puesta Felicia cuando conocía al nuevo, ”amor de su vida”.
Estaba comenzando a conciliar el sueño cuando sentí una luz brillante que venía de uno de los grandes ventanales de la habitación.  Deseche en seguida la idea que fuera ya de día y el sol reclamara que me despertara.  Entonces, un calor muy intenso fue llenando poco a poco  la habitación.
-¡Aaaaaahhh! -grité al sentir una quemazón muy dolorosa en uno  de mis pies.
Salí corriendo de la cama y me tropecé entre las sábanas haciendo que mis pies se enredáran y cayera de morros contra el suelo. Sentí el sabor metálico de mi sangre en la boca y vi el fuego que empezaba a prender mi cama (a la que yo seguía completamente atada, gracias al enredo de mis piernas y las sábanas) y parte de las cortinas.
Giré la cabeza y me di un enorme golpe contra mi mesilla de noche. Intenté, durante varios segundos, luchar contra la realidad de quedar desmayada allí, pero la sensación de mareo y de sopor me embriagó por completo, dejándome indefensa ante las llamas que se acercaban cada vez más a mí.