miércoles, 17 de febrero de 2016

Capítulo 9: Un ladrillo, socialmente hablando (Trent)

La noticia había volado. Se había propagado tan rápido como el fuego en el País del Papel. Todos los cristalinos habían corrido a esconderse al segundo de ver el gran pilar de humo alzándose entre las montañas y al gran dragón negro pavoneándose en él. La misma pregunta en boca de todos: ¿Guerra? Porque lo más sencillo sería pensar que habían sido los fraguanos, pero con uno de los suyos allí…¡Evan! Él estaba allí. ¿Y si le había pasado algo? Si así era, no podría enterarme de ninguna manera. Tenía que verlo, saber que estaba bien. Mandaría un mensaje de tranquilidad a mi pueblo, y partiría de inmediato a la Ciudad del Papel. Miedo me daban sus reacciones, seguro que tenían sed de venganza, y una guerra era lo último que necesitaba ahora. ¿Se podía abdicar a los 22 años?
Preparé unas mudas para varios días pues pretendía quedarme. Tenía entendido que en la Ciudad de Papel se encontraba la biblioteca más grande y con más documentos de nuestra historia, lo que me permitiría seguir con mi investigación sobre la muerte de mi hermano. Todos los historiales médicos antiguos, junto con otros documentos del año de la tos que no nos cabían, se mandaban al País de Papel para que los guardasen ellos. Allí lo encontraría, o eso esperaba. Cada vez entendía menos, y cuantas más vueltas le daba, menos entendía. Quizás en mi hábitat, en un lugar tan familiar y tranquilo como era la biblioteca, pudiese aclarar mis ideas. Recogí mis maletas (una para la ropa, otra para los “deberes de rey”), cogí a Calime y sus accesorios y me despedí de Rukar que prometió “encargarse de todo, señor, y mantenerlo informado”. Mis ilusiones por un tiempo en tranquilidad (2 horas y media, exactamente) se acabaron enseguida.
-¿A dónde vas? -preguntó mi madre que me miraba fijamente mientras yo cerraba la puerta detrás de mí.
-Al País del Papel, ya lo sabes. ¿Por qué? -ella se encogió un poco ante mi súbita brusquedad y yo me arrepentí un poquito por dentro. Pero sólo por dentro. Y sólo un poquito. 
-Pues… Curiosidad, supongo, me interesa saber dónde está mi hijo y qué hace...
-¿Ah, sí? Vaya, eso sí que es sorpresa -respondí mientras me dirigía hacia el vehículo.Todo esto era innecesariamente doloroso. ¿Por qué me seguía haciendo esto tras 5 años?
-¿Hoy tampoco es el día en el que me perdonas?
-No -susurré sin mirarle a los ojos. Lo siento.
-Ten cuidado, hijo mío -dijo después de un incómodo silencio-. Nunca me he fiado de los de abajo, demasiado fríos. Y ese método tan elitista de gobierno… No me gusta nada. Mantente alejado, no te metas en medio de nada, no hagas nada.
-¿Ese es tu consejo? Eso es lo que siempre has hecho, ¿no? Evitarlo todo, ignorarlo, así me dejaste solo, esquivando tú los problemas, pues no puedes hacer eso, hay que enfrentarse a las cosas -solté un suspiro de cansancio. Siempre igual. La misma historia. Ese día había cosas más importantes. Tenía que asegurarme de que mi verdadera familia estaba bien, y que no la iban a colgar, disparar o sucedáneos por romper el Acuerdo Puro-. Tengo que irme. Tengo cosas “reales” que hacer. Nos vemos.
-Pero un momen…
-Hasta pronto.
Y me marché, sin pensar más en ello.
El camino al País de Papel no solía hacérseme largo con un buen libro, pero esa vez mis cada vez peores visiones en las que Evan se encontraba en peligro, descubierto y/o asesinado no me dejaban concentrarme en mi lectura. La poca paciencia que me guardaba de saltar del coche e ir yo mismo corriendo se mantuvo hasta que, por fin, llegamos.
Tras las rigurosas y múltiples identificaciones, nos dejaron entrar. El lugar era muy amplio, blanco y hermoso, pero aún se percibía en el aire el olor del fuego y el caos y el desorden se estaban empezando ahora a desvanecer del ambiente. No tuve mucho tiempo para fijarme en eso, sin embargo, pues comenzó la discreta búsqueda de Evan. Tenía que ser prudente, no podía preguntar a nadie, tenía que ser cuidadoso, silencioso, como un antiguo ninja, como… ¡un gato! 
-¡Hola, Trent! -me topé con la chica de la gobernadora, la de la voz saltarina. Perfecto para pasar desapercibido-. Digo… su majestad de las Cumbres de Cristal. No sabía que ya había llegado. He escuchado que se iba a quedar unos pocos días, es perfecto…
-Sí, sí, muy bien, gracias, es que tengo asuntos que resolver, eh… -¿Filipa? ¿Fabiana? Empezaba por f seguro… ¿Federica? ¿Fidelia? ¡Felicia! (Esperaba)-. Señorita Felicia, ¿cómo lleváis el asunto del fuego? ¿Ha habido muchos heridos, muchos daños?
Su mirada me inquietaba, me estaba mirando fijamente con una no muy usual amplia sonrisa y las mejillas coloradas.
-Ehh… ¿el qué? ¿Qué fuego?... ¡Ah! ¡Ese fuego! P-pues muy bien, muy caliente… todo el mundo bien, sí.
-Bien, pues me alegro -tenía que encontrar la manera de salir de esa incómoda conversación. ¿Se había acercado o me lo había imaginado?
-Sí, yo también. Si no, qué faena. 
Lo cierto es que la alegría de esa chiquilla era admirable. Ojalá yo fuera también tan optimista.
-Bueno -saltó interrumpiendo mi silencio-, ya que está aquí y se va a quedar un tiempo... puede que haya una fiesta pronto. Para celebrar el cumple de Gabr- la Gobernadora. Aún no lo sabe, se me acaba de ocurrir, pero ¡es una buena idea! ¿No le parece? 
-Pues, creo que es -la peor idea del mundo ¿una fiesta? Qué vergüenza. ¿Tendría que hablar con gente?, pensaba para mis adentros- perfecto. Ahí estaré. Y ahora, si me disculpa, tengo que marcharme a… sí, hasta luego, un placer verla de nuevo, señorita -le hice una reverencia y, antes de que dijese algo más, escapé.
Recorrí disimulando todos los pasillos y cuanto más tiempo pasaba sin saber nada, sin verlo, más nervioso me ponía. No había visto el miedo tan cercano hasta que estuve allí, no me había planteado que le hubiese pasado algo. ¿Y si le había ocurrido algo? ¿Y si le habían descubierto? No podía pasar, ¿no? Él era bueno y a la gente buena no le pasaban cosas malas, ¿no? No me podía dejar solo. Y justo cuando mis reflexiones empezaron a volverse contra mí, vislumbré sus cabellos rubios al fondo del pasillo, apoyado en una esquina y sonriendo para sí mismo. Me dirigí hacia él lo más rápido que pude sin llamar mucho la atención. Y antes de que le diese tiempo a reconocerme, le abracé con todas mis fuerzas.
-¡Estás vivo! ¡No te han matado, Evan, no estás muerto!
-Ehh… no, no estoy muerto, no. ¿Qué haces aquí, Trent? ¿Ha pasado algo?
-¿Cómo que si ha pasado algo? Pensaba que te habrían descubierto por lo de ayer, pensaba… Uff, qué alivio -le dije, cogiéndole del hombro-. Te veo distraído, ¿aún piensas en el fuego? ¿Qué puede haber pasado? ¿Quién habrá sido? Espera, ¿estás herido?
-El fuego… -me respondió, distraído y sin parar de jugar con las manos- no hemos sido nosotros, me habrían avisado, no sé qué ha sido…
-Tienes que hablar con ellos urgentemente. Preveo una guerra y no sé quién empezará primero. Por cierto, me quedaré un tiempo por aquí, así que… -pero no me estaba escuchando. Miraba rápido por todas partes, buscando algo-. ¿Seguro que estás bien?
-No puedo más. Tengo que saber cómo está -y empezó a marcharse por los blancos pasillos del Palacio de las Letras. Estaba fuera de su hábitat, pero se le veía cómodo-. Te quedas, ¿no? Pues ya hablamos, tengo cosas que contarte...
-Pues nada, eh, yo también. Hasta luego, amigo.
Pero él ya no estaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario