miércoles, 10 de febrero de 2016

Capítulo 8: El ataque del dragón (Evan)

Había sido mi primer día en el Palacio de Papel, el primer día de clases y ya estaba con mi cabeza a reventar. Las clases eran muy duras, los profesores exigentes y demasiada información para asimilar en la hora que dura cada clase. Sin contar que el Palacio de Papel era enorme y con suerte sabía situarme.
Entré en mi habitación con la cabeza dándome golpes, cerré detrás de mí y me derrumbé en la cama. Revisé la entrada de geldez y dejé los libros en la mesa de estudio. Estaba tan cansado mentalmente que no me importaba dormir sin cubrirme con las sábanas. Los recuerdos se empezaron a abrir paso entre el cansancio para recordarme la cara de la gobernadora de la Ciudad de Papel. Gabrielle. Debía reconocer que su belleza era completamente diferente a la que había en la Fragua. Su cara parecía sacada de un cuadro, sus ojos grandes y negros eran absorbentes. Ese día su oscuro y rizado pelo estaba recogido en un simple moño del cual se escapaban algunos mechones rebeldes, enmarcando así su cara. Intenté borrar aquella imagen de mi cabeza. Tenía que centrarme en lo que había venido a hacer allí: buscar la reliquia “perdida”; no podía estar entreteniéndome con chicas.
De repente, noté algo raro en el aire, una ráfaga de viento golpeó mi cara. No podía ser… Conocía perfectamente esa sensación. En el Reino de la Fragua había constantes ráfagas de viento por… los dragones. Pero no podía ser… Los dragones nunca salían de la Fragua y menos sin nuestro consentimiento. Me acerqué a la ventana de mi habitación y lo vi, a lo lejos, una sombra que se iba haciendo más grande a cada segundo que pasaba. El pánico se apoderó de mí. Tenía que hacer algo, ¡rápido! Salí corriendo de mi habitación pero me paré, ¿a quién debía avisar? Si empezaba a gritar “¡Que viene un dragón!” no me creerían y se empezarían a preguntar por qué yo lo he sabido antes que los guardias. Mis dudas fueron interrumpidas por un temblor que anunciaba la llegada del animal. Corrí a la ventana e intenté captar sus ojos. Conseguí que el dragón me mirase y le dije que se marchara en niarik, el antiguo idioma de mi pueblo:
-Wodo evdoz to kio do woev!
El dragón me aguantó la mirada y vi cómo se levantaban ligeramente las comisuras de sus labios. Me eché hacia atrás, aterrorizado. Los dragones no sonreían. Ese no era uno de los nuestros. El animal hinchó su enorme pecho y soltó un rugido estremecedor. Esta vez sí salí corriendo de mi habitación y empecé a llamar a las puertas de todas las habitaciones que estaban en mi pasillo. Oí cómo el fuego salía de la boca del dragón y envolvía todo a su alrededor. Mi corazón se aceleró, mis nervios se elevaron y yo empecé a correr lo más rápido que podía a través de todos los pasillos de las habitaciones de los estudiantes. A los pocos minutos estaban casi todos los habitantes de la Ciudad de Papel fuera de sus camas y las llamas lamían los jardines exteriores, empezando a entrar en los edificios.
Mientras corría entre los largos pasillos me choqué contra alguien, cayéndose al suelo. Pare e intenté ayudar a la persona que había tirado y se había enredado con el vestido que llevaba. Cuando se levantó descubrí que era la dama de compañía de Gabrielle, Felicia.
-Lo siento mucho. ¿Estás bien? -le pregunté.
-Sí, sí, muy bien -me contestó, apresurada.
Miré a su alrededor buscando a Gabrielle y, al no verla, dirigí la mirada hacia Felicia y le interrogué:
-¿Dónde está Gabrielle?
-¡No lo sé! ¡No lo sé! -Felicia estaba al borde de las lágrimas. Todo el mundo estaba fuera ya e intentaban apagar el fuego que se extendía rápidamente. Cundía el pánico en cada rincón del Palacio. De pronto, los ojos de Felicia se abrieron exageradamente-. Dios mío, creo que está en su habitación todavía. ¡Le tiene que haber pasado algo, si no ahora mismo estaría aquí!
Enseguida supe lo que hacer. Estaba a punto de salir corriendo en busca de Gabrielle cuando me di cuenta de que no sabía a dónde me debía dirigir.
-¿Dónde está su habitación? -le pregunté a Felicia.
Estaba a punto de replicarme pero se lo pensó mejor al ver que la luz de las llamas se empezaba a adentrar en los pasillos de los estudiantes.
-¡En la Torre Norte! Siguiendo todo recto el siguiente pasillo que tienes a la izquierda. Tienes que subir unas escaleras.
Le di las gracias y salí corriendo por el pasillo que me había dicho, hasta que comencé a subir las escaleras de dos en dos. Cuando llegué a la puerta, antes de abrirla puse la mano para comprobar si estaba caliente (en la Fragua hacíamos a menudo simulacros de incendios). Lo estaba, pero en ese momento no tenía otro medio para entrar así que me tapé con el brazo la cara y abrí la puerta de golpe. Una llamarada salió de la habitación, dejándome ciego por unos instantes. La llama se desvaneció dejándome ver la habitación en llamas de Gabrielle. La encontré tendida en el suelo rodeada de las sábanas, inconsciente. Aún con la cara tapada me adentré en la habitación intentando que las llamas no se dieran cuenta de mi presencia para que no se lanzaran a por mí. Me agaché al lado de Gabrielle, la desenredé de las mantas y me la cargué a la espalda. Salí del Palacio lo más rápido posible y una vez fuera intenté despertarla. La tumbé en el suelo con mucho cuidado y le empecé a dar golpes flojos en la cara. No despertaba. Una idea terrorífica se apoderó de mí e hizo que se me parase el corazón durante unas milésimas de segundos, le cogí la muñeca y le tomé el pulso. Respiré de alivio cuando comprobé que su corazón aún latía. Su cara estaba manchada con zonas oscuras a causa del humo y su camisón estaba parcialmente quemado pero lo suficientemente intacto para que le pudiese seguir tapando el cuerpo.
Aún con Gabrielle al lado, esperando a que se despertase, oí cómo el dragón intruso alzaba el vuelo y se alejaba, dejando atrás una Ciudad de Papel en llamas.

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