domingo, 29 de mayo de 2016

Capítulo 21: Tampoco es tan malo acampar... ¿no? (Trent)

Gabrielle ofreció refugio a mi pueblo con un poco más de sinceridad que a los fraguanos, a cambio de nuestra protección militar. Los cristalinos estábamos mucho más preparados para la guerra en armas y en conocimiento. La llamada de Gabrielle al acuerdo nos llevaba a juntarnos para protegerlos como en los antiguos tiempos de guerra. Ahora solo tendría que convencer a mi gente para bajar al País del Papel. No creía que fuese a haber ningún problema, eran gente comprensiva y no dudarían al primer aviso de guerra. De todas formas, debíamos mucho al pueblo de Gabrielle, todas las armas y la tecnología que nos habían regalado... Éramos un poco negados para construir cosas en general: pensarlas, vale, hacerlas, mmm… no. Pero era la guerra el problema. Había una, sí, pero ¿contra quién? Si no era contra la Fragua… no había nadie más. ¿O sí?
Gabrielle salió la primera con bastante prisa para avisar a los ciudadanos, prepararlo todo y evitar que le prendiesen fuego enfadados. El rencor Fragua-Papel era más antiguo que ellos mismos y sería difícil evitar que, al menos, se lanzasen cuchillos con la mirada. Yo salí después, tras despedirme con un “hasta pronto, compañero” de Evan, con Rukar a mi lado pero tan ausente que era como hablar con una piedra.
-¿Estás herido? -le pregunté ya en el coche, extrañado por su misteriosidad.
-Yo no -cortó.
-Bien.
Silencio. Qué raro. Se le notaba muy incómodo.
-Por la Luna, ¿seguro que estás bien?
-Sí -de repente, sonrió otra vez, normal-. ¿Está convencido de hacer esto?
-Sí, ¿no te parece una buena idea? Tenemos que juntar fuerzas contra… quien sea que nos esté atacando. Me pasó una flecha rozando la cara, me parece que no son amistosos.
-Pero no sé si a los cristalinos les parecerá tan bien moverse de sus casas en plena temporada de cosecha… Nuestras relaciones no son las mismas que en la época del Acuerdo. No todos cederán.
Suspiré mientras me frotaba los ojos, cansado.
-Intentaremos que venga el mayor número posible. Calculo que al menos tres cuartas partes de la población aceptarán. De todas formas, será temporal.
-Ya… -miró al infinito. Fuera, la lluvia mojaba la tierra naranja y las furiosas nubes presagiaban un futuro para nosotros
-Y, oiga, ¿habrá espacio para todos?
-Pues, eso espero, eso ha dicho Gabrielle. Y si no… ¿a quién no le apetece una acampada?
Nos reímos por no llorar.
-Guerra -todos los presentes en el aviso de urgencia aguantaron la respiración, los periodistas anotaron furiosamente en sus libretas, con la rápidez de Calime cuando huele comida, los cristalinos me miraron aún más fijamente, hasta las cámaras parecieron ampliar más su ojo de metal-. No, no contra los fraguanos, contra una fuerza exterior aún desconocida. Por esta razón, hemos decidido los líderes de los territorios junto con la aprobación del Consejo del Rey, trasladarnos temporalmente al País del Papel -empezaron a murmurar entre ellos y yo me atraganté con mi propia saliva. Aún no me había acostumbrado a las cámaras y la atención. Respira y, por la Luna, deja de temblar, mano derecha-, que tan amablemente nos ha ofrecido su protección territorial a cambio de la nuestra militar. Allí nos reuniremos también con los niños y niñas del Reino de la Fragua para que estén a salvo. Les ruego, os ruego, decidan apostar por su seguridad y nos acompañen.
Toda la gente empezó a murmurar entre ellos y entonces, para mi alivio, empezaron a asentir. La mayoría. A mi derecha, debajo del estrado, mi madre me miraba con los ojos abiertos fijos en mí.
-¿Alguna pregunta?
-Su Majestad, ¿dónde nos quedaremos? -levantó la mano una mujer.
-Nos alojaremos en un gran albergue vacío. No se preocupen, la Gobernadora ya me ha informado, hay espacio para todos, pero me temo que habrá que compartir. Tiene varias cocinas por cada edificio, baños en cada piso e, incluso varios huertos ecológicos.   
-¿Se quedará alguien aquí guardando nuestras tierras?
-No obligaremos a nadie a marcharse. Quien quiera quedarse, tiene el derecho a quedarse.
-¿Cuándo partiremos? -preguntó un hombre con una libreta de cachorritos.
-Ahora repartiremos unos documentos por todo el reino para dividir a la población entre los que se quedan y los que se marchan, y mañana por la mañana estaremos de camino al País del Papel.
Todos apuntaban en sus libretas y hablaban por sus tarjetas de conversación.   
-¿No hay más preguntas?
Un último hombre levantó la mano, un poco más tímidamente.   
-¿Podemos llevar a los gatos?
-Pues...yo creo que sí. ¡Seguro que la Gobernadora no tiene ningún problema con eso!
Empezó el revuelo, empezaron a asentir un poco más emocionados, sonriendo, y hablando, sí, de gatos.
-Pues si no hay más preguntas por ahora, empezaremos a prepararlo todo para partir.
“Bueno, no ha ido tan mal, no me he caído en ningún agujero”, pensé mientras bajaba del estrado. Me dirigía hacia mi casa para recoger mis cosas cuando mi madre se unió a la caminata.
-Ya no te pones tan nervioso como antes.
-Sí que lo hago, ahora sólo lo disimulo mejor.
-Ah. ¿Te acuerdas de la primera vez? Empezaste a tartamudear y te salió la risa tonta y luego tiraste el vasito de agua. Cuánto has crecido desde entonces.
-Lo único que recuerdo de esa reunión es que estaba solo. Era la primera vez y estaba solo.
Ella guardó silencio, muy incómoda. Pero por primera vez, se lo concedí, seguía ahí, no había huído. Yo necesitaba compartir mis pensamientos con alguien. Mis dudas. Y por desgracia para mi orgullo, era ella quien estaba ahí. Sólo una pequeña tregua.
-No sé qué pasa. No sé qué va a pasar. No sé si estoy haciendo lo correcto. No puedo decírselo a nadie, porque no puedo dudar. Si me ven dudar a mí, dudarán ellos. Pero no puedo con toda la carga yo solo. No quiero equivocarme. No aquí, no con mi pueblo. No...yo...y Evan… -me empezó a temblar la voz. No podía  llorar, no delante de ella. Suspiré dejando salir todas las dudas que me asaltaban. No era el momento de preguntarse “¿y si...?”
-Todo irá bien.
¿Qué? Eso me descolocó y, de alguna manera, me llegó. Efecto madre. ¿Por qué siempre elegía los momentos más difíciles para comportarse como tal?
-Yo… bueno, gracias. Me voy, lo siento.
Apreté un poco el ritmo. Llegaría a casa antes de que me sacase más sentimientos. Ella se paró e, incoherentemente con mis pensamientos, me dolió que no lo siguiera intentando. Mi comportamiento no tenía ningún sentido. Ni estaba habituado a las cámaras y los focos, ni a que alguien se preocupara por mí, siquiera un momento. A diferencia con lo primero, sí quería lo segundo, incluso viniendo de ella. Ya lejos, cuando ella empezó a marcharse también, paré y me giré.
-¿Vendrás al País del Papel con nosotros? No es seguro para ti que te quedes aquí.
-Sí -respondió ella muy sorprendida. Y luego, con voz tan cálida como chocolate caliente-: Sí, hijo.
-Bien. Partimos mañana.
Volví a mi camino bruscamente, antes de que se diese cuenta de que me había preocupado, de que no quería seguir enfadado.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Capítulo 20: "Xaolte" (Evan)

     -¿Absurdo? Señorita Irdania, no le permito que se dirija de ese modo a la historia de nuestro pueblo...
    Un silbido cortó la frase del Draacar Superior  y apareció, justo a unos escasos centímetros de su cabeza, una flecha clavada entre las rocas de la pared. Me tomé un momento para maravillarme de la puntería de la persona que la hubiese tirado, acertar en las grietas de entre las rocas era igual de posible que encontrarte a alguien que supiera niarik en el País del Papel.
       Al momento se formó el caos.
     Empezaron a llover flechas desde una pequeña ventana situada enfrente del Draccar Superior, los dos guardias que estaban flanqueando la puerta de entrada aparecieron casi al instante delante de Trent y de Gabrielle, después de asegurar de que Arion se resguardase debajo de la mesa. Hice lo mismo que el draacar pero antes de estar completamente a salvo una flecha rasgó la manga de mi brazo derecho de mi camisa, haciéndome un corte lo suficientemente profundo para que a los pocos segundos tuviera media manga manchada de sangre.
      Debajo de la mesa pude comprobar que Trent y Gabrielle habían tenido la misma idea que el Draacar Superior. Trent y Arion estaban con los músculos tensos como si en cualquier momento pudieran saltar de debajo de la Mesa de Fuego y atacar al atacante (¡ja!) con nada más que sus propias manos. En cambio Gabrielle estaba abrazándose las rodillas y mirando los movimientos de los demás con los ojos como platos. En ese momento me pareció más pequeña de lo que aparentaba y recordé que nunca antes la había visto asustada. Tuve el impulso de acercarme a ella y abrazarla pero recordé mi brazo ensangrentado y decidí que lo mejor era quedarme donde estaba.
     Todos los draacars, menos Arion que estaba a mi derecha, corrieron en dirección a las flechas y se pusieron debajo de la ventana. Se comunicaron mediante unos gestos que más o menos supe identificar. Iban a atacar al que nos estaba lanzando flechas. De repente todos miraron a una mujer que llevaba una lanza (¿de dónde la había sacado?) y ella asintió. La vi contar hasta tres, respirar hondo y, con un grito que se podría haber oído desde más allá del lado opuesto del Reino de la Fragua, se levantó de un salto y lanzó su arma a través de la ventana… Y las flechas dejaron de cortar el aire.
    Pude sentir cómo todos los asistentes respirábamos aliviados como si hubiésemos estado debajo del agua durante más de dos minutos.
      Los siguientes acontecimientos fueron como un mal sueño, mientras la adrenalina iba desapareciendo de mi cuerpo. Recuerdo salir de la sala e irnos a otra. Recuerdo que alguien me preguntó por mi brazo, le respondí lo mejor que pude y seguimos caminando. Lo único que recuerdo con abrumante claridad fue cuando tuve la brillante idea de mirar mi herida para… Sinceramente, no me acuerdo para qué, pero miré. La manga blanca había desaparecido y había sido sustituida por una idéntica pero pegajosa y de un color rojizo brillante por la parte más cercana a mi mano (que estaba tapando la herida) que se iba volviendo cada vez más oscura conforme bajaba por mi brazo. Por la punta de mis dedos goteaba la sangre que se escurría por la mano que me tapaba la herida y tintaba mi recorrido, desde la Mesa de Fuego, hasta mi casa. Aún no sé cómo llegué hasta allí. 
     Tuve una vaga idea de que me sentaban en una silla y me quitaban la camisa. De repente un dolor terriblemente punzante me recorrió todo el cuerpo, desde la herida hasta mi cabeza. Pegué un grito.
        -¡AAAAAAAAAAAAAH! ¡XAOLTE!
        Noté un golpe fuerte en la cabeza y la voz de mi madre.
       -Cuida ese lenguaje, Evan. Tus hermanos están delante y tenemos invitados por si no te habías dado cuenta.
       Ese fue el momento en el que me desperté de la conmoción. Estaba sentado en una de las sillas del salón. Estaban mis dos hermanos mellizos, Yuna y Naim, sentados delante de mí con las manos debajo de la barbilla, mirándome curiosos. Más allá, sentados en los sofás estaban Gabrielle, mis hermanas Jasin y Eris, Trent jugando con mi hermano Tarin y Arion y mi padre aún más apartados hablando entre susurros. Todos habían interrumpido lo que estaban haciendo cuando pegué el grito y, después de unas sonrisitas por parte de Jasin, Tarin y mi padre y algunas caras de preocupación de parte de Gabrielle, Trent, Eris y Arion, reiniciaron sus conversaciones. Todos menos Eris que se había acercado para darme un poco de consuelo y conversación. 
      -Pasándolo bien ¿no? -me dijo con una sonrisa maliciosa a la vez que se ponía de cuclillas y me ponía una mano en la rodilla.
        Solté una risa que se parecía más a un jadeo que a otra cosa.
        -Uy, sí. Me lo estoy pasando… -en ese momento mi madre volvió a pinchar la aguja en mi piel y mi cara demudó en una mueca de dolor- pipa.
        Mi hermana soltó una risa que al instante me contagió a mí. No llegaría a una semana desde que volví del País del Papel y ya le había contado todo a mi hermana: el dragón, la masacre que descubrí en aquel libro de la biblioteca, la fiesta de cumpleaños… Gabrielle. Desvié mi mirada hacia los sofás del salón y la pude ver allí, hablando con Jasin. Llevaba su (siempre) blanco vestido pero esta vez no tenía mangas y le terminaba por encima de la rodilla. El pelo lo llevaba recogido en un moño no muy apretado del cual le caían un par de mechones en la cara. Sentada como estaba, a contraluz, la única cosa que se me venía a la cabeza era la sensación de que ella fuese un ángel.  Algo se movió dentro de mi pecho y una oleada de calor suave se empezó a extender de ahí hacia mi cabeza para acabar en mi orejas. Después noté un pequeño escalofrío, el cual me hizo mover el brazo proveniéndome de más dolor punzante y otro golpe en la nuca por parte de mi madre. Supuse que fue provocado por el exceso de ñoñería al que me había sometido, así que traté de pensar en otra cosa. Justo en ese momento recordé la discusión con Gabrielle. ¿Qué pasó exactamente? Solo conseguí rescatar de las lagunas de mi memoria algunos fragmentos: yo diciéndole algo sobre el colgante, mirándolo, y después Gabrielle gritándome y yo intentando defenderme. Tengo que reconocer que cuando se enfada da un miedo terrible.
        No pude acordarme de nada más, ¿cuántas cosas nos diríamos? Desde que volví a casa intenté mantener todo aquello bien guardado en el fondo de mí y ahora no sabía si lo que recordaba era lo que ocurrió o solo eran distorsiones de mi mente. Una mezcla de desesperación y tristeza me empapó por completo como si me hubiesen echado encima un cubo de agua. Mi cara debió parecer penosa porque Eris me frotó la rodilla y me dedicó una de sus mejores sonrisas, aunque yo sabía que por dentro estaba preocupada por mí.
       -Karissa, ¿ya está curado? -le preguntó mi padre a mi madre acercándose para ver la herida.
    -Sí, ya está limpia y cosida. Lo único que me falta es vendarle -respondió ella levantándose y dándole un beso fugaz a mi padre-. ¿Me harías el favor de coger las vendas? Están en el armarito del baño. Al fondo, en el segundo estante.
      Mi padre asintió y salió por la puerta del salón. Mi madre se volvió a sentar y me miró fijamente a los ojos.
      -Trece personas son atacadas en la Mesa de Fuego, incluyendo una persona del País del Papel y otra de las Cumbres de Cristal, y el único que sale herido y con un shock es mi hijo.
      Su voz era cortante y cargada de desaprobación y decepción. Mi madre era siempre la que nos echaba la bronca. A veces era tan dura que mi padre la tenía que calmar. Así son las cosas en la Fragua: o eres fuerte o te hacen fuerte. Y más para los draacars, que teníamos que dar ejemplo a los demás.
      Bajé la mirada y esperé a la reprimenda. Pero en lugar de eso noté una pequeña presión en mi cabeza y miré a mi madre. Me estaba sonriendo.
       -Pero ninguna de ellas ha logrado viajar al País del Papel, estar allí casi dos meses y volver con la reliquia robada además de sano y salvo.
      Se acercó y me dio otro beso en la frente. Le devolví una radiante sonrisa. Me sentí igual que se sentían los alumnos del Palacio de las Letras cuando el profesor más estricto les decía que habían hecho un trabajo o un ejercicio bien.
      Mi padre volvió con las vendas y mi madre se puso manos a la obra. Después de un escaso minuto, anunció que ya estaba bien y el Draacar Superior pidió que los pequeños se fuesen del salón. Obedecieron refunfuñando los pequeños y entre murmullos los no tan pequeños. Eris se quedó donde estaba y, para mi alegría, nadie se opuso.
      Nos levantamos todos y nos colocamos inconscientemente en un corro, como si eso crease un muro invisible que impedía que mis hermanos se enterasen de algo. No son tan tontos como para no saber que lo que íbamos a hablar les interesaba y por mi casa hay muchos escondrijos por donde puedes espiar.
      -Bien, hemos estado hablando Lanker y yo -dijo el Draacar Superior que miró a mi padre y este asintió- y hemos coincidido en que estamos en peligro. Todos los draacars -hizo una pequeña pausa para que nos diésemos cuenta de la gravedad del asunto y prosiguió-. El ataque que acabamos de sufrir requiere planificación ya que nadie sabía de la reunión excepto los draacars de la Mesa de Fuego así que suponemos que el atacante pertenece a una organización criminal, además de que tenemos un topo entre nosotros. El cuerpo del causante no ha sido identificado por ningún guardia ni por ninguno de nosotros, por tanto podemos decir que esa persona es de reinos extranjeros -miró significativamente a Gabrielle y a Trent. Ella, después de darse cuenta de lo que en realidad quería decir el Draacar, frunció el ceño y abrió la boca para protestar pero, antes de que dijese nada, Trent le puso una mano en el hombro y le advirtió con la mirada. Al instante Gabrielle cerró la boca y cruzó los brazos, indignada. El Draacar siguió hablando, visiblemente entretenido por la reacción-. No sabemos si este grupo está armado o no porque fácilmente podrían haber cogido el arma de alguna casa, pero lo que sí sabemos es que están bien organizados ya que hemos tenido mucho en cuenta el secretismo de la reunión. Por lo tanto -hubo otra pausa y Arion respiró profundamente como si le costase medio mundo decir las palabras siguientes-, pedimos asilo al País del Papel para que recoja a los draacars más jóvenes y los proteja de los posibles peligros que puedan sufrir aquí.
      Todas las miradas se giraron hacia Gabrielle y ella, aún con los brazos cruzados, alzó las cejas y replicó:
      -¿De verdad creéis que os dejaré entrar a mi reino después de ser humillada en la Mesa de Fuego?
      Vi que mi padre miró a Arion con los ojos entrecerrados y agachó la cabeza. El Draacar, en cambio, la desafiaba con la mirada sin inmutarse. Nadie respondió. Alguien tenía que decir algo pero no había mucho que decir. Gabrielle estaba en su derecho de negarse y más cuando había sido insultada de aquella forma en la audiencia. Yo mismo estaba aún asimilando la barbaridad que insinuó Arion. Antes de que el silencio fuese a más, decidí intervenir.
      -A ellos no hace falta que les dejes entrar.
      Todas las cabezas se volvieron hacia mí. Tuve un pequeño dejà-vu: meses atrás, en mi primera Mesa de Fuego, cuando me encomendaron esa estúpida misión, cuando empezó todo. Parecía que hubiesen pasado siglos de eso. Cogí aire y me armé de valor para seguir.
      -Como han dicho antes, ellos no van a entrar al País del Papel. Solo los hijos y las hijas.
En los ojos entrecerrados de Gabrielle pude advertir que estaba muy enfadada, lo que no pude saber era si conmigo o con el Draacar.
      -¿Y cuántos seríais? -preguntó con la mirada clavada en mí.
     Respiré hondo y me preparé para recordar a todos mis familiares, que no éramos pocos.
     -En mi familia somos seis hermanos, más los primos por parte de madre... dieciocho y más los de la parte de mi padre... veintinueve.
     Gabrielle me miraba con los ojos como platos, sus brazos se habían desenredado y ahora estaban a ambos lados de su cuerpo.
       -¿Sois veintinueve en vuestra familia? -preguntó
       Asentí.
    -Y eso contando solo los primos cercanos. Después están los hijos e hijas de los hermanos de los tíos y tías que no son de la familia de mis padres. Creo que, en total, toda la familia Karian somos unas cincuenta o cuarenta y cinco personas.
      Por un momento me sentí orgulloso de que mi familia fuese tan extensa, no sé por qué pero siempre me ha gustado hablar de mi familia.
       -Bueno, cuarenta y cinco personas no son muchas… -suspiró Gabrielle, aliviada.
       Me reí.
       -No solo mi familia somos draacars -le expliqué.
      -Hay otras cinco más -me relevó mi hermana Eris, que estaba al lado de mí-. Los Karian, los Huly, los Barik (la familia del Draacar Superior) -el aludido hinchó el pecho, orgulloso-, los Sabred y los Crilos. Cada familia tienen un número de miembros diferente pero, si redondeamos los números, podríamos decir que, en total, todos los draacars jóvenes, somos… -Eris se quedó callada un momento para calcular rápidamente el número- doscientos cincuenta personas.
       Gabrielle estaba con los ojos como platos y empezó a negar con la cabeza. Recobró la compostura y con las manos entrelazadas delante de ella replicó:
      -No, eso es demasiado. Mi pueblo no va a aceptar que permita pasar a mi País gente de la Fragua. Además que estaríamos rompiendo el Acuerdo Puro.
      -El Acuerdo Puro ya está roto -intervino mi padre con su voz tan profunda que parecía que temblasen las paredes-. Usted misma lo ha dicho antes.
      -Tiene razón -admitió Gabrielle. Se mordió el labio inferior y sus manos se colocaron detrás de ella. Estaba indecisa y tenía que tomar una decisión ya. Una decisión que podría salvar la vida de casi trescientos niños y niñas inocentes.
      -No pienses en nosotros como “los de la Fragua”, piensa que somos personas, niños y niñas que no tienen la culpa de nada. ¿Dejarías que críos de cinco años muriesen porque no han conseguido encontrar un lugar seguro?
     No, sabía que no podía. Gabrielle me miró a los ojos luego empezó a recorrer con la mirada todo el salón y supe que estaba pensando en lo que les pasaría a esos niños desconocidos si no les daba refugio. Al final respiró hondo y negó con la cabeza.
      -Yo, Gabrielle Irdania, gobernadora del País de Papel, os permito la estancia en mi país hasta que este conflicto quede resuelto.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Capítulo 19: Cómo conseguir información de una panda de gorilas (Gabrielle)

    El castillo-fortaleza del reino de la Fragua era, como mínimo, intimidante. Era una masa de piedra gris y fría sin ningún tipo de innovación arquitectónica. En invierno, dentro del castillo, debía de hacer incluso más frío que fuera. 
    La gente vestía mal, muy mal. Como si no supieran que existían más telas en el mundo que un pana hosca y mugrienta. Olía raro, como a leña y a… algo que era lo contrario de lejía. Trent y yo tocamos las enormes puertas de madera. Estas se abrieron con un fuerte chirrido y salió un hombre que como mínimo me sacaba cuatro cabezas.
      -¿Quiénes sois? -su voz era ronca y tan aburrida como todo en el Reino de la Fragua.
     -Tenemos una audiencia con los draacars. Somos los líderes del Reino del Cristal y del País del Papel -contestó Trent. Me reí disimuladamente, la voz de Trent había sonado especialmente aguda.
    -¿País del Papel? Aquí no son bienvenidos líderes papeluchos, la chica del Reino del Cristal puede pasar -contestó el hombre en un tono despectivo.
    -En realidad, señor, yo soy la Gobernadora del País del Papel. Y si nos disculpa, tenemos una  audiencia. Usted no tiene los ojos verdes, así que no es un  draacar y por lo tanto no puede prohibirnos la entrada. Un placer -dije apartando al enorme hombre gigante de la entrada.
     Cuando Trent y yo conseguimos pasar, el hombre nos guió a regañadientes hasta la sala de reunión de los draacars. Los pasillos del castillo eran tan fríos como me los había imaginado. Sin embargo, los cuadros que había colgados eran preciosos. Me había pasado el último año dando clase de arte y lo cierto es que, si entendía sobre algo, era sobre arte y literatura. 
      -Ten cuidado con esta gente, Gabrielle. Son sumamente susceptibles -me advirtió Trent al mismo tiempo que el hombre gigante abría la puerta donde supuse que se encontraba la Mesa de Fuego.
     Dentro de la sala todos los draacars estaban sentados alrededor de una  larga mesa. Si ya me sentía enana comparado con el hombre que nos había abierto la puerta, ahora me sentía una hormiguita. ¿Por qué todos eran tan enormes?
     No obstante, lo que me heló por completo fue Evan. Él no me miró, le fui indiferente. Y ese gesto se me clavó en el corazón, rompiéndolo aún más de lo que ya lo tenía.
    -Señorita Irdania, ¿va a empezar algún día a hablar? -me preguntó con condescendencia un hombre extremadamente intimidante.
    -Algún día -dije rodando los ojos. Me aclaré la garganta y comencé a hablar-. Hemos venido esperando que nos den explicaciones por los sucesos acontecidos. Un dragón atacó MI palacio y me hirió lo suficiente como para mantenerme en el hospital durante dos días, antes de descubrir que uno de mis nuevos estudiantes es un draacar y que lo habéis mandado a espiarnos. Mi pueblo me pide respuestas y lo cierto es que yo también siento curiosidad por saber qué justificación tienen -le sonreí a aquel hombre con la mayor superioridad que pude.
    -Nosotros no hemos mandado ningún dragón. Es cierto que Evan Karian acudió al País del Papel, pero no para espiar. Fue a recuperar la reliquia que vuestro reino nos robó -me contestó aquel hombre-. Por favor, jovencita, siéntate al lado de Evan, si no te importa, por lo que he podido entender habéis tenido tiempo de entablar amistad.
    Un hombre me colocó una silla, le sonreí todo lo que pude a aquel hombre y me senté, lo más lejos posible de Evan.
    -Mi país no ha robado nada, nosotros podemos construir lo que queramos. ¿Qué necesidad tenemos de robarles nada? -le pregunté alzando una ceja.
    -No sé qué clase de mente retorcida tenéis en vuestro… país. Pero no trataré de entenderla, al fin y al cabo ha puesto a una niña al poder. Debéis de haber sido extremadamente… persistente, para que el consejo del País del Papel os pusiera al poder -me dijo con una sonrisa.
    -¿Qué insinúa? -le pregunté.
   -Que una chica guapa como tú habrá tenido que convencer a muchos hombres para llegar a donde está -me contestó con una asquerosa risa. ¿Estaba diciendo lo que estaba pensando? ¿Insinuaba que yo… que yo había utilizado mi cuerpo para…? Entrecerré los ojos asqueada. Aquello era una provocación que no iba a tolerar.
     -Gabrielle ganó su puesto superando una prueba de máxima dificultad. La Gobernadora tampoco sabe a qué reliquia os referís. Por cierto, ¿podríais darme una silla a mi también? -dijo Trent, y rápidamente le trajeron una silla que colocaron a mi lado.
     -No hace falta que hables por mí. No voy a entrar en su juego, es absurdo. El caso es, Draacar, que no hemos robado nada en mi país, y que el vuestro necesita muy buenas justificaciones para haber roto el Acuerdo Puro. Tanto el Reino del Cristal como el País del Papel, como la mitad del Reino de la Fragua me apoyará cuando diga que es necesaria una ejecución -dije alzando la barbilla. No iba a dejarme impresionar, claro que no.
    -¿Ejecución? ¿Qué ejecución? ¿La de quién? -dijo el Draacar superior reclinándose hacia delante.
      -La suya, o… -giré levemente la cabeza- la de Evan Karian. 
     Un escalofrío me recorrió la espalda y una tensión casi cortante inundó el aire mientras pronunciaba esas palabras.
    -Gabrielle, yo fui al País del Papel por orden de los draacars. Y no fui a espiar, alguien nos había robado una reliquia. Queríamos recuperarla -interrumpió de repente Evan. Su voz sonó casi rota. Sentí ganas de decirle que jamás se me ocurriría hacerle eso, que lo podía llegar a perdonar y que se viniera conmigo al País del Papel, porque yo no era así. Y además lo quería con todas mis fuerzas.
    -¿Reliquia? Todo esto es por mi nuevo collar. Un estúpido rubí, y montáis todo este… este... paripé. Dios mío, esto es completamente absurdo -dije recomponiéndome. No podía creérmelo, un simple collar había hecho que esa panda de gorilas rompieran el Acuerdo Puro de una forma tan escandalosa.
     -¿Absurdo? Señorita Irdania, no le permito que se dirija de ese modo a la historia de nuestro pueblo...

miércoles, 4 de mayo de 2016

Capítulo 18: Los remordimientos del día siguiente (Trent)

      La mañana siguiente empezó con una amalgama de recuerdos: Evan y yo bailando entre risas y pisotones, gente, mucha gente, Cali volando por los brazos de los invitados, una gran tarta, la imposiblemente amplia sonrisa de Felicia, Gabrielle y Evan danzando sin ritmo ni tiempo por el que pareciesen preocuparse, los ojos de Evan derretidos mirando a la Gobernadora, se gustaban mucho, una Felicia especialmente borracha y risueña intentando besarme y yo huyendo. Por último, Evan evaporándose en la noche de vuelta a La Fragua e increíblemente decepcionado. ¿En cuánto tiempo había pasado todo? Parecía un segundo particularmente eterno. Eran unos recuerdos tan absurdos e irreales que casi dudaba haberlos confundido con una novela leída antes de dormir. No parecían recuerdos míos, desde luego. Gabrielle y Evan, ¿cuándo había ocurrido eso? Y aún me atormentaba el asesinato de mi hermano. La vida a la que me había acostumbrado había tenido una accidente y daba vueltas de campana en el aire sin parar. Mejor era levantarse de la cama y empezar a trabajar o el tiempo me adelantaría. Cogí los documentos de las propuestas populares sobre la distribución de las ayudas y una de las nuevas novelas que había comprado ahí y salí a desayunar. 
        Tras terminar de leer las propuestas, comerme los primeros capítulos del libro y tres tés de canela, empecé a cuestionarme por qué seguía allí. Había descubierto algo sobre mi hermano, aunque no sabía cómo seguir a partir de ahí, al menos no en aquel lugar y había ayudado a Evan todo lo que había podido, no tenía más excusa. Entonces entró mi respuesta. Gabrielle y Felicia venían directamente hacia mí, me buscaban, las dos con la misma cara de pocos amigos. Felicia me señaló para Gabrielle, me miró a los ojos. Estaba triste, decepcionada, pero eso no restaba nada el enfado. Me parecía que se acordaba perfectamente de ayer. Se quedó en la puerta, mientras Gabrielle seguía acercándose. Yo le sonreí con disculpa, ella se dio la vuelta y se fue pisando fuerte.
       -He pensado en lo que dijiste -me dijo Gabrielle mirándome fijamente a los ojos, ella también estaba triste, pero lo mostraba con fuerza y convicción-. Quiero saber qué pasó. Y si fueron ellos, quiero que paguen. Iremos los dos y descubriremos la verdad. Cuanto antes posible. Solo te pido una cosa, pide tú la reunión, no quiero hablar con esos brutos mentirosos.
       -Claro, yo lo haré. Me alegro de que hayas elegido la opción diplomática. Tu pueblo se enorgullecerá de ti.
       -Ya -respondió cortante. Se dio media vuelta y se empezó a marchar.
       Empecé a recoger mis cosas y entonces, giró la cabeza y preguntó:
       -Evan y tú…¿ya os conocíais de antes, no?
       -Sí.
       -Otra mentira, lo suponía. Avísame cuando sepas algo.
       Y se marchó.
      Como nos pedían en la confirmación de la reunión, partimos unos días después hacia el Reino de la Fragua. Era un viaje un poco más largo que desde las Cumbres de Cristal, unas 7 horas en el coche oficial. Decidimos no provocar ninguna disputa indeseada, así que fuimos en coches separados, cada uno con sus ayudantes. Yo pasé por las Cumbres para recoger a Rukar, ante la mirada desaprobadora de mi madre por no elegirla a ella, y Gabrielle se llevó a Adelaida, quien me miraba entrecerrando los ojos cada dos por tres. No pasó nada interesante durante las 7 horas y la pequeña parada para comer los bocadillos (¡de queso!) que nos había hecho la cocina del País del Papel. Nada. Simplemente, miré el paisaje, leí y conversé con Rukar sobre las novedades en las Cumbres. Allí tampoco había ocurrido nada. “Llovió,” dijo él, sonriendo, “pero sólo durante unas horas. Lo suficiente para que decidiésemos no regar ese día”.
      Las Cumbres de Cristal eran preciosas desde la distancia. Un cegador resplandor blanco. Si conseguía ignorar el brillo, casi podía distinguir algunos edificios, algunas casas. Parecía tan frágil, como si una pequeña grieta en la base, pudiese hundir todo el reino. Y era mío. Bueno, mío no, pero lo gobernaba. Qué raro. ¿Cuánta personas dependían de mis decisiones? La última vez que se contaron rondaban el millón. Se decía tan rápido, que casi parecía poco. ¿Cómo se podía gobernar a tantas personas? Yo era el rey, pero no creía mandar sobre ellos. Eran personas libres, individuales, y yo sólo uno más de ellos, alguien que tenía de especial un título.
        Incluso antes de dejar por completo las Cumbres, el paisaje ya se había convertido en el desierto propio del Reino de la Fragua. Sólo había estado una vez, en una visita remota para reunirme con el Draacar Superior y revisar nuestras relaciones y acuerdos. Podía ver por la ventana de vez en cuando algunos arbolitos sin ramas, solos en medio de la absoluta nada. Bueno, tampoco la absoluta nada... en un momento me pareció ver un cuervo. Se podía ver acercarse el castillo gris donde nos habían citado, la capital, Karasta, imponente y con la clara intención de aterrorizar al visitante. Muy buen trabajo en ese campo. Y tras bajar, pudimos verlo todo rodeado de grandes guardias con cara de haber chupado un limón. ¿Por qué no había podido traer a Calime conmigo? Él derritiría el corazón hasta de un bloque de cemento. Tendría que enternecerlos yo. “Que empiece el espectáculo”.