miércoles, 27 de abril de 2016

Capítulo 17: El adiós (Evan)

       -¡Cómo no me lo habías contado antes! ¿Por qué no me lo has dicho? -Gabrielle estaba enfurecida y podía ver cómo, poco a poco, su cara se volvía cada vez más roja.
       Estaba en shock, mi cerebro se había parado y no podía pensar. Hice un esfuerzo descomunal para responder a su pregunta.
      -No sabía que esto iba a acabar así -le contesté con expresión apaciguadora, intentando calmarla pero no había manera-. Me enviaron por obligación.
Gabrielle entrecerró los ojos y bajó el tono de voz, lo que me pareció aún más amenazante.
      -¿Te obligaron? -hizo una pausa, casi pude ver cómo los engranajes de su cerebro funcionaban a la velocidad de la luz- ¿Te han mandado aquí para espiar?
      -¿Qué…? No, no, no. Yo… -intenté responder. Notaba un incipiente dolor de cabeza que por cada minuto que pasaba se hacía más insistente.
       -¡TE HAN ENVIADO PARA ESPIAR A MI PAÍS! –Gabrielle estalló, su cara era la pura expresión de la ira, sus brazos estaban a ambos lados de su cuerpo, tensos, como si de un momento a otro me fuese a dar un puñetazo en la cara- ¡CÓMO OS HABÉIS ATREVIDO! ¡ESTO ES IMPERDONABLE! 
      En medio de toda la reprimenda que me estaba dando, sus ojos se abrieron un poco dándome a entender que se había acordado de algo.
       -¿No estabas tan interesado por mi colgante? -se llevó las manos al cuello y forcejeó un rato con el enganche. Al ver que no podía me acerqué para ayudarla- Ni te acerques -me advirtió mientras me clavaba una mirada asesina. Retrocedí el paso que había dado. Al final, harta de no poder quitarse el collar, se lo arrancó de un tirón, destrozando el enganche y haciendo una mueca de dolor. Me lo tiró a la cara pero lo intercepté antes de que me golpease.
       Gabrielle se dio media vuelta con los ojos llenos de furia y yo me quedé allí plantado, sin saber muy bien qué hacer. Al cabo de un minuto, después de analizar la situación y de estar con la mirada clavada en el collar, me di media vuelta yo también y me fui a mi habitación.
      Conforme la distancia entre mi cama y yo se iba haciendo más pequeña un enfado irracional me empezó a subir desde la barriga, a través del pecho hasta llegar a la cabeza. Cerré los puños con tanta fuerza que me empecé a clavar las uñas en las palmas de las manos. Cuando entré en los pasillos de los dormitorios, golpeé la pared con mi puño derecho (el que no tenía el colgante). Mi creciente ira hizo que cuando entrase a mi habitación cerrase la puerta con un golpe que hizo toda la pared temblar.
         Tiré el colgante en la cama y empecé a caminar por la habitación mientras me pasaba las manos por el pelo esperando que eso me calmase, pero no lo conseguía. Harto, le di un puñetazo al armario de madera cuya puerta se abrió del golpe. Intenté cerrarla pero se volvió a abrir, lo volví a intentar pero se resistía, al final le pegué un manotazo que hizo que se abriera aún más, burlándose de mí.
         Me senté en la cama e intenté racionalizar mi ira. ¿Estaba enfadado con Gabrielle? Sí, por supuesto que sí. Estaba grabado a fuego todo lo que había dicho sobre el Reino de la Fragua en mí corazón. Pero ¿estaba enfadado con ella solo por eso? En el País del Papel la mayoría de las personas odiaban a los fraguanos, podía entender que hubiese dicho eso. Había crecido con esa creencia y sabía perfectamente lo que yo pensaría de los del Papel si no hubiese conocido a Trent. Entonces no estaba enfadado con ella. Me restregué la cara con las manos. Cansancio. ¿Y con quién estaba enfadado? ¿Conmigo mismo? Puede… Sí, era yo mismo quien me cabreaba. No había sido capaz de mantener mi secreto, ¿tan inútil era? ¿Por qué me mandaron a mí a esta misión? ¿No lo podría haber hecho otro? Giré mi cabeza y mi mirada se encontró con la reliquia que estaba buscando, el colgante de Gabrielle. De repente algo se encendió en mi cabeza. Ya había terminado lo que tenía que hacer. Ya tenía la reliquia. Tenía que irme de allí ya, antes de que Gabrielle decidiese llamar a los guardias para arrestarme por traicionar el Acuerdo Puro y… ejecutarme. Sin pensármelo dos veces cogí un papel y un boli y empecé a escribir:

        Oxgorovda (honorable) Draacar Superior:

       Ya he encontrado la reliquia que estábamos buscando. Mi misión ha terminado pero me temo que me han descubierto. Por esta razón tendré que partir cuanto antes del País del Papel. Cuando usted esté leyendo esta carta yo ya estaré fuera de la Ciudad de Papel.

        Edovdexovdo,

        Evan Karian.

       Doblé la carta todo lo que pude, la envolví con elpur y la quemé. Salió una llamarada azul y la carta desapareció.
     Abrí el armario, saqué la mochila con la que vine el primer día y metí todas mis pertenencias: la ropa y la cajita de entrada (sí, no me había llevado mucho equipaje). Cerré la cremallera y me la eché al hombro. Justo antes de salir por la puerta me paré. Giré la cabeza y eché el último vistazo a mi habitación. Noté que algo me agarraba el corazón pero lo deseché al instante. No iba a sentir pena ahora, tenía que marcharme. Así que me acomodé la mochila y cerré la puerta.
      Estaba ya por el pasillo central cuando vi a Trent. Su mirada se clavó en mi mochila y me mandó una pregunta silenciosa que yo supe interpretar.
      -Me tengo ir -le contesté mirando hacia abajo-. Gabrielle ha descubierto que tengo los ojos verdes.
      Parecía irónico que me tuviera que marchar del País del Papel solo por el color de mis ojos. Ese pensamiento consiguió que una risa sarcástica, más parecida a un jadeo, saliese de mi boca. Levanté mi mirada hacia Trent y él mismo pudo comprobar que mis ojos ya tenían su color natural. Me miró fija y largamente y durante ese tiempo se me pasó por la cabeza en qué estaría pensando Trent en ese mismo momento.
       -Tienes razón -dijo después de dar un largo suspiro-, lo más sensato sería marcharse.
      Sus labios formaron una media sonrisa con algunas manchas de tristeza. Me acerqué y le di un fuerte abrazo. Durante mi estancia allí no tuve tiempo de pasar mucho tiempo con él. Era uno de los pocos amigos de verdad que tenía y me dolía que no tuviéramos tiempo para hablar con tranquilidad.
      -Ten cuidado en el viaje, Evan -me advirtió Trent, después de separarnos.
      -Descuida, Trent -le contesté, añadiendo la mejor sonrisa que pude hacer.
     Seguí andando por el pasillo hasta que llegué a la puerta de entrada al Palacio de las Letras. “Una vez que cruce estas puertas no volveré aquí” pensé cuando apoyé mi mano en el pomo de la enorme puerta. Me giré y eché el último vistazo a los pasillos. Algo me pinchó en el corazón al recordar que no volvería a ver a Gabrielle, pero lo ignoré y deseché todos los recuerdos recientes que me vinieron a la cabeza. Y, sin pensármelo mucho más, giré el pomo y me fui, sin despedirme de nadie salvo de Trent.

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