miércoles, 18 de mayo de 2016

Capítulo 20: "Xaolte" (Evan)

     -¿Absurdo? Señorita Irdania, no le permito que se dirija de ese modo a la historia de nuestro pueblo...
    Un silbido cortó la frase del Draacar Superior  y apareció, justo a unos escasos centímetros de su cabeza, una flecha clavada entre las rocas de la pared. Me tomé un momento para maravillarme de la puntería de la persona que la hubiese tirado, acertar en las grietas de entre las rocas era igual de posible que encontrarte a alguien que supiera niarik en el País del Papel.
       Al momento se formó el caos.
     Empezaron a llover flechas desde una pequeña ventana situada enfrente del Draccar Superior, los dos guardias que estaban flanqueando la puerta de entrada aparecieron casi al instante delante de Trent y de Gabrielle, después de asegurar de que Arion se resguardase debajo de la mesa. Hice lo mismo que el draacar pero antes de estar completamente a salvo una flecha rasgó la manga de mi brazo derecho de mi camisa, haciéndome un corte lo suficientemente profundo para que a los pocos segundos tuviera media manga manchada de sangre.
      Debajo de la mesa pude comprobar que Trent y Gabrielle habían tenido la misma idea que el Draacar Superior. Trent y Arion estaban con los músculos tensos como si en cualquier momento pudieran saltar de debajo de la Mesa de Fuego y atacar al atacante (¡ja!) con nada más que sus propias manos. En cambio Gabrielle estaba abrazándose las rodillas y mirando los movimientos de los demás con los ojos como platos. En ese momento me pareció más pequeña de lo que aparentaba y recordé que nunca antes la había visto asustada. Tuve el impulso de acercarme a ella y abrazarla pero recordé mi brazo ensangrentado y decidí que lo mejor era quedarme donde estaba.
     Todos los draacars, menos Arion que estaba a mi derecha, corrieron en dirección a las flechas y se pusieron debajo de la ventana. Se comunicaron mediante unos gestos que más o menos supe identificar. Iban a atacar al que nos estaba lanzando flechas. De repente todos miraron a una mujer que llevaba una lanza (¿de dónde la había sacado?) y ella asintió. La vi contar hasta tres, respirar hondo y, con un grito que se podría haber oído desde más allá del lado opuesto del Reino de la Fragua, se levantó de un salto y lanzó su arma a través de la ventana… Y las flechas dejaron de cortar el aire.
    Pude sentir cómo todos los asistentes respirábamos aliviados como si hubiésemos estado debajo del agua durante más de dos minutos.
      Los siguientes acontecimientos fueron como un mal sueño, mientras la adrenalina iba desapareciendo de mi cuerpo. Recuerdo salir de la sala e irnos a otra. Recuerdo que alguien me preguntó por mi brazo, le respondí lo mejor que pude y seguimos caminando. Lo único que recuerdo con abrumante claridad fue cuando tuve la brillante idea de mirar mi herida para… Sinceramente, no me acuerdo para qué, pero miré. La manga blanca había desaparecido y había sido sustituida por una idéntica pero pegajosa y de un color rojizo brillante por la parte más cercana a mi mano (que estaba tapando la herida) que se iba volviendo cada vez más oscura conforme bajaba por mi brazo. Por la punta de mis dedos goteaba la sangre que se escurría por la mano que me tapaba la herida y tintaba mi recorrido, desde la Mesa de Fuego, hasta mi casa. Aún no sé cómo llegué hasta allí. 
     Tuve una vaga idea de que me sentaban en una silla y me quitaban la camisa. De repente un dolor terriblemente punzante me recorrió todo el cuerpo, desde la herida hasta mi cabeza. Pegué un grito.
        -¡AAAAAAAAAAAAAH! ¡XAOLTE!
        Noté un golpe fuerte en la cabeza y la voz de mi madre.
       -Cuida ese lenguaje, Evan. Tus hermanos están delante y tenemos invitados por si no te habías dado cuenta.
       Ese fue el momento en el que me desperté de la conmoción. Estaba sentado en una de las sillas del salón. Estaban mis dos hermanos mellizos, Yuna y Naim, sentados delante de mí con las manos debajo de la barbilla, mirándome curiosos. Más allá, sentados en los sofás estaban Gabrielle, mis hermanas Jasin y Eris, Trent jugando con mi hermano Tarin y Arion y mi padre aún más apartados hablando entre susurros. Todos habían interrumpido lo que estaban haciendo cuando pegué el grito y, después de unas sonrisitas por parte de Jasin, Tarin y mi padre y algunas caras de preocupación de parte de Gabrielle, Trent, Eris y Arion, reiniciaron sus conversaciones. Todos menos Eris que se había acercado para darme un poco de consuelo y conversación. 
      -Pasándolo bien ¿no? -me dijo con una sonrisa maliciosa a la vez que se ponía de cuclillas y me ponía una mano en la rodilla.
        Solté una risa que se parecía más a un jadeo que a otra cosa.
        -Uy, sí. Me lo estoy pasando… -en ese momento mi madre volvió a pinchar la aguja en mi piel y mi cara demudó en una mueca de dolor- pipa.
        Mi hermana soltó una risa que al instante me contagió a mí. No llegaría a una semana desde que volví del País del Papel y ya le había contado todo a mi hermana: el dragón, la masacre que descubrí en aquel libro de la biblioteca, la fiesta de cumpleaños… Gabrielle. Desvié mi mirada hacia los sofás del salón y la pude ver allí, hablando con Jasin. Llevaba su (siempre) blanco vestido pero esta vez no tenía mangas y le terminaba por encima de la rodilla. El pelo lo llevaba recogido en un moño no muy apretado del cual le caían un par de mechones en la cara. Sentada como estaba, a contraluz, la única cosa que se me venía a la cabeza era la sensación de que ella fuese un ángel.  Algo se movió dentro de mi pecho y una oleada de calor suave se empezó a extender de ahí hacia mi cabeza para acabar en mi orejas. Después noté un pequeño escalofrío, el cual me hizo mover el brazo proveniéndome de más dolor punzante y otro golpe en la nuca por parte de mi madre. Supuse que fue provocado por el exceso de ñoñería al que me había sometido, así que traté de pensar en otra cosa. Justo en ese momento recordé la discusión con Gabrielle. ¿Qué pasó exactamente? Solo conseguí rescatar de las lagunas de mi memoria algunos fragmentos: yo diciéndole algo sobre el colgante, mirándolo, y después Gabrielle gritándome y yo intentando defenderme. Tengo que reconocer que cuando se enfada da un miedo terrible.
        No pude acordarme de nada más, ¿cuántas cosas nos diríamos? Desde que volví a casa intenté mantener todo aquello bien guardado en el fondo de mí y ahora no sabía si lo que recordaba era lo que ocurrió o solo eran distorsiones de mi mente. Una mezcla de desesperación y tristeza me empapó por completo como si me hubiesen echado encima un cubo de agua. Mi cara debió parecer penosa porque Eris me frotó la rodilla y me dedicó una de sus mejores sonrisas, aunque yo sabía que por dentro estaba preocupada por mí.
       -Karissa, ¿ya está curado? -le preguntó mi padre a mi madre acercándose para ver la herida.
    -Sí, ya está limpia y cosida. Lo único que me falta es vendarle -respondió ella levantándose y dándole un beso fugaz a mi padre-. ¿Me harías el favor de coger las vendas? Están en el armarito del baño. Al fondo, en el segundo estante.
      Mi padre asintió y salió por la puerta del salón. Mi madre se volvió a sentar y me miró fijamente a los ojos.
      -Trece personas son atacadas en la Mesa de Fuego, incluyendo una persona del País del Papel y otra de las Cumbres de Cristal, y el único que sale herido y con un shock es mi hijo.
      Su voz era cortante y cargada de desaprobación y decepción. Mi madre era siempre la que nos echaba la bronca. A veces era tan dura que mi padre la tenía que calmar. Así son las cosas en la Fragua: o eres fuerte o te hacen fuerte. Y más para los draacars, que teníamos que dar ejemplo a los demás.
      Bajé la mirada y esperé a la reprimenda. Pero en lugar de eso noté una pequeña presión en mi cabeza y miré a mi madre. Me estaba sonriendo.
       -Pero ninguna de ellas ha logrado viajar al País del Papel, estar allí casi dos meses y volver con la reliquia robada además de sano y salvo.
      Se acercó y me dio otro beso en la frente. Le devolví una radiante sonrisa. Me sentí igual que se sentían los alumnos del Palacio de las Letras cuando el profesor más estricto les decía que habían hecho un trabajo o un ejercicio bien.
      Mi padre volvió con las vendas y mi madre se puso manos a la obra. Después de un escaso minuto, anunció que ya estaba bien y el Draacar Superior pidió que los pequeños se fuesen del salón. Obedecieron refunfuñando los pequeños y entre murmullos los no tan pequeños. Eris se quedó donde estaba y, para mi alegría, nadie se opuso.
      Nos levantamos todos y nos colocamos inconscientemente en un corro, como si eso crease un muro invisible que impedía que mis hermanos se enterasen de algo. No son tan tontos como para no saber que lo que íbamos a hablar les interesaba y por mi casa hay muchos escondrijos por donde puedes espiar.
      -Bien, hemos estado hablando Lanker y yo -dijo el Draacar Superior que miró a mi padre y este asintió- y hemos coincidido en que estamos en peligro. Todos los draacars -hizo una pequeña pausa para que nos diésemos cuenta de la gravedad del asunto y prosiguió-. El ataque que acabamos de sufrir requiere planificación ya que nadie sabía de la reunión excepto los draacars de la Mesa de Fuego así que suponemos que el atacante pertenece a una organización criminal, además de que tenemos un topo entre nosotros. El cuerpo del causante no ha sido identificado por ningún guardia ni por ninguno de nosotros, por tanto podemos decir que esa persona es de reinos extranjeros -miró significativamente a Gabrielle y a Trent. Ella, después de darse cuenta de lo que en realidad quería decir el Draacar, frunció el ceño y abrió la boca para protestar pero, antes de que dijese nada, Trent le puso una mano en el hombro y le advirtió con la mirada. Al instante Gabrielle cerró la boca y cruzó los brazos, indignada. El Draacar siguió hablando, visiblemente entretenido por la reacción-. No sabemos si este grupo está armado o no porque fácilmente podrían haber cogido el arma de alguna casa, pero lo que sí sabemos es que están bien organizados ya que hemos tenido mucho en cuenta el secretismo de la reunión. Por lo tanto -hubo otra pausa y Arion respiró profundamente como si le costase medio mundo decir las palabras siguientes-, pedimos asilo al País del Papel para que recoja a los draacars más jóvenes y los proteja de los posibles peligros que puedan sufrir aquí.
      Todas las miradas se giraron hacia Gabrielle y ella, aún con los brazos cruzados, alzó las cejas y replicó:
      -¿De verdad creéis que os dejaré entrar a mi reino después de ser humillada en la Mesa de Fuego?
      Vi que mi padre miró a Arion con los ojos entrecerrados y agachó la cabeza. El Draacar, en cambio, la desafiaba con la mirada sin inmutarse. Nadie respondió. Alguien tenía que decir algo pero no había mucho que decir. Gabrielle estaba en su derecho de negarse y más cuando había sido insultada de aquella forma en la audiencia. Yo mismo estaba aún asimilando la barbaridad que insinuó Arion. Antes de que el silencio fuese a más, decidí intervenir.
      -A ellos no hace falta que les dejes entrar.
      Todas las cabezas se volvieron hacia mí. Tuve un pequeño dejà-vu: meses atrás, en mi primera Mesa de Fuego, cuando me encomendaron esa estúpida misión, cuando empezó todo. Parecía que hubiesen pasado siglos de eso. Cogí aire y me armé de valor para seguir.
      -Como han dicho antes, ellos no van a entrar al País del Papel. Solo los hijos y las hijas.
En los ojos entrecerrados de Gabrielle pude advertir que estaba muy enfadada, lo que no pude saber era si conmigo o con el Draacar.
      -¿Y cuántos seríais? -preguntó con la mirada clavada en mí.
     Respiré hondo y me preparé para recordar a todos mis familiares, que no éramos pocos.
     -En mi familia somos seis hermanos, más los primos por parte de madre... dieciocho y más los de la parte de mi padre... veintinueve.
     Gabrielle me miraba con los ojos como platos, sus brazos se habían desenredado y ahora estaban a ambos lados de su cuerpo.
       -¿Sois veintinueve en vuestra familia? -preguntó
       Asentí.
    -Y eso contando solo los primos cercanos. Después están los hijos e hijas de los hermanos de los tíos y tías que no son de la familia de mis padres. Creo que, en total, toda la familia Karian somos unas cincuenta o cuarenta y cinco personas.
      Por un momento me sentí orgulloso de que mi familia fuese tan extensa, no sé por qué pero siempre me ha gustado hablar de mi familia.
       -Bueno, cuarenta y cinco personas no son muchas… -suspiró Gabrielle, aliviada.
       Me reí.
       -No solo mi familia somos draacars -le expliqué.
      -Hay otras cinco más -me relevó mi hermana Eris, que estaba al lado de mí-. Los Karian, los Huly, los Barik (la familia del Draacar Superior) -el aludido hinchó el pecho, orgulloso-, los Sabred y los Crilos. Cada familia tienen un número de miembros diferente pero, si redondeamos los números, podríamos decir que, en total, todos los draacars jóvenes, somos… -Eris se quedó callada un momento para calcular rápidamente el número- doscientos cincuenta personas.
       Gabrielle estaba con los ojos como platos y empezó a negar con la cabeza. Recobró la compostura y con las manos entrelazadas delante de ella replicó:
      -No, eso es demasiado. Mi pueblo no va a aceptar que permita pasar a mi País gente de la Fragua. Además que estaríamos rompiendo el Acuerdo Puro.
      -El Acuerdo Puro ya está roto -intervino mi padre con su voz tan profunda que parecía que temblasen las paredes-. Usted misma lo ha dicho antes.
      -Tiene razón -admitió Gabrielle. Se mordió el labio inferior y sus manos se colocaron detrás de ella. Estaba indecisa y tenía que tomar una decisión ya. Una decisión que podría salvar la vida de casi trescientos niños y niñas inocentes.
      -No pienses en nosotros como “los de la Fragua”, piensa que somos personas, niños y niñas que no tienen la culpa de nada. ¿Dejarías que críos de cinco años muriesen porque no han conseguido encontrar un lugar seguro?
     No, sabía que no podía. Gabrielle me miró a los ojos luego empezó a recorrer con la mirada todo el salón y supe que estaba pensando en lo que les pasaría a esos niños desconocidos si no les daba refugio. Al final respiró hondo y negó con la cabeza.
      -Yo, Gabrielle Irdania, gobernadora del País de Papel, os permito la estancia en mi país hasta que este conflicto quede resuelto.

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