miércoles, 24 de febrero de 2016

Capítulo 10: Planes de venganza (Gabrielle)

-Entonces, lo que quieres es que un chico muy sexy que te ha salvado la vida venga aquí, se ponga de rodillas, y te pida perdón por dejarte en evidencia delante de todo el Congreso de Líderes, porque, según tú, el rescatarte te hizo parecer débil ante sus ojos, ¿no? -dijo Felicia recostándose en la cama de mi nueva habitación. La otra seguía estando en reconstrucción.
-Si lo dices así suena como si yo no tuviera razón, pero yo no he dicho nada de que tenga que ponerse de rodillas -dije tumbándome con ella.
-Tú solo quieres que se arrodille cuando te vaya a pedir matrimonio, ¿verdad, Elle? -dijo Felicia soltando una carcajada. 
-¡Feli! No digas tonterías, no me gusta -dije enfurruñándome de broma.
-¡Oooh, vamos! Admítelo Suma Gobernadora del Papel, no es usted más que una adolescente con las hormonas tan alteradas como yo -dijo Felicia sentándose de nuevo.
-No es cierto, yo no estoy tan alterada como tu. Es más, empiezo a creer que estar más alterada que tú es imposible. ¿Qué fue de aquel guardia tan mono que decías que iba a ser el padre de tus hijos? -pregunté abrazando a una de las almohadas.
-¿Ese guardia? ¿No te conté que besaba fatal? -ella arrugó la nariz en un gesto de asco para luego sonreír de forma adorable-. Ahora tengo los ojos puestos en ese bombón de las Cumbres de Cristal. Trent. Es tan… Si yo fuera tú, le haría de todo en la sala del Congreso.
Felicia se mordió el labio y agito la cabeza haciendo que su pelo rubio se agitara en un descontrol.
-¡Feli! Tienes demasiados pensamientos... sexis -dije riéndome de la cara de mi amiga.
-¿Pensamientos sexis? La gente normal lo llama mente sucia, nena -dijo ella levantándose de mi cama.
-Bueno, “pensamientos sexis” sonaba mejor en mi mente -contesté levantándome, también.
-¿Cuándo empieza la reunión? -dijo  Felicia mientras comenzaba a rebuscar en mi armario.
-Dentro de media hora. ¿Sabes que serán catorce esta vez? Todos los líderes quieren saber si sé soportar tanta presión. A veces pienso que no soy capaz, Feli. ¿Qué hago si tengo que enfrentarme a un pueblo en guerra? -dije extasiada mientras Felicia me pasaba un vestido blanco con una cola de encaje.
-Elle, nena, ya sabes que esos viejos rechonchos te tienen un miedo que no se lo creen. Pero a la vez, te adoran. Les haces todo el trabajo duro. El País del Papel en general te ama. Y eso que no saben ni la mitad de lo que haces por ellos… -Felicia me arrastró hasta el vestidor y esperó fuera mientras yo me cambiaba-. Ese vestido es precioso, deslumbrará hasta a tu chico nuevo.
-Ja, ja, ja. ¿Me queda bien? -pregunté saliendo del vestidor y posando para Felicia que estaba trenzando su pelo ante mi espejo.
-Sí, estás preciosa. ¿Me consigues una cita con Trent? -dijo Felicia tocando mi pelo.
-¿Qué? -pregunté girando la cabeza en su dirección. 
-Nada, una broma. Pero… Si quieres… Nadie te lo prohíbe -dijo Felicia mientras me sacaba la lengua con diversión.
-Me voy, puedes ir a hablar con Trent si quieres, nadie te lo prohíbe -dije guiñandole un ojo y saliendo de la habitación.
Los pasillos del Palacio de las Letras parecían casi infinitos. De un blanco pulcro y sin errores, el mármol del suelo era sin duda una de las grandes razones por las que los  habitantes de Navat nos pasamos la vida tirados en el suelo. Definitivamente resbaladizo.
-¿Gabrielle? -una mano me tocó el hombro por detrás y yo pegué un pequeño bote de susto.
-¿Sí? -me giré para ver directamente los ojos de Evan que me miraban con diversión. ¿Por qué tenía que hacer tonterías con él delante?
-¿Estás bien? Quería haber ido a verte pero me dijeron que no querías mi compañía -dijo él mirándome con curiosidad. De repente una sonrisa ladeada apareció en su rostro y yo puedo jurar que me quedé sin respiración durante unos segundos.
-¿Qué? No. Podrías haber ido cuando quisieras, de verdad. Gra-gracias, por ayudarme el otro día. Me encuentro muy bien. Solo tengo un pequeño chichón en la frente. Nada que no se pueda arreglar con maquillaje -dije.
Dio unos pasos hasta mí, apartó el poco pelo que me caía por la frente y acarició el lugar donde me había dado el golpe. Cerré los ojos y me acerque más a él. 
-¿No te duele? -susurró. 
Negué lentamente con la cabeza. Probablemente era terriblemente incorrecta su proximidad, sin embargo, me parecía casi necesario. Como si efectivamente su tacto hubiera eliminado de golpe todas mis preocupaciones. Como si me mejorara, como si me convirtiera en alguien mejor. Su mano dejó de tocarme, sin embargo su proximidad iba en aumento. Cogió mi mano y se la acercó a los labios, durante unos segundos los mantuvo en la palma de mi mano y luego me dio un pequeño beso en la punta de los dedos. Sentí su respiración cálida y tan alterada como estaba la mía, intenté no pensar en lo cerca que estaba de mí.  Suspiré y de repente me acordé de dónde nos encontrábamos.
-Mmm, ¿me disculpas? He de ir a una reunión -dije separándome bruscamente de él. Volví a bajar a la tierra. Ni yo era mejor por tenerlo cerca, ni necesitaba que sus labios volvieran a tocarme.
-Cla… Claro… Perdona, yo también he de irme -dijo Evan rascándose la nuca.
Salí prácticamente corriendo hacia la gran sala donde me reuniría con los Consejeros. Sentí mis mejillas arder. ¿Qué demonios acababa de pasar? Sin duda algo que yo quería que volviera a suceder.
-¿Señorita Gabrielle? -dijo Rando, un hombre mayor con aires de grandeza al que le gustaba hacérmelo pasar mal.
-Disculpen la tardanza, me he entretenido por el pasillo.
“Y de qué manera…” pensé.
-¿Entreteniéndose? Las reuniones son más importantes de lo que usted se cree, señorita -dijo Adela, consejera y profesora del Palacio de las Letras.
-Yo… Dejemos los temas triviales para después. Hemos de hablar del ataque que hemos recibido. Los desperfectos materiales no han sido muchos, pero eso no quita que… 
En ese momento la puerta se abrió y Evan entró por ella con tranquilidad.
-¿Me llamó, consejero Rando? -dijo él con su suave voz. 
-¿Qué haces tú, aquí? -pregunté mientras intentaba pensar cómo demonios iba a concentrarme ahora.
-Yo lo he invitado. Al fin y al cabo os salvó la vida, una vida muy importante en este momento, si me lo permite. ¿Por qué has llegado tan tarde, Evan? -preguntó Rando recostándose en su silla.
-Estaba con la Gobernadora y nos hemos distraído -contestó él. 
¡Oh dios mío! ¡Qué insolente! ¿Acababa de decir lo que yo creía que acababa de decir? ¿Cómo se atrevía?
-¿Con la Gobernadora? ¿Y qué hacías con la Gobernadora? ¡Madre mía, querida! ¿Está bien? -Adela me miró patidifusa. Claro que todos se dirigieron a mí sorprendidos mientras yo los miraba desde el suelo. ¿Cómo había conseguido caerme?, ¿con qué estúpida losa me había tropezado esta vez? y ¿por qué Evan me parecía tan guapo con el pelo desordenado? ¿Por qué no me enfadaba con él después de lo que había dicho? Eran algunas de las preguntas que me estaba haciendo en ese momento cuando Evan se acercó hasta mí y me ayudó a levantarme. 
-Dejadme, estoy bien. ¿Podemos continuar? -pregunté deseando que no se notaran mis mejillas rojas.
-Claro, ¿qué tipo de respuesta creéis necesaria? -dijo Trent. Hasta ese momento no me había fijado en su presencia. Su mirada era muy dura y yo me enderecé.
-Dado que el reino de la Fragua es el único capaz de domar dragones, me parece obvio que han sido ellos los culpables del ataque. Por lo tanto, deseo informar a las Cumbres de Cristal de que el Reino de la Fragua ha imcumplido el Acuerdo Puro, que tanto esfuerzo y sangre nos valió, y por tanto merece una ejecución, en este caso, la de sus líderes -expuse rotundamente.
-¿No le parece exagerado? Al fin y al cabo, ni siquiera puede estar segura de que lo hayan hecho ellos -dijo Trent.
-¿No? ¿Acaso, hay otra posibilidad? No es porque piense que ellos son los culpables de todo. Si no, por descarte -admití. El resto de Consejeros me miraban con aceptación. Sin embargo, Evan no parecía del todo de acuerdo. Se notaba que no estaba acostumbrado a este tipo de reuniones.
-Y si… ¿No hubieran sido ellos? ¿Qué razones tendrían? -dijo Evan mirándome.
Durante unos segundos me planteé la posibilidad de acercarme hasta él y decirle que, aunque no creía que tuviera razón, había algo en mí que me pedía besarlo. Sin embargo, el poco sentido común que me quedaba (me refiero al que no estaba ocupado pensando en Evan), me convenció de que no lo hiciera. Mis obligaciones debían seguir estando por delante de cualquier distracción.
-¿Lo dices en serio? Por favor… ¿Acaso desconoces cómo actúan? ¿Es que no sabes cómo piensan? En la Fragua carecen de autocontrol, ¡no necesitan una razón! Solo planearon, cosa que me sorprende, cómo hacernos daño y lo han hecho. Pero no te preocupes, que este error les costará caro. Nadie se entromete en mi País y sale indemne de él -sentencié yo.
Evan entrecerró un poco los ojos pero no dijo nada. Durante unos segundos, nadie dijo nada.
-No creéis, querida Gobernadora, que afirmar eso es muy arriesgado. ¿Cómo esperáis que eso ocurra? -pregunto Rando.
-Los guerreros de las Cumbres de Cristal nos deben lealtad. Aunque nosotros no podamos defendernos de forma tan clara, los guerreros del Cristal están mucho más que capacitados -contesté.
-Pero… - comenzó Evan. 
-Pero nada. Es la única solución, con ese reino de ineptos no se puede negociar.  Debemos reaccionar lo antes posible. ¿Alguien quiere aportar algo más? -pregunté acercándome a la puerta de la sala.
-Yo. ¿Por qué habría el pueblo del Cristal obedecer vuestras órdenes? -me preguntó Trent.
-Porque el Acuerdo Puro estableció hace muchos años que nos defenderíais o si no dejaremos de mandaros “regalos” -dije seria.
-¿Dejar de mandarnos regalos? ¿Ese es vuestro castigo? -me preguntó alzando una ceja.
-Rey Trent, al gobernar un reino vos ya sabéis que mantener al pueblo contento es muy importante. Y si dejan de llegaros nuestros avances científicos, vuestro pueblo solo verá que su líder ha roto nuestra alianza -contesté apoyándome en la mesa y mirándolo directamente.
-Sois muy olvidadiza. ¿Cómo conseguiréis entonces atacar a la Fragua? -dijo Trent echándose hacia adelante.
-¿Cuánto podríamos tardar en crear un ejército robotizado dotado de toda nuestra tecnología y completamente entrenado? ¿Dos? ¿Tres meses? -pregunté.
-El pueblo de las Cumbres de Cristal os defiende, no ataca -dijo él con rotundidad.
Pegué un golpe en la mesa y todos me miraron con sorpresa.
-¡Si no queréis atacar, adelante! ¡Conseguiré que todo tu pueblo se ponga de mi parte y será elegido otro rey! -grité enfurecida. ¿Tanto le costaba aceptar una orden?
Salí como una exhalación por la puerta y me dirigí corriendo hacia la Biblioteca del Palacio de las Letras. Vi cómo Evan venía detrás de mí, algo que no me molestó mucho. No sé cómo pero acabé en un viejo pasillo al que solía huir cuando tenía quince años y no sabía cómo manejar el País de Papel. Hacía casi un año que no iba a allí. 
-¿Estás bien? -dijo Evan colocándose a mi lado.
-Sí, ¿por qué no iba a estarlo? Me enfurece que un estúpido líder que se cree mejor que nadie no me permita hacer lo que mejor se me da… ¡Gobernar un país! Como si fuera fácil -dije tirándome del pelo. 
-No creo que Trent quiera hacer más difícil tu trabajo, solo busca la forma de no entrar en guerra. Es su forma de ser. En el fondo solo quiere ayudar.- dijo girando mi  cuerpo hasta que lo miré directamente.
-¿¡Lo defiendes?! Me ha hecho parecer una loca con problemas de autocontrol. ¿Y tu lo defiendes? -me separé de él bruscamente- ¿Acaso no es esta tu patria?
-Trent es amigo mío y no es una mala persona -me contestó rotundamente e hinchando un poco el pecho.
-¿Amigo tuyo? ¿Quién te has creído? ¡Como máximo lo conoces desde hace dos días! ¡Por favor! ¡Yo tardé dos meses en tutear a Felicia! -exclamé fulminándolo con la mirada.
-Eso es raro. A Felicia también le cae bien Trent -dijo él. 
-¡Felicia piensa con su…! Mira, Feli tiene derecho a opinar, llevo dos años confiando en ella y de ti... no sé ni qué pensar. Buenas noches, Evan -dije dándome la vuelta y marchándome furiosa.

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