Gabrielle
ofreció refugio a mi pueblo con un poco más de sinceridad que a los
fraguanos, a cambio de nuestra protección militar. Los cristalinos
estábamos mucho más preparados para la guerra en armas y en
conocimiento. La llamada de Gabrielle al acuerdo nos llevaba a
juntarnos para protegerlos como en los antiguos tiempos de guerra.
Ahora solo tendría que convencer a mi gente para bajar al País del
Papel. No creía que fuese a haber ningún problema, eran gente
comprensiva y no dudarían al primer aviso de guerra. De todas
formas, debíamos mucho al pueblo de Gabrielle, todas las armas y la
tecnología que nos habían regalado... Éramos un poco negados para
construir cosas en general: pensarlas, vale, hacerlas, mmm… no.
Pero era la guerra el problema. Había una, sí, pero ¿contra quién?
Si no era contra la Fragua… no había nadie más. ¿O sí?
Gabrielle
salió la primera con bastante prisa para avisar a los ciudadanos,
prepararlo todo y evitar que le prendiesen fuego enfadados. El rencor
Fragua-Papel era más antiguo que ellos mismos y sería difícil
evitar que, al menos, se lanzasen cuchillos con la mirada. Yo salí
después, tras despedirme con un “hasta pronto, compañero” de
Evan, con Rukar a mi lado pero tan ausente que era como hablar con
una piedra.
-¿Estás
herido? -le pregunté ya en el coche, extrañado por su
misteriosidad.
-Yo
no -cortó.
-Bien.
Silencio.
Qué raro. Se le notaba muy incómodo.
-Por
la Luna, ¿seguro que estás bien?
-Sí
-de repente, sonrió otra vez, normal-. ¿Está convencido de hacer
esto?
-Sí,
¿no te parece una buena idea? Tenemos que juntar fuerzas contra…
quien sea que nos esté atacando. Me pasó una flecha rozando la
cara, me parece que no son amistosos.
-Pero
no sé si a los cristalinos les parecerá tan bien moverse de sus
casas en plena temporada de cosecha… Nuestras relaciones no son las
mismas que en la época del Acuerdo. No todos cederán.
Suspiré
mientras me frotaba los ojos, cansado.
-Intentaremos
que venga el mayor número posible. Calculo que al menos tres cuartas
partes de la población aceptarán. De todas formas, será temporal.
-Ya…
-miró al infinito. Fuera, la lluvia mojaba la tierra naranja y las
furiosas nubes presagiaban un futuro para nosotros
-Y,
oiga, ¿habrá espacio para todos?
-Pues,
eso espero, eso ha dicho Gabrielle. Y si no… ¿a quién no le
apetece una acampada?
Nos
reímos por no llorar.
-Guerra
-todos los presentes en el aviso de urgencia aguantaron la
respiración, los periodistas anotaron furiosamente en sus libretas,
con la rápidez de Calime cuando huele comida, los cristalinos me
miraron aún más fijamente, hasta las cámaras parecieron ampliar
más su ojo de metal-. No, no contra los fraguanos, contra una fuerza
exterior aún desconocida. Por esta razón, hemos decidido los
líderes de los territorios junto con la aprobación del Consejo del
Rey, trasladarnos temporalmente al País del Papel -empezaron a
murmurar entre ellos y yo me atraganté con mi propia saliva. Aún no
me había acostumbrado a las cámaras y la atención. Respira y, por
la Luna, deja de temblar, mano derecha-, que tan amablemente nos ha
ofrecido su protección territorial a cambio de la nuestra militar.
Allí nos reuniremos también con los niños y niñas del Reino de la
Fragua para que estén a salvo. Les ruego, os ruego, decidan apostar
por su seguridad y nos acompañen.
Toda
la gente empezó a murmurar entre ellos y entonces, para mi alivio,
empezaron a asentir. La mayoría. A mi derecha, debajo del estrado,
mi madre me miraba con los ojos abiertos fijos en mí.
-¿Alguna
pregunta?
-Su
Majestad, ¿dónde nos quedaremos? -levantó la mano una mujer.
-Nos
alojaremos en un gran albergue vacío. No se preocupen, la
Gobernadora ya me ha informado, hay espacio para todos, pero me temo
que habrá que compartir. Tiene varias cocinas por cada edificio,
baños en cada piso e, incluso varios huertos ecológicos.
-¿Se
quedará alguien aquí guardando nuestras tierras?
-No
obligaremos a nadie a marcharse. Quien quiera quedarse, tiene el
derecho a quedarse.
-¿Cuándo
partiremos? -preguntó un hombre con una libreta de cachorritos.
-Ahora
repartiremos unos documentos por todo el reino para dividir a la
población entre los que se quedan y los que se marchan, y mañana
por la mañana estaremos de camino al País del Papel.
Todos
apuntaban en sus libretas y hablaban por sus tarjetas de
conversación.
-¿No
hay más preguntas?
Un
último hombre levantó la mano, un poco más tímidamente.
-¿Podemos
llevar a los gatos?
-Pues...yo
creo que sí. ¡Seguro que la Gobernadora no tiene ningún problema
con eso!
Empezó
el revuelo, empezaron a asentir un poco más emocionados, sonriendo,
y hablando, sí, de gatos.
-Pues
si no hay más preguntas por ahora, empezaremos a prepararlo todo
para partir.
“Bueno,
no ha ido tan mal, no me he caído en ningún agujero”, pensé
mientras bajaba del estrado. Me dirigía hacia mi casa para recoger
mis cosas cuando mi madre se unió a la caminata.
-Ya
no te pones tan nervioso como antes.
-Sí
que lo hago, ahora sólo lo disimulo mejor.
-Ah.
¿Te acuerdas de la primera vez? Empezaste a tartamudear y te salió
la risa tonta y luego tiraste el vasito de agua. Cuánto has crecido
desde entonces.
-Lo
único que recuerdo de esa reunión es que estaba solo. Era la
primera vez y estaba solo.
Ella
guardó silencio, muy incómoda. Pero por primera vez, se lo concedí,
seguía ahí, no había huído. Yo necesitaba compartir mis
pensamientos con alguien. Mis dudas. Y por desgracia para mi orgullo,
era ella quien estaba ahí. Sólo una pequeña tregua.
-No
sé qué pasa. No sé qué va a pasar. No sé si estoy haciendo lo
correcto. No puedo decírselo a nadie, porque no puedo dudar. Si me
ven dudar a mí, dudarán ellos. Pero no puedo con toda la carga yo
solo. No quiero equivocarme. No aquí, no con mi pueblo. No...yo...y
Evan… -me empezó a temblar la voz. No podía llorar, no
delante de ella. Suspiré dejando salir todas las dudas que me
asaltaban. No era el momento de preguntarse “¿y si...?”
-Todo
irá bien.
¿Qué?
Eso me descolocó y, de alguna manera, me llegó. Efecto madre. ¿Por
qué siempre elegía los momentos más difíciles para comportarse
como tal?
-Yo…
bueno, gracias. Me voy, lo siento.
Apreté
un poco el ritmo. Llegaría a casa antes de que me sacase más
sentimientos. Ella se paró e, incoherentemente con mis pensamientos,
me dolió que no lo siguiera intentando. Mi comportamiento no tenía
ningún sentido. Ni estaba habituado a las cámaras y los focos, ni a
que alguien se preocupara por mí, siquiera un momento. A diferencia
con lo primero, sí quería lo segundo, incluso viniendo de ella. Ya
lejos, cuando ella empezó a marcharse también, paré y me giré.
-¿Vendrás
al País del Papel con nosotros? No es seguro para ti que te quedes
aquí.
-Sí
-respondió ella muy sorprendida. Y luego, con voz tan cálida como
chocolate caliente-: Sí, hijo.
-Bien.
Partimos mañana.
Volví
a mi camino bruscamente, antes de que se diese cuenta de que me había
preocupado, de que no quería seguir enfadado.
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