miércoles, 27 de abril de 2016

Capítulo 17: El adiós (Evan)

       -¡Cómo no me lo habías contado antes! ¿Por qué no me lo has dicho? -Gabrielle estaba enfurecida y podía ver cómo, poco a poco, su cara se volvía cada vez más roja.
       Estaba en shock, mi cerebro se había parado y no podía pensar. Hice un esfuerzo descomunal para responder a su pregunta.
      -No sabía que esto iba a acabar así -le contesté con expresión apaciguadora, intentando calmarla pero no había manera-. Me enviaron por obligación.
Gabrielle entrecerró los ojos y bajó el tono de voz, lo que me pareció aún más amenazante.
      -¿Te obligaron? -hizo una pausa, casi pude ver cómo los engranajes de su cerebro funcionaban a la velocidad de la luz- ¿Te han mandado aquí para espiar?
      -¿Qué…? No, no, no. Yo… -intenté responder. Notaba un incipiente dolor de cabeza que por cada minuto que pasaba se hacía más insistente.
       -¡TE HAN ENVIADO PARA ESPIAR A MI PAÍS! –Gabrielle estalló, su cara era la pura expresión de la ira, sus brazos estaban a ambos lados de su cuerpo, tensos, como si de un momento a otro me fuese a dar un puñetazo en la cara- ¡CÓMO OS HABÉIS ATREVIDO! ¡ESTO ES IMPERDONABLE! 
      En medio de toda la reprimenda que me estaba dando, sus ojos se abrieron un poco dándome a entender que se había acordado de algo.
       -¿No estabas tan interesado por mi colgante? -se llevó las manos al cuello y forcejeó un rato con el enganche. Al ver que no podía me acerqué para ayudarla- Ni te acerques -me advirtió mientras me clavaba una mirada asesina. Retrocedí el paso que había dado. Al final, harta de no poder quitarse el collar, se lo arrancó de un tirón, destrozando el enganche y haciendo una mueca de dolor. Me lo tiró a la cara pero lo intercepté antes de que me golpease.
       Gabrielle se dio media vuelta con los ojos llenos de furia y yo me quedé allí plantado, sin saber muy bien qué hacer. Al cabo de un minuto, después de analizar la situación y de estar con la mirada clavada en el collar, me di media vuelta yo también y me fui a mi habitación.
      Conforme la distancia entre mi cama y yo se iba haciendo más pequeña un enfado irracional me empezó a subir desde la barriga, a través del pecho hasta llegar a la cabeza. Cerré los puños con tanta fuerza que me empecé a clavar las uñas en las palmas de las manos. Cuando entré en los pasillos de los dormitorios, golpeé la pared con mi puño derecho (el que no tenía el colgante). Mi creciente ira hizo que cuando entrase a mi habitación cerrase la puerta con un golpe que hizo toda la pared temblar.
         Tiré el colgante en la cama y empecé a caminar por la habitación mientras me pasaba las manos por el pelo esperando que eso me calmase, pero no lo conseguía. Harto, le di un puñetazo al armario de madera cuya puerta se abrió del golpe. Intenté cerrarla pero se volvió a abrir, lo volví a intentar pero se resistía, al final le pegué un manotazo que hizo que se abriera aún más, burlándose de mí.
         Me senté en la cama e intenté racionalizar mi ira. ¿Estaba enfadado con Gabrielle? Sí, por supuesto que sí. Estaba grabado a fuego todo lo que había dicho sobre el Reino de la Fragua en mí corazón. Pero ¿estaba enfadado con ella solo por eso? En el País del Papel la mayoría de las personas odiaban a los fraguanos, podía entender que hubiese dicho eso. Había crecido con esa creencia y sabía perfectamente lo que yo pensaría de los del Papel si no hubiese conocido a Trent. Entonces no estaba enfadado con ella. Me restregué la cara con las manos. Cansancio. ¿Y con quién estaba enfadado? ¿Conmigo mismo? Puede… Sí, era yo mismo quien me cabreaba. No había sido capaz de mantener mi secreto, ¿tan inútil era? ¿Por qué me mandaron a mí a esta misión? ¿No lo podría haber hecho otro? Giré mi cabeza y mi mirada se encontró con la reliquia que estaba buscando, el colgante de Gabrielle. De repente algo se encendió en mi cabeza. Ya había terminado lo que tenía que hacer. Ya tenía la reliquia. Tenía que irme de allí ya, antes de que Gabrielle decidiese llamar a los guardias para arrestarme por traicionar el Acuerdo Puro y… ejecutarme. Sin pensármelo dos veces cogí un papel y un boli y empecé a escribir:

        Oxgorovda (honorable) Draacar Superior:

       Ya he encontrado la reliquia que estábamos buscando. Mi misión ha terminado pero me temo que me han descubierto. Por esta razón tendré que partir cuanto antes del País del Papel. Cuando usted esté leyendo esta carta yo ya estaré fuera de la Ciudad de Papel.

        Edovdexovdo,

        Evan Karian.

       Doblé la carta todo lo que pude, la envolví con elpur y la quemé. Salió una llamarada azul y la carta desapareció.
     Abrí el armario, saqué la mochila con la que vine el primer día y metí todas mis pertenencias: la ropa y la cajita de entrada (sí, no me había llevado mucho equipaje). Cerré la cremallera y me la eché al hombro. Justo antes de salir por la puerta me paré. Giré la cabeza y eché el último vistazo a mi habitación. Noté que algo me agarraba el corazón pero lo deseché al instante. No iba a sentir pena ahora, tenía que marcharme. Así que me acomodé la mochila y cerré la puerta.
      Estaba ya por el pasillo central cuando vi a Trent. Su mirada se clavó en mi mochila y me mandó una pregunta silenciosa que yo supe interpretar.
      -Me tengo ir -le contesté mirando hacia abajo-. Gabrielle ha descubierto que tengo los ojos verdes.
      Parecía irónico que me tuviera que marchar del País del Papel solo por el color de mis ojos. Ese pensamiento consiguió que una risa sarcástica, más parecida a un jadeo, saliese de mi boca. Levanté mi mirada hacia Trent y él mismo pudo comprobar que mis ojos ya tenían su color natural. Me miró fija y largamente y durante ese tiempo se me pasó por la cabeza en qué estaría pensando Trent en ese mismo momento.
       -Tienes razón -dijo después de dar un largo suspiro-, lo más sensato sería marcharse.
      Sus labios formaron una media sonrisa con algunas manchas de tristeza. Me acerqué y le di un fuerte abrazo. Durante mi estancia allí no tuve tiempo de pasar mucho tiempo con él. Era uno de los pocos amigos de verdad que tenía y me dolía que no tuviéramos tiempo para hablar con tranquilidad.
      -Ten cuidado en el viaje, Evan -me advirtió Trent, después de separarnos.
      -Descuida, Trent -le contesté, añadiendo la mejor sonrisa que pude hacer.
     Seguí andando por el pasillo hasta que llegué a la puerta de entrada al Palacio de las Letras. “Una vez que cruce estas puertas no volveré aquí” pensé cuando apoyé mi mano en el pomo de la enorme puerta. Me giré y eché el último vistazo a los pasillos. Algo me pinchó en el corazón al recordar que no volvería a ver a Gabrielle, pero lo ignoré y deseché todos los recuerdos recientes que me vinieron a la cabeza. Y, sin pensármelo mucho más, giré el pomo y me fui, sin despedirme de nadie salvo de Trent.

martes, 19 de abril de 2016

Capítulo 16: Cómo arruinar tu 18 cumpleaños desde el minuto uno (Gabrielle)


        Felicia me metió en el vestidor casi (sin casi) a la fuerza.
      -¡Y te pones el vestido más bonito que tengas! ¡Nada blanco, sosa! -me gritó ella con toda la fuerza de sus pulmones.
     -¿Por qué siempre tengo que soportar todas tus extrañas “peticiones”? -pregunté quitándome la blusa y colocándome un vestido rojo que Felicia me había regalado hacía apenas un mes.
     -Porque me adoras. Y en el fondo siempre tengo la razón -contestó Felicia entrando sin reparos en mi vestidor-. Menos mal que has elegido el vestido rojo. Es tan bonito que me siento tentada a arrancártelo y ponérmelo yo. A mí me quedaría mucho mejor. Yo al menos tengo curvas que lucir.
     Yo me limité a sacarle la lengua y a “ordenarle” que me abrochara los botones de la espalda. Felicia era la persona menos disimulada que había conocido en mi vida. Mañana alcanzaría la mayoría de edad y misteriosamente mi mejor amiga me obligaba a arreglarme. Qué poco sutil. 
      -Y… ¿a dónde debería de dirigirme con este vestido rojo, mi querida Feli? -dije con sorna.
       -Mmm... ¿Al salón de bailes? Digo yo… -contestó Felicia guiñándome un ojo y arrastrándome fuera de mi habitación.
     -¿No me acompañas? -pregunté indecisa de si aceptar la "petición" de Felicia.
      -No, yo voy a por mi cita de esta noche. Tú vas a la sala de baile y te buscas una. Yo ya te he puesto el vestido -me mandó ella mientras salía corriendo por la puerta y se perdía por el pasillo.
        -¡Está bien! -le grité ya sin esperar que me contestara.
      Después de unos segundos me moví de la puerta y fui hasta la sala de baile. 
Llegué hasta la entrada de la sala y esperé unos segundos. Se oía un murmullo desde dentro. Me atusé el pelo y alisé las arrugas del vestido. Di un largo suspiro y abrí las puertas lentamente.
      -¡SORPRESA! -gritó aquella multitud que era dirigida (cómo no) por mi amiga Feli que tenía agarrado del brazo a un incómodo Trent que no quería ni mirarme a los ojos. ¿Aquello que tenía en la cabeza era una gato con pajarita?
      -¡Madre mía! ¡Gracias! ¡No me lo esperaba para nada! -grité entusiasmada. 
     -Gabri, lo he organizado todo yo. Bueno, yo y los organizadores del Palacio de las Letras. Pero, principalmente lo he hecho yo solita -dijo Felicia acercándose a mí y sonriente, me cogió del brazo y me arrastró con ella al centro del salón de baile-. Ya ha llegado la cumpleañera. ¡Todos a pasárselo bien!
     Todos los invitados armaron un pequeño  escándalo y empezaron a esparcirse por la sala. Algunos empezaron un baile y otros atacaron directamente a la mesa llena de todos mis platos favoritos, que había en el lado izquierdo del salon. 
      Cuando quise darme la vuelta, Felicia ya había desaparecido y se encontraba arrastrando a Trent hacia la zona de baile. Estaba claro que ella no iba a desaprovechar semejante oportunidad.
      -¿Gabrielle? -me giré hasta dar con la persona que me hablaba-. No te veo muy animada para ser la protagonista de una fiesta tan importante.
        -Evan, no soy muy de fiestas que digamos. Felicia es un espécimen raro de habitante del País del Papel. La mayoría de estas personas preferirían estar en sus casas leyendo tranquilamente. Me incluyo en ese conjunto de personas -contesté respondiendo a la enorme sonrisa que él tenía en su rostro.
      -Oh, entonces mejor te dejo tranquila, o puedes bailar conmigo e intentar pasarlo bien en esta increíble fiesta de cumpleaños que tu amiga ha preparado con la mejor intención -me dijo alzando una ceja y tendiéndome la mano.
       -¿Me invitas a bailar? Qué cliché tan horroroso -contesté con sarcasmo. No se lo iba a poner fácil.
      -No te invito a bailar. Intento que no estés sola y aburrida el resto de la fiesta. ¿Me entiendes? -en ese momento su sonrisa se hizo más grande y me miró con diversión.
      -Por favor… Adiós, Evan. Un placer hablar contigo -contesté dándome la vuelta y acercándome hacia uno de los alumnos que había entrado nuevo este año al Palacio de las Letras. El chico me miró con curiosidad y luego me sonrió socarronamente.
      -Gobernadora, es un verdadero placer asistir a la celebración de vuestro décimo octavo cumpleaños. Me alegra comprobar que nuestra líder es tan joven y hermosa como dicen -me dijo el chico como si hubiera planeado esa conversación millones de veces. Me volvió a sonreír y sus ojos marrones brillaron con alegría y orgullo hacia sí mismo. El chico estaba enamorado de sí mismo, eso estaba claro.
      -Aja, muchas gracias, ¿Te apetece bailar, mmm…? ¿ Cuál es tu nombre? -le pregunté sin prestarle mucha atención. Ví cómo su sonrisa flaqueó un momento y luego volvió a su lugar.
     -Amir. Me alagaría mucho que bailárais conmigo, Gobernadora -contestó el chico ofreciéndome su brazo.
      Llegamos hasta la pista de baile donde todas las personas se apartaron para dejarnos bailar, las pequeñas reverencias que todo el mundo me daba me dejaron desconcertada. Hacía demasiado tiempo que alguien me trataba como se supone que se debe de tratar a una Gobernadora.
      -Sois muy hermosa, Gabrielle Irdania -dijo el chico mientras empezábamos a bailar.
      -Gracias, ¿cómo sabéis mi apellido? -le pregunté mientras intentaba seguir sus movimientos. Había tomado clases de danza hacía unos dos años. cuando llegué al poder. ¿Cómo había conseguido olvidarlo todo?
      -Cuando supe que había sido admitido en el Palacio de las Letras intenté averiguar todo lo que pudiera sobre ti. También sé que os pasásteis toda vuestra infancia preparándoos para el examen de admisión. Que vuestra madre y vuestro padre también vinieron al Palacio y que habéis sido la Gobernadora más joven que ha habido en la historia de nuestro país -el chico me dirigió otra sonrisa de suficiencia, como si saber aquello le otorgara alguna cualidad má que la de parecer algo acosador. Sin embargo aquello hizo que me acordara de algo de máxima importancia: mis padres. 
        Bailé unos minutos más con Amir y luego salí corriendo en busca de mi familia. Llevaba casi tres meses sin verlos. Al final los vi al lado de la mesa con la fuente de chocolate y salí, prácticamente, corriendo hasta allí.
        -¡Mamá! ¡Papá! -salté a los brazos de mi padre y me apretó contra él.
      -Mi Gabri, qué grande que eres. ¡Dieciocho años no se cumplen todos los días! -dijo mi padre. Me solté y abracé a mi madre con el mismo ímpetu.
     -Elle, cosita, estás guapísima. Te he echado muchísimo de menos. ¡Y lo preocupados que nos tenias! ¡Un incendio! Por nada más y nada menos que un dragón, ¡válgame dios! Algún día esos bárbaros recibirán su castigo. Sí, señor -mi madre me acarició la mejilla unos segundos y luego se giró hasta mirar a mi hermano-. Ashton se pasó gritando y pataleando toda la noche del ataque. Te echa mucho de menos, Elle. ¿Qué tengo que hacer para que mi niña vuelva a casa?
      -Mamá, esto ya lo hemos hablado. No voy a dejar de gobernar, menos aún en un momento así -me separé de mi madre y me acerqué a mi hermano de once años que me miró con enfado-. ¿Y a ti qué te pasa? ¿No te alegras de verme?
       -Ya, claro, yo tengo que estar contento y calladito en casa mientras tú te andas peleando con dragones. O más bien desmayando con dragones.
        -¿Quién os lo ha contado? -pregunté.
       -Un señor muy majo vino y nos lo contó todo. Lo de tu desmayo, y lo de ese chico que te salvó la vida. Chico al que quiero conocer ahora mismo y darle las gracias personalmente. ¿Dónde está? -preguntó mi madre mirando por encima de mi hombro.
       -¡Mamá! No, por favor. Suficiente fue ya tener que darle las gracias, como para que vayas tú y aumentes su ya enorme ego -le dije a mi madre con reproche.
       -Por Dios, Elle, compórtate como la líder que eres, dime quién es ese chico y sonríe que si frunces el ceño te saldrán arrugas -contestó ella-. Te lo preguntaré una última vez, ¿quién es?
     -Mamá… -le dirigí una última mirada lastimera, que no sirvió de nada-. Está bien, es el chico rubio al que Felicia está acosando ahora mismo.
      Mi familia no tardó más de cinco segundos en encontrar a Evan con la mirada e ir hasta él. Yo tardé unos segundos en darme cuenta de que, como no fuera hasta allí, probablemente mis padres harían algo lo suficientemente vergonzoso como para que me escondiera en la biblioteca del Palacio de las Letras durante los próximos… veinte años de mi vida.
        -¡Mamá! -dije cuando llegué.
      -Elle, compórtate -mi madre me lanzó una mirada severa y se giró hacia Evan-. Así que tu eres el chico que salvó a mi Gabrielle.
       -Eeeeh… ¿Cuándo? ¿Tu Gabrielle? ¿Salvar? -dijo Evan mirándome con los ojos abiertos como platos.
        -Evan, te presento a mi… madre -dije cabizbaja.
        -Oh, en ese caso, sí, yo… Yo le salvé la vida… Más o menos -contestó Evan sonriendo de repente.
        -Por  favor, no fue para tanto. Solo te metiste un poquito entre las llamas -contesté poniendo los ojos en blanco.
     -¡Sí que es para tanto! ¡Gabrielle! Te estás comportando como una niña -me dijo mi madre-. Evan, estoy enormemente agradecida por lo que has hecho por mi hija. Aunque ella no te lo haya reconocido, yo se que te está muy agradecida por ello.
-Gracias, señora  Irdania. Ha sido un placer conocerla -dijo Evan yéndose. 
Me lo quedé mirando unos segundos mientras se marchaba. Había tratado bien a mi madre. Eso era un punto a su favor. 
-Es muy guapo. Muy, muy guapo -me susurró mi madre-. ¡Felicia, cariño! ¿Qué tal esta mi otra niña?
Mi madre y Felicia se fueron del brazo en dirección a la mesa de chocolate. Mi padre la siguió y mi hermano se limitó a sacarme la lengua y salir corriendo detrás de una niña a la que no había visto en mi vida. Volví a mirar a Evan, estaba apoyado en una pared. Me acerque hasta él.
-Evan… -él giró su cabeza y me miró con otra de esas sonrisas  que solo podía definir como suyas-. Siento que mi madre te haya ido a molestar.
      -No pasa nada, es lo más entretenido que me ha pasado en toda la noche -me contestó.
      -Oh, en ese caso será mejor que vengas a bailar conmigo -dije sonriendo.
     -Eso sin duda hará tu cumpleaños mucho más entretenido -respondió Evan dándome la mano y llevándome a la pista de baile.
       Vi cómo mi madre me sonreía desde una esquina de la pista y cómo Felicia le arrancaba de los brazos un gato a Trent. El gato huyó hacia debajo de una mesa y yo decidí no preguntar por ello.
    -¿Evan? ¿Te gusta el Palacio de las Letras? -le pregunté mientras nos preparábamos para empezar a bailar. Una nueva canción empezaba a sonar y comenzamos a bailar. La canción me resultaba muy familiar pero no supe ubicarla. El baile me resultó más sencillo esta vez, los movimientos eran menos robóticos, más naturales.
     -Bueno, es diferente a mi casa. Aquí todo el mundo es más… hiperactivo, todos hacen cosas todo el rato. Parece que no descanséis -me contestó sonriendo. Solté una carcajada.
     -Lo dices como si vinieras de otro planeta... -dije cuando conseguí contener la risa.
    -Nada más lejos de la realidad -me contestó. De repente ya no parecía tan contento como antes.
       -Oh, por favor, ¿Ahora eres una especie de alienígena? -me burlé de él.
     -A lo mejor, quién sabe -dijo él volviendo a sonreír. Nuestra conversación resultó derivar a lo genial que sería que un montón de meteoritos aparecieran de la nada y agujerearan la pista de baile, o lo maravilloso que sería que (por alguna razón incomprensible para mí en esos momentos) los gatos se hicieran con el poder de todo el universo.
     -Piénsalo bien, los gatos solo piensan en tomar leche y dormir. Serían unos líderes estupendos. Podríamos dormir todo el día, nada de levantarse para ir a clase… Lo que daría yo por un mundo así -me dijo. 
    -¿Gatos? ¿En serio? ¿Qué clase de loco psicópata piensa que los gatos pueden gobernar el mundo? -le pregunté arrugando la nariz.
     -Trent opina que los gatos son los mejores seres del universo -me contestó él imitando mi gesto de arrugar la nariz. Solo que en Evan quedó mucho más adorable.
    -Oh, Trent... tenéis una extraña relación. Algún día me lo tendrás que explicar. Parece como si fuera tu madre, o tu amante -le contesté con una risa. Evan se rió conmigo.
    -Claro, porque Trent y yo estamos terriblemente enamorados -dijo poniendo los ojos en blanco y con sarcasmo.
    Volvimos a reír y seguimos bailando un rato más hasta que Felicia me separó de él bruscamente y empezó a realizar una extraña danza a la que ni yo puedo denominar como baile.
    -Feli, yo te quiero, pero te juro que soy incapaz de entenderte -le dije.
   -No lo entiendes, necesito que me cuentes por qué llevas abrazada a Evan desde hace una hora. Sobre todo por el hecho de que tu madre está preocupada por ti y porque Trent no para de dirigiros miradas de extrañeza y así no voy a poder… Bueno, ya sabes -me contestó Felicia rodando los ojos.
    Empecé a bailar junto a Feli en un intento por seguir su extraña demostración de baile. Al cabo de un rato me giré hasta mirar a Evan y a Trent que bailaban a su aire mientras hablaban, una corriente de angustia me recorrió la columna vertebral.  ¿Estaba celosa de la confianza que parecían tener?
    -¿Tú crees que tengo posibilidades con Evan? -le pregunté a Felicia haciendo un pequeño puchero.
    -Sí, vamos, eres tú. Gobernadora Gabrielle Irdania, la más joven e inteligente que ha estado al frente del país. Quién no quisiera estar a tu lado… En fin, al parecer yo no sé mucho de hombres. Creía que Trent y yo habíamos empezado a congeniar, pero ahora pasa de mí. ¿Quién era el chico con el que bailaste al principio? Era guapo, a lo mejor me vale como entretenimiento -me dijo Felicia imitando mi gesto anterior.
     La voz de Resnt, el Guardián de Llaves del Palacio, inundó toda la sala de baile.
     -Ha sido una velada maravillosa, pero he de anunciar que ya son las doce y, por tanto, la Gobernadora ya tiene oficialmente 18 años. Un fuerte aplauso, por favor -todas las personas allí congregadas respondieron a la orden de Resnt con fervor. Hice una pequeña reverencia y lancé un par de besos. Lo cierto es que aquello era divertido. ¿Qué habrían hecho estas personas para merecer estar en la celebracion de mi decimoctavo cumpleños? ¿Descubrir la cura para alguna enfermedad? ¿Tener algún título? Definitivamente, yo, no tenía tantos amigos-. ¡Que alguien traiga la tarta!
    Unos trabajadores del Palacio trajeron una enorme tarta de chocolate con extremo cuidado. La tarta, de como mínimo cuatro pisos, se tambaleaba con cada torpe movimiento. Me acerqué acompañada por Felicia hasta allí. Menos mal que habían venido tantas personas. Yo tardaría años en comerme toda la tarta, incluso contando con la ayuda de la golosa de Felicia.
     -Antes de nada, -comenzó Adelaida, una de las consejeras de palacio- es hora de entregar los regalos.
      Todo el mundo pareció encantado con la idea de Adelaida y correteó (lo cual causó varias caídas) hasta encontrar los regalos. En poco tiempo yo no era más que un cuerpecito entre un montón de cajas. Cada vez me empezaba a gustar más toda aquella asistencia a mi cumpleaños. Comencé a abrir los regalos: ropa, colonias, libros, zapatos, maquillaje, joyas… El último regalo venía envuelto en una pequeña cajita de terciopelo rojo. Era un colgante con una hermosa piedra roja que deslumbraba, era precioso. La joya más bonita que había visto en mi vida. Sin dudarlo hice que Felicia me lo atara al cuello. Uno de los trabajadores encendió las velas de la tarta y sentí que aquella piedra se iluminaba igual que yo. Busqué a Evan con la mirada. Ya sabía qué deseo pedir. En el instante en el que empecé a tomar aire para soplar las velas, mi mirada se conectó con la de Evan que había estado mirando fijamente mi colgante. ¿Qué le sucedía en los ojos? Parecía que estuvieran cambiando de color. Efectivamente, en apenas un segundo ya no eran azules, sino verdes. Yo no entendía nada. En el País del Papel nadie, jamás, ha tenido los ojos verdes. Los ojos verdes solo los tienen los Draacars, y los Draacars solo están en el reino de la Fragua. Y Evan era fuerte y no se caía nunca, y se sentía como un extraño en el Palacio de las Letras, y ahora tenía los ojos verdes. Y, como por arte de magia, todo encajó. Evan era del Reino de la Fragua y mi deber era ordenar su ejecución.
     Terminé de soplar las velas. Todo el mundo me felicitó. Feli se fue a bailar con Trent y yo agarré a Evan del brazo y lo arrastré con fuerza hasta salir de la sala de baile. Mi confusión pasó a la rabia.

martes, 12 de abril de 2016

Capítulo 15: Hablar está sobrevalorado (Trent)

   No hizo falta llamar a la puerta de esa gran sala del Palacio de las Letras para que abrieran, ya me conocían. Encontré a Gabrielle al lado de uno de los oscuros y formales escritorios que ocupaban toda la sala, al parecer discutía con Adelaida sobre unos papeles que tenía en la mano. Mientras esperaba a que terminasen de hablar, aproveché para preguntar por la llave de la sala de los informes. No iba a dejarme asustar por una nota amenazadora en mi propia habitación con un cuchillo muy profesionalmente afilado. No, iba a descubrir qué pasaba.  Me dirigí a uno de los mostradores de la entrada, en el que un chico de sonrisa brillante abandonó todo lo que hacía en un segundo y me preguntó con entusiasmo:
      -¿En qué puedo ayudaros, su majestad de las Cumbres de las Cristal?
    Se lo conté mientras dejaba caer en la mesa algunos trocitos de la “llave”. Él abrió los ojos tanto que me empezó a recordar a una adorable ardillita.
     -Lo siento muchísimo, no sé qué puede haber pasado, mi señor. Yo… -soltó una risa nerviosa, como si tuviese miedo de que le fuese a fulminar con rayos en los ojos - no me encargo de eso, mi señor, pero podría llamar a mi superiora, la señora Adelaida, anda por aquí cerca. No os preocupéis -se empezó a levantar de su silla.
       Entonces, mi inconsciente reaccionó antes que yo.
    -¡No! No pasa nada, no importa, puedo esperar. No la moleste, tendrá cosas más importantes que hacer, con el ataque y todo…eso… -muy bien, “rey”, se te ve tranquilo-. Gracias, señor… -miré la plaquita de su mesa- Fra-Facnre -yo tenía un don para los nombres.
     Sólo mientras volvía a hablar con la Gobernadora, me di cuenta de lo que había hecho. ¿Por qué había rechazado la ayuda de la consejera sin siquiera pensarlo? Lo cierto, es que prefería encargarme de esto yo solo. Y Adelaida, por alguna razón, no me daba buena espina. Sería su pelo, siempre lo llevaba tan… pegado a la cabeza. No me fiaba de ella. Pero ni sabía por qué ni me me había dado cuenta hasta entonces. Tan distraído iba que no me di cuenta de que había llegado a mi destino hasta que me choqué con él. 
    -¿Cómo es, Trent, que siempre acabáis consiguiendo invadir mi espacio personal? - me dijo Gabrielle, un poco molesta.
   -Yo, mmm… Lo siento, soy un poco distraído -recupera esa compostura, enciende el modo “rey”.
     -Ni que lo digáis. Bueno, ¿qué pasa por vuestra mente? ¿Qué ocurre?
    -Es sobre el ataque y la Fragua -ella suspiró- sé que la situación es un poco tensa en este momento...
    -¿Tensa? Nos mandaron dragones, ¡quemaron nuestra ciudad! Esto es algo más que una situación “tensa”, esto es la guerra.
    -Pero no lo sabemos realmente, no hay muchas posibilidades, claro, de hecho, es el único territorio que posee dragones… Pero, hay algo que no me cuadra, creo que la solución es hablarlo.
    -Lo hablaremos, pero con armas, con las vuestras. ¡No pueden salir indemnes de esto!
    -No conviene una guerra ahora, ni nunca. Vayamos a hablar con ellos, convoquemos una reunión con la Mesa de Fuego. Si nos reciben, es que quieren hablar.
    -O matarnos.
   -Bueno, pero seamos positivos. Se lo...ruego -debí poner una cara convincente o le di pena.
    -Lo consideraré. 
    -Gracias. Es lo mejor para nuestros reinos - empezó a refunfuñar. - Tu país y mi reino.
    -Ya, ya veremos… Por cierto, Felicia te anda buscando, algo de una sorpresa y de bailar juntos -me dijo con las cejas muy arqueadas y riéndose- tan sutil.
     De vuelta en la biblioteca, le planté cara a la puerta de la salita con varias horquillas y todo lo que había podido encontrar por mi habitación con pinta de abrir puertas, mi “kit ninja”. Ya había hecho esto antes, pero por si acaso fallaba. Para mi satisfacción y enfado, la puerta no tardó en abrirse más que Cali en dormirse. ¿Con qué clase de seguridad guardaban nuestros archivos? O confiaban mucho en sus ciudadanos o no se preocupaban por esto. Cualquier individuo con ganas de saber y un par de horquillas podría entrar. Entonces iba a entrar, pero luego hablaría con ellos. ¡Sin falta! 
     La sala no era muy grande, pero el espacio que tenía estaba bien aprovechado. Cada milímetro estaba ocupado por esos archivos y cajones grises de oficina. El aire embotaba los sentidos con ese olor a cerrado y a polvo que lo cubría todo con capa gorda. La búsqueda iba a ser rápida, estaba organizado cronológicamente. No dudé con la fecha, ese final de otoño de hace 5 años cuando lo perdí todo. Me acordaba bien de ese día. Me acordaba, sobre todo, de los detalles más ridículos. Estaban empezando a caer las primeras nieves y el frío enrojecía ya las narices de todos los cristalinos. Siempre me había gustado la nieve. Me gustaba verla desde el pico más alto de las Cumbres. Una página en blanco lo cubría todo, lo limpiaba, lo embellecía. Pero ese día fue diferente. Hacía frío, tanto frío que mi madre decidió sacar el chocolate de donde lo escondía de mí y calentarlo un poco para Zaf, que hacía días que no dormía y casi ni hablaba, para mí, incluso para nuestros trabajadores, para Rukar, mi ayudante, que ya por entonces andaba con sus llamativos cabellos platinos por casa: era hijo de uno de los mejores consejeros de la familia. Chocolate para todos. Para olvidar la muerte de mi padre la semana interior. Para cubrirlo todo cual nieve. Recuerdo haber cogido la taza roja y haberla desportillado con el canto de la mesa de la salita. Recuerdo que tuve que meter las plantitas de mi balcón en mi habitación porque se estaban volando. Recuerdo las sombras que hacía, el entonces cachorro, Calime al pasearse delante de la chimenea buscando el sitio más calentito. Y recuerdo cuando mi hermano se fue diciendo que le habían convocado a una reunión de última hora, y lo vi por última vez. Tantas cosas se quedaron sin decir.
Encontré su carpeta enseguida. Con una etiquetita con su nombre casi ilegible. Todos sus datos ocupaban sólo la primera hoja. Quién era, su historial, dónde lo habían encontrado, en qué momento, quiénes se habían encargado de sacarlo, llevarlo… Toda la vida de mi hermano resumida en unas hojas llenas de polvo escondidas en una salita de otro país. Encontré el informe:
        “El cuerpo sin vida ha sido hallado a las 3.04 horas en pésimas condiciones como se señaló anteriormente, nada fuera de lo común dadas las circunstancias del fallecimiento. Como cuadro lesional tenemos un fuerte impacto en la zona occipital del cráneo, dislocaciones y fracturas en la tibia derecha, el húmero, el fémur y el hombro derechos, lo cual indica que el cuerpo cayó sobre el costado derecho. Se trata del caso de un hombre cristalino, de veinticuatro años de edad al momento del deceso, quien aparentemente falleció el día 16 del mes de la hoja producto del impacto del cuerpo contra una roca o el suelo”.
       Iba a vomitar. Casi no podía respirar. Tenía que seguir leyendo. Por mi hermano.
       “Encontramos rasguños y desgarros por toda la piel y restos de tierra y vegetación que se corresponden con el lugar en el que fue encontrado el cadáver.
     Con respecto a la indumentaria, el joven de sexo masculino vestía unos pantalones azules, que se encuentran desgarrados posiblemente a causa de la caída, una camiseta negra y una chaqueta negra, todo en la misma magullada situación. No se han encontrado objetos destacables en los bolsillos, solo dos pañuelos de papel usados, un bolígrafo azul y una hoja de cuaderno con el dibujo de un topo. 
      Descartamos la primera hipótesis de suicidio pues el cuerpo muestra marcas de suela de zapato en el dorso de las dos manos, así como rastros de tierra en las uñas. Todo apunta a que la víctima pudo haberse agarrado al borde del precipicio por donde cayó. Los signos de violencia señalan una la posible resistencia hacia una segunda persona”.
      Al lado de estas frases se encontraba un papel amarillo fosforito pegado. “Urgente. Informen a la inspectora de este hecho. Posible homicidio”.
       No podía ser, nadie nos había dicho nada. Nos habían confirmado, de hecho, que había sido un suicidio, que se había tirado. Esto lo cambiaba todo y, al mismo tiempo, no cambiaba nada. ¿Qué pasó, Zaf, qué pasó?  La sala era demasiado pequeña, necesitaba respirar.  Cali empezó a maullar intranquilo. Tenía que salir. Aire. Salí corriendo de la biblioteca sin cerrar siquiera la puerta. Me quedé apoyado en la puerta, apático. Si no me movía, nada pasaba. Las preguntas no paraban de girar en mi cabeza: ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Quién? Porque estaba claro que alguien lo había empujado. ¿Habría aguantado colgado mucho mientras le pisoteaban las manos? ¿En qué pensó mientras caía? ¿Le dio tiempo a acordarse de mí, de nuestra familia antes de todo lo que había pasado? ¿Gritó? ¿Escucharía alguien sus gritos? ¿Le dolió? Nunca lo había pensado. Para. Respira. Cerré los ojos.
       -¡Trent! Justo a usted le buscaba. Mire, le cuento, ¿está dormido?
    -No, qué más quisiera. Sólo… pensaba. Eh, -¿Felicia? Sí, estaba tan cansado de repente... -Felicia, puedes tutearme, ¿vale? No me apetece saber de formalidades y reyes en este momento.
    Ella lució sorprendida. Mucho. ¿Tan antisocial solía mostrarme? Se le cayó la boca abierta y los ojos casi se le salían. Se había puesto roja.
      -Claro… Trent -y sonrió. Enseguida volvió al combate-. Mira, te cuento, es que le voy a hacer una fiesta sorpresa a Gabrielle por su 18 cumpleaños en unos días. Bueno, que ya no es muy sorpresa, pero no pasa nada, ella casi ni lo sabe. Va a ser muy divertido, ya verás. Estás invitado. Tienes que ponerte traje, algo formal, a ver, si no quieres no, no hace falta. ¡Ponte lo que te apetezca! A mí me gusta el azul. Solo lo digo. Creo que te quedaría bien -respiró-. En realidad, quería pedirte algo. Supongo que no tienes pareja para ir, porque te acabo de invitar. Yo tampoco, así que había pensado que podríamos ir… ¿juntos?
     Espera, ¿qué? Mi mente ya dispersa y dormida de antes se perdió a la mitad. 
      -Sí, claro, por qué no -Cali me escaló entero hasta llegar a mi hombro y yo lo miré.
      -El minino también puede venir, si quiere, pero también tendrá que ir de etiqueta. ¡Pues perfecto! ¡Te paso a recoger! Ya hablamos -se me lanzó en un abrazo muy energético y se fue gritando: “¡poneos guapos!”
     Me había dejado sin la energía que me quedaba. Ya no podía pensar. Casi iba a darle las gracias. No podía más. Llegué a mi habitación arrastrándome y me caí en la cama, tirando la nota y el cuchillo al suelo. Otra vez tendría que cambiar las sábanas acuchilladas, qué manía. Ya me daba igual. 
     Para la curiosidad, la nota rezaba: "Ya no puedes salir. Estás dentro".