martes, 19 de abril de 2016

Capítulo 16: Cómo arruinar tu 18 cumpleaños desde el minuto uno (Gabrielle)


        Felicia me metió en el vestidor casi (sin casi) a la fuerza.
      -¡Y te pones el vestido más bonito que tengas! ¡Nada blanco, sosa! -me gritó ella con toda la fuerza de sus pulmones.
     -¿Por qué siempre tengo que soportar todas tus extrañas “peticiones”? -pregunté quitándome la blusa y colocándome un vestido rojo que Felicia me había regalado hacía apenas un mes.
     -Porque me adoras. Y en el fondo siempre tengo la razón -contestó Felicia entrando sin reparos en mi vestidor-. Menos mal que has elegido el vestido rojo. Es tan bonito que me siento tentada a arrancártelo y ponérmelo yo. A mí me quedaría mucho mejor. Yo al menos tengo curvas que lucir.
     Yo me limité a sacarle la lengua y a “ordenarle” que me abrochara los botones de la espalda. Felicia era la persona menos disimulada que había conocido en mi vida. Mañana alcanzaría la mayoría de edad y misteriosamente mi mejor amiga me obligaba a arreglarme. Qué poco sutil. 
      -Y… ¿a dónde debería de dirigirme con este vestido rojo, mi querida Feli? -dije con sorna.
       -Mmm... ¿Al salón de bailes? Digo yo… -contestó Felicia guiñándome un ojo y arrastrándome fuera de mi habitación.
     -¿No me acompañas? -pregunté indecisa de si aceptar la "petición" de Felicia.
      -No, yo voy a por mi cita de esta noche. Tú vas a la sala de baile y te buscas una. Yo ya te he puesto el vestido -me mandó ella mientras salía corriendo por la puerta y se perdía por el pasillo.
        -¡Está bien! -le grité ya sin esperar que me contestara.
      Después de unos segundos me moví de la puerta y fui hasta la sala de baile. 
Llegué hasta la entrada de la sala y esperé unos segundos. Se oía un murmullo desde dentro. Me atusé el pelo y alisé las arrugas del vestido. Di un largo suspiro y abrí las puertas lentamente.
      -¡SORPRESA! -gritó aquella multitud que era dirigida (cómo no) por mi amiga Feli que tenía agarrado del brazo a un incómodo Trent que no quería ni mirarme a los ojos. ¿Aquello que tenía en la cabeza era una gato con pajarita?
      -¡Madre mía! ¡Gracias! ¡No me lo esperaba para nada! -grité entusiasmada. 
     -Gabri, lo he organizado todo yo. Bueno, yo y los organizadores del Palacio de las Letras. Pero, principalmente lo he hecho yo solita -dijo Felicia acercándose a mí y sonriente, me cogió del brazo y me arrastró con ella al centro del salón de baile-. Ya ha llegado la cumpleañera. ¡Todos a pasárselo bien!
     Todos los invitados armaron un pequeño  escándalo y empezaron a esparcirse por la sala. Algunos empezaron un baile y otros atacaron directamente a la mesa llena de todos mis platos favoritos, que había en el lado izquierdo del salon. 
      Cuando quise darme la vuelta, Felicia ya había desaparecido y se encontraba arrastrando a Trent hacia la zona de baile. Estaba claro que ella no iba a desaprovechar semejante oportunidad.
      -¿Gabrielle? -me giré hasta dar con la persona que me hablaba-. No te veo muy animada para ser la protagonista de una fiesta tan importante.
        -Evan, no soy muy de fiestas que digamos. Felicia es un espécimen raro de habitante del País del Papel. La mayoría de estas personas preferirían estar en sus casas leyendo tranquilamente. Me incluyo en ese conjunto de personas -contesté respondiendo a la enorme sonrisa que él tenía en su rostro.
      -Oh, entonces mejor te dejo tranquila, o puedes bailar conmigo e intentar pasarlo bien en esta increíble fiesta de cumpleaños que tu amiga ha preparado con la mejor intención -me dijo alzando una ceja y tendiéndome la mano.
       -¿Me invitas a bailar? Qué cliché tan horroroso -contesté con sarcasmo. No se lo iba a poner fácil.
      -No te invito a bailar. Intento que no estés sola y aburrida el resto de la fiesta. ¿Me entiendes? -en ese momento su sonrisa se hizo más grande y me miró con diversión.
      -Por favor… Adiós, Evan. Un placer hablar contigo -contesté dándome la vuelta y acercándome hacia uno de los alumnos que había entrado nuevo este año al Palacio de las Letras. El chico me miró con curiosidad y luego me sonrió socarronamente.
      -Gobernadora, es un verdadero placer asistir a la celebración de vuestro décimo octavo cumpleaños. Me alegra comprobar que nuestra líder es tan joven y hermosa como dicen -me dijo el chico como si hubiera planeado esa conversación millones de veces. Me volvió a sonreír y sus ojos marrones brillaron con alegría y orgullo hacia sí mismo. El chico estaba enamorado de sí mismo, eso estaba claro.
      -Aja, muchas gracias, ¿Te apetece bailar, mmm…? ¿ Cuál es tu nombre? -le pregunté sin prestarle mucha atención. Ví cómo su sonrisa flaqueó un momento y luego volvió a su lugar.
     -Amir. Me alagaría mucho que bailárais conmigo, Gobernadora -contestó el chico ofreciéndome su brazo.
      Llegamos hasta la pista de baile donde todas las personas se apartaron para dejarnos bailar, las pequeñas reverencias que todo el mundo me daba me dejaron desconcertada. Hacía demasiado tiempo que alguien me trataba como se supone que se debe de tratar a una Gobernadora.
      -Sois muy hermosa, Gabrielle Irdania -dijo el chico mientras empezábamos a bailar.
      -Gracias, ¿cómo sabéis mi apellido? -le pregunté mientras intentaba seguir sus movimientos. Había tomado clases de danza hacía unos dos años. cuando llegué al poder. ¿Cómo había conseguido olvidarlo todo?
      -Cuando supe que había sido admitido en el Palacio de las Letras intenté averiguar todo lo que pudiera sobre ti. También sé que os pasásteis toda vuestra infancia preparándoos para el examen de admisión. Que vuestra madre y vuestro padre también vinieron al Palacio y que habéis sido la Gobernadora más joven que ha habido en la historia de nuestro país -el chico me dirigió otra sonrisa de suficiencia, como si saber aquello le otorgara alguna cualidad má que la de parecer algo acosador. Sin embargo aquello hizo que me acordara de algo de máxima importancia: mis padres. 
        Bailé unos minutos más con Amir y luego salí corriendo en busca de mi familia. Llevaba casi tres meses sin verlos. Al final los vi al lado de la mesa con la fuente de chocolate y salí, prácticamente, corriendo hasta allí.
        -¡Mamá! ¡Papá! -salté a los brazos de mi padre y me apretó contra él.
      -Mi Gabri, qué grande que eres. ¡Dieciocho años no se cumplen todos los días! -dijo mi padre. Me solté y abracé a mi madre con el mismo ímpetu.
     -Elle, cosita, estás guapísima. Te he echado muchísimo de menos. ¡Y lo preocupados que nos tenias! ¡Un incendio! Por nada más y nada menos que un dragón, ¡válgame dios! Algún día esos bárbaros recibirán su castigo. Sí, señor -mi madre me acarició la mejilla unos segundos y luego se giró hasta mirar a mi hermano-. Ashton se pasó gritando y pataleando toda la noche del ataque. Te echa mucho de menos, Elle. ¿Qué tengo que hacer para que mi niña vuelva a casa?
      -Mamá, esto ya lo hemos hablado. No voy a dejar de gobernar, menos aún en un momento así -me separé de mi madre y me acerqué a mi hermano de once años que me miró con enfado-. ¿Y a ti qué te pasa? ¿No te alegras de verme?
       -Ya, claro, yo tengo que estar contento y calladito en casa mientras tú te andas peleando con dragones. O más bien desmayando con dragones.
        -¿Quién os lo ha contado? -pregunté.
       -Un señor muy majo vino y nos lo contó todo. Lo de tu desmayo, y lo de ese chico que te salvó la vida. Chico al que quiero conocer ahora mismo y darle las gracias personalmente. ¿Dónde está? -preguntó mi madre mirando por encima de mi hombro.
       -¡Mamá! No, por favor. Suficiente fue ya tener que darle las gracias, como para que vayas tú y aumentes su ya enorme ego -le dije a mi madre con reproche.
       -Por Dios, Elle, compórtate como la líder que eres, dime quién es ese chico y sonríe que si frunces el ceño te saldrán arrugas -contestó ella-. Te lo preguntaré una última vez, ¿quién es?
     -Mamá… -le dirigí una última mirada lastimera, que no sirvió de nada-. Está bien, es el chico rubio al que Felicia está acosando ahora mismo.
      Mi familia no tardó más de cinco segundos en encontrar a Evan con la mirada e ir hasta él. Yo tardé unos segundos en darme cuenta de que, como no fuera hasta allí, probablemente mis padres harían algo lo suficientemente vergonzoso como para que me escondiera en la biblioteca del Palacio de las Letras durante los próximos… veinte años de mi vida.
        -¡Mamá! -dije cuando llegué.
      -Elle, compórtate -mi madre me lanzó una mirada severa y se giró hacia Evan-. Así que tu eres el chico que salvó a mi Gabrielle.
       -Eeeeh… ¿Cuándo? ¿Tu Gabrielle? ¿Salvar? -dijo Evan mirándome con los ojos abiertos como platos.
        -Evan, te presento a mi… madre -dije cabizbaja.
        -Oh, en ese caso, sí, yo… Yo le salvé la vida… Más o menos -contestó Evan sonriendo de repente.
        -Por  favor, no fue para tanto. Solo te metiste un poquito entre las llamas -contesté poniendo los ojos en blanco.
     -¡Sí que es para tanto! ¡Gabrielle! Te estás comportando como una niña -me dijo mi madre-. Evan, estoy enormemente agradecida por lo que has hecho por mi hija. Aunque ella no te lo haya reconocido, yo se que te está muy agradecida por ello.
-Gracias, señora  Irdania. Ha sido un placer conocerla -dijo Evan yéndose. 
Me lo quedé mirando unos segundos mientras se marchaba. Había tratado bien a mi madre. Eso era un punto a su favor. 
-Es muy guapo. Muy, muy guapo -me susurró mi madre-. ¡Felicia, cariño! ¿Qué tal esta mi otra niña?
Mi madre y Felicia se fueron del brazo en dirección a la mesa de chocolate. Mi padre la siguió y mi hermano se limitó a sacarme la lengua y salir corriendo detrás de una niña a la que no había visto en mi vida. Volví a mirar a Evan, estaba apoyado en una pared. Me acerque hasta él.
-Evan… -él giró su cabeza y me miró con otra de esas sonrisas  que solo podía definir como suyas-. Siento que mi madre te haya ido a molestar.
      -No pasa nada, es lo más entretenido que me ha pasado en toda la noche -me contestó.
      -Oh, en ese caso será mejor que vengas a bailar conmigo -dije sonriendo.
     -Eso sin duda hará tu cumpleaños mucho más entretenido -respondió Evan dándome la mano y llevándome a la pista de baile.
       Vi cómo mi madre me sonreía desde una esquina de la pista y cómo Felicia le arrancaba de los brazos un gato a Trent. El gato huyó hacia debajo de una mesa y yo decidí no preguntar por ello.
    -¿Evan? ¿Te gusta el Palacio de las Letras? -le pregunté mientras nos preparábamos para empezar a bailar. Una nueva canción empezaba a sonar y comenzamos a bailar. La canción me resultaba muy familiar pero no supe ubicarla. El baile me resultó más sencillo esta vez, los movimientos eran menos robóticos, más naturales.
     -Bueno, es diferente a mi casa. Aquí todo el mundo es más… hiperactivo, todos hacen cosas todo el rato. Parece que no descanséis -me contestó sonriendo. Solté una carcajada.
     -Lo dices como si vinieras de otro planeta... -dije cuando conseguí contener la risa.
    -Nada más lejos de la realidad -me contestó. De repente ya no parecía tan contento como antes.
       -Oh, por favor, ¿Ahora eres una especie de alienígena? -me burlé de él.
     -A lo mejor, quién sabe -dijo él volviendo a sonreír. Nuestra conversación resultó derivar a lo genial que sería que un montón de meteoritos aparecieran de la nada y agujerearan la pista de baile, o lo maravilloso que sería que (por alguna razón incomprensible para mí en esos momentos) los gatos se hicieran con el poder de todo el universo.
     -Piénsalo bien, los gatos solo piensan en tomar leche y dormir. Serían unos líderes estupendos. Podríamos dormir todo el día, nada de levantarse para ir a clase… Lo que daría yo por un mundo así -me dijo. 
    -¿Gatos? ¿En serio? ¿Qué clase de loco psicópata piensa que los gatos pueden gobernar el mundo? -le pregunté arrugando la nariz.
     -Trent opina que los gatos son los mejores seres del universo -me contestó él imitando mi gesto de arrugar la nariz. Solo que en Evan quedó mucho más adorable.
    -Oh, Trent... tenéis una extraña relación. Algún día me lo tendrás que explicar. Parece como si fuera tu madre, o tu amante -le contesté con una risa. Evan se rió conmigo.
    -Claro, porque Trent y yo estamos terriblemente enamorados -dijo poniendo los ojos en blanco y con sarcasmo.
    Volvimos a reír y seguimos bailando un rato más hasta que Felicia me separó de él bruscamente y empezó a realizar una extraña danza a la que ni yo puedo denominar como baile.
    -Feli, yo te quiero, pero te juro que soy incapaz de entenderte -le dije.
   -No lo entiendes, necesito que me cuentes por qué llevas abrazada a Evan desde hace una hora. Sobre todo por el hecho de que tu madre está preocupada por ti y porque Trent no para de dirigiros miradas de extrañeza y así no voy a poder… Bueno, ya sabes -me contestó Felicia rodando los ojos.
    Empecé a bailar junto a Feli en un intento por seguir su extraña demostración de baile. Al cabo de un rato me giré hasta mirar a Evan y a Trent que bailaban a su aire mientras hablaban, una corriente de angustia me recorrió la columna vertebral.  ¿Estaba celosa de la confianza que parecían tener?
    -¿Tú crees que tengo posibilidades con Evan? -le pregunté a Felicia haciendo un pequeño puchero.
    -Sí, vamos, eres tú. Gobernadora Gabrielle Irdania, la más joven e inteligente que ha estado al frente del país. Quién no quisiera estar a tu lado… En fin, al parecer yo no sé mucho de hombres. Creía que Trent y yo habíamos empezado a congeniar, pero ahora pasa de mí. ¿Quién era el chico con el que bailaste al principio? Era guapo, a lo mejor me vale como entretenimiento -me dijo Felicia imitando mi gesto anterior.
     La voz de Resnt, el Guardián de Llaves del Palacio, inundó toda la sala de baile.
     -Ha sido una velada maravillosa, pero he de anunciar que ya son las doce y, por tanto, la Gobernadora ya tiene oficialmente 18 años. Un fuerte aplauso, por favor -todas las personas allí congregadas respondieron a la orden de Resnt con fervor. Hice una pequeña reverencia y lancé un par de besos. Lo cierto es que aquello era divertido. ¿Qué habrían hecho estas personas para merecer estar en la celebracion de mi decimoctavo cumpleños? ¿Descubrir la cura para alguna enfermedad? ¿Tener algún título? Definitivamente, yo, no tenía tantos amigos-. ¡Que alguien traiga la tarta!
    Unos trabajadores del Palacio trajeron una enorme tarta de chocolate con extremo cuidado. La tarta, de como mínimo cuatro pisos, se tambaleaba con cada torpe movimiento. Me acerqué acompañada por Felicia hasta allí. Menos mal que habían venido tantas personas. Yo tardaría años en comerme toda la tarta, incluso contando con la ayuda de la golosa de Felicia.
     -Antes de nada, -comenzó Adelaida, una de las consejeras de palacio- es hora de entregar los regalos.
      Todo el mundo pareció encantado con la idea de Adelaida y correteó (lo cual causó varias caídas) hasta encontrar los regalos. En poco tiempo yo no era más que un cuerpecito entre un montón de cajas. Cada vez me empezaba a gustar más toda aquella asistencia a mi cumpleaños. Comencé a abrir los regalos: ropa, colonias, libros, zapatos, maquillaje, joyas… El último regalo venía envuelto en una pequeña cajita de terciopelo rojo. Era un colgante con una hermosa piedra roja que deslumbraba, era precioso. La joya más bonita que había visto en mi vida. Sin dudarlo hice que Felicia me lo atara al cuello. Uno de los trabajadores encendió las velas de la tarta y sentí que aquella piedra se iluminaba igual que yo. Busqué a Evan con la mirada. Ya sabía qué deseo pedir. En el instante en el que empecé a tomar aire para soplar las velas, mi mirada se conectó con la de Evan que había estado mirando fijamente mi colgante. ¿Qué le sucedía en los ojos? Parecía que estuvieran cambiando de color. Efectivamente, en apenas un segundo ya no eran azules, sino verdes. Yo no entendía nada. En el País del Papel nadie, jamás, ha tenido los ojos verdes. Los ojos verdes solo los tienen los Draacars, y los Draacars solo están en el reino de la Fragua. Y Evan era fuerte y no se caía nunca, y se sentía como un extraño en el Palacio de las Letras, y ahora tenía los ojos verdes. Y, como por arte de magia, todo encajó. Evan era del Reino de la Fragua y mi deber era ordenar su ejecución.
     Terminé de soplar las velas. Todo el mundo me felicitó. Feli se fue a bailar con Trent y yo agarré a Evan del brazo y lo arrastré con fuerza hasta salir de la sala de baile. Mi confusión pasó a la rabia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario