miércoles, 9 de marzo de 2016

Capítulo 12: ¡Larga vida a los libros! (Trent)

El País del Papel tenía la más grande y hermosa biblioteca que había visto en mi vida. Estaba tan… llena de libros. Altas estanterías con escaleras de antigua madera, con la luz ideal para que guardara ese aura de misterio que tanto poseían los libros, pero sin impedir la lectura, tantas mesas, bancos y asientos como estanterías había, y un techo tan oscuro y alto que casi parecía noche cerrada. Te hacía sentir pequeño, insignificante, pero era a la vez cálido y acogedor. El hombre que trabajaba allí debía haberse marchado ya, pues el mostrador de la entrada estaba vacío. Y en el cristal, un mapa con un gran y brillante punto rojo en el que se leía: “Usted está aquí”. La zona que yo buscaba era una de las más profundas del laberinto, unas pocas estanterías dedicadas a las Cumbres. Y, con Calime jugando con las sombras a mi alrededor, me adentré en las cumbres de libros.
-A ver quién lo encuentra primero, compañero -él maulló.
Siempre había sentido las bibliotecas como un refugio, el hogar que no había encontrado en los palacios de las Cumbres. Si cerraba los ojos lo suficientemente fuerte, casi podía sentir a mi madre y a mi hermano a mi lado, cuando yo era tan pequeño que me perdían de vista constantemente entre las montañas de libros, cuando casi éramos una familia, cuando estábamos juntos, vivos, y yo no le guardaba rencor a mi madre. Buenos tiempos. Por la Luna, no era tan viejo como para ser tan nostálgico. Lo echaba de menos, al menos no estaba solo. También me recordaban mucho a cuando, bastantes años más tarde, encontré a Evan perdido en las Cumbres con un libro que había robado. “Estaba… Explorando” dijo. No pude resistirme a enseñarle todo lo que sabía sobre esas palabras enjauladas que me hacían volar. Siempre buscaba libros nuevos para regalarle y esperaba a que los leyese para comentarlos. Nunca volví a estar solo.
Llegué, no sin perderme varias veces antes, pero llegué. Los archivos médicos e historiales se encontraban tras una puerta al lado de los cientos de libros sobre nuestra historia y nuestro territorio. Para tener un Acuerdo que nos separaba, sabían más de nosotros que nosotros. Aunque nuestros conocimientos eran accesibles para cualquiera, esa puerta estaba protegida y cerrada por... ¡una llave! No es que fuera lo más seguro del mundo, pero era suficiente para mantener a los curiosos sin meter sus narices. Yo tenía ya mi llave, aunque nunca había tenido la necesidad de usarla desde que me la dieron. Pero entonces, fui a meterla en la cerradura. Y se rompió en diminutos trocitos.
-¡Pero qué...! -exclamé, despertando al pobre Calime, quien bostezó y se volvió a enrollar en sí mismo.
¿Me habían dado una llave falsa? Bueno, una llave… Lo que algún día aparentó ser una llave de metal se encontraba destrozada a mis pies. Y yo seguía en shock. Recapitula. ¿Quién me la había dado? No conseguía acordarme… No tenía sentido, ¿por qué no me dejarían acceder a mis propios archivos? ¿Habría sido un error? Pero, ¿cómo podía ser una llave falsa un error? Tendría que ir a hablar con Adelaida más tarde, ella se solía encargar de los asuntos de los documentos. Intenté alejar el tema de mi ya demasiado alterada mente. Y pues ya que estaba rodeado de libros…
Me acerqué a las altas estanterías a buscar algo que no hubiese leído. Había libros del clima de las Cumbres, la fauna, las antiguas guerras, diccionarios… Y uno del tamaño del gato. Y el gato estaba un poco gordo. Kemen ve di Diami-Limei, o literalmente HIstoria de las Cumbres de Cristal. ¡Qué curioso! Un libro original en Diam. Me encantaba la Historia. La de las Cumbres me la sabía casi toda, si no toda. No dudé en cogerlo y colocarlo en la mesa al lado de Cali, que volvía a estar frito. Lo abrí en una página al azar. Reyes por orden cronológico. Se veía que el libro no estaba actualizado, pues el último monarca que ahí salía era mi abuela la reina Fintea, la madre de mi padre. Todos decían que yo había sacado su serenidad y su nariz. Abrí por otra página. Una sobre el poder del pueblo. En realidad no se sabe desde cuando tenemos todas esas votaciones en nuestro reino, simplemente siempre han estado ahí. TODO se votaba. Era, como poco, entretenido. Al principio se votó quién sería el monarca, cuando él falleció, siguió su hijo; pero esto no convenció mucho al pueblo y decidieron que, cada cinco años, se votaría para decidir si cambiar de monarca o quedárselo. Así hasta el día de hoy. A mí me tocaba ese año, estaba muy nervioso. Otra página. Antiguo tren de mercancías. De eso nunca había escuchado nada. Al parecer, hace ya muchas lunas, hubo un tren que recorría el interior de todas las Cumbres y el subsuelo de la Fragua y el País del Papel, y que comunicaba los tres territorios. Ahora, obviamente, estaba en desuso y se habían quedado todos los túneles y sótanos abandonados. Uh, qué típico de la literatura detectivesca. Qué misterioso. Abrí otra página al azar.
Allí perdí la noción del tiempo. Solo me di cuenta de que se me había olvidado hacer algo al despertarme tras un pequeña siesta sobre el confortable libro de historia, en el que, ups, se me había caído un poquito la baba. Me despejé deprisa, guardé el libro agotado y, con Calime aún en su mundo onírico en brazos, me volví corriendo al Palacio. 
La discusión con la Gobernadora duró menos de lo que esperaba. Es que era tan tozuda… tanto como yo. Quizá por eso nos llevábamos tan mal. Pero eso ahora no podía importarnos. Teníamos que prevenir esta guerra. Ahora que las cosas empezaban a desenfriarse… La paz tenía que empezar por nosotros y ella debía entenderlo. Tozuda o no. Para mejorar mi día, al salir me tropecé con la chica de la Gobernadora, la alegre… ¡ya había olvidado su nombre! Fe...fe...Felicia, eso era. Y, por fin, pude volver a encerrarme en la soledad de mi habitación. Pero no estaba solo. Algo ya me esperaba allí. Sobre mi cama, una hoja arrancada de alguna parte apuñalaba mis sábanas con una daga llena de piedras preciosas. Y escrito en grandes letras aterradoras: "No te metas donde no te llaman".

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