Necesitaba
un descanso. Y no uno de esos de salir una tarde con Felicia.
No,
uno de no volver a ver a nadie del reino de la Fragua, jamás.
Preferiblemente sin ver a uno rubio, de ojos, para mi desgracia,
verdes, e increíblemente atractivo. De ese no quería ni oír
hablar.
-Me
está diciendo, consejera Adelaida, que lo que mi pueblo necesita,
es… ¿Una fiesta? ¿En serio? -dije alzando una ceja. Miré a mi
consejera desde arriba de mi trono. Aquello era tan divertido…
-Bueno,
el pueblo está intranquilo. Un velo de temor cubre toda la capital,
Navat, y creo que una fiesta sería lo más conveniente para
contrarrestar esa inseguridad y dar la bienvenida a nuestros nuevos
inquilinos -me dijo rígida y sin demostrar ningún tipo de expresión
en su rostro.
-Adelaida,
mi pueblo necesita una líder concentrada en ganar una guerra contra
un enemigo invisible, no en el color de las flores de una fiesta-.
Contesté con ironía.
-Pero,
Gobernadora, yo puedo ocuparme de eso. Usted solamente tiene que
informar al País del Papel. Y a lo mejor, adornarlo todo un poco y
que quede bonito -me dijo ella dando un paso hacia delante.
Adelaida
era una mujer fuerte y me caía bien. Pero también era
irritantemente testaruda. Y aquel era una de esos momentos en los que
se le olvidaba que la que mandaba era yo.
-Adelaida,
¿pretendes hacer mi trabajo? ¿Acaso, Consejera, piensas que tú lo
harías mejor? -le pregunté levantándome del trono.
-No,
Gabrielle, no es eso. Se trata de aconsejarte. Para eso estoy
aquí. Para ayudarte, para tratar de mejorar lo que tu ya haces bien
–dijo Adelaida subiendo las escaleras hasta llegar a mí y posar su
mano en mi mejilla, en un gesto maternal-. Quiero que sea más fácil
para ti, Gabrielle. Para mí, aun eres esa niña asustada que
gobernaba un país entero con solo quince años.
La
mirada de Adelaida de enterneció y empezó a acariciar mi mejilla.
No pude menos que responder a su cariñoso gesto cerrando los ojos.
Cuando llegué al poder fue una etapa muy dura en mi vida, en la que
me separé de mi familia, de mis amigos y, lo más importante de
todo, de mis libros. Pero, desde el principio supe que contaba con la
ayuda de Adelaida, era como mi madre del Palacio de las Letras. Algo
que me resultó reconfortante y me sirvió para seguir adelante.
-Lo
pensaré, Adelaida. A lo mejor tienes razón y lo que necesitamos es
una fiesta y relajarnos -le dije sonriendo.
De
repente la puerta de la sala se abrió y por ella entró Resnt, el
guardián del Palacio de las Letras. Adelaida se alejó de mí, sin
embargo yo me abracé a ella. Necesitaba el apoyo de alguien en quien
confiara. Y Adelaida era la persona más leal y de confianza que
conocía.
-Gabrielle,
llevas casi dos semanas sin asistir a una sola clase. Lo más
importante en estos momentos es que la situación vuelva a la
normalidad. Eso incluye un horario tan completamente común como el
del resto de alumnos -dijo el hombre con una pequeña
reverencia.
-¿Clases?
¿Ahora? Resnt, no seas cruel -le dije separandome de Adelaida-. No
puedo centrarme en las clases ahora.
-Vamos,
te toca Leyendas
de los tres reinos.
Lo cual ahora mismo debe de ser muy divertido. Teniendo en cuenta que
hay personas de las Cumbres de Cristal y del Reino de la Fragua para
contar como es, de verdad -dijo Resnt remarcando la palabra verdad-
su vida.
Me
despedí de Adelaida y fui detrás de Resnt hasta llegar a mi clase
de historia. Lo cierto es, a pesar de lo mucho que estudio, que odio
ir a clase. Todo eso de levantarme temprano y llegar a una clase
llena de adolescentes tontos o más dormidos que yo...
-Profesor
Henri, aquí le traigo a la Gobernadora. Le advierto: sea suave -le
dijo Resnt a mi profesor de leyendas.
Resnt
se fue del aula y yo me senté al lado de Felicia. Evan estaba detrás
de mí. ¿Desde cuándo teníamos clase juntos?
-Bien,
empecemos con la clase. La clase anterior estuvimos hablando de
Amatista, la sabia. Un mito del Reino del Cristal. Hoy hablaremos de…
Krant -dijo el profesor Henri. Yo solté un largo suspiro. Krant era
un viejo comandante del ejército Fraguano qué traicionó a su país
por algunas joyas del reino del cristal. No había resultado muy
difícil convencerle de que nos dijera los movimientos que tenían
planeados hacer.
Vi
como mi profesor sonreía de sobremanera. Por alguna razón, que ni
siquiera hoy en día logro entender, mis profesores siempre habían
estado obsesionados con la historia de Krant. Debe ser que la
traición que cometió fue lo suficientemente horrible como
para demostrarle a todo el mundo que no se podía confiar en nadie de
la Fragua.
-Krant
era un hombre joven que llegó al poder demasiado pronto -comenzó el
profesor-. Fue el general más despiadado y más sanguinario que ha
existido. Y ansioso de más poder hizo un pacto con nosotros por
conseguirlo. Aquello llevó al Reino de la Fragua a un caos
momentáneo que nos dio el tiempo suficiente para negociar con el
Reino de Cristal y poder así establecer la paz. Muchos dirán que
Krant fue un peón pero, gracias a aquello, hoy en día podemos decir
que la guerra es algo lejano y, si se me permite, desconocido para
nosotros.
Solté
otro suspiro de resignación, empezaba a odiar aquella clase. Me giré
levemente para mirar a Evan. Estaba al lado de aquella chica que
estaba en su casa. Ella era preciosa, era algo más joven que yo, con
un rostro más dulce y tenía el pelo del mismo tono que Evan, de un
rubio oscuro. No hacía falta fijarse mucho para ver qué se querían
con locura. La forma en la que se sonreían y compartían todos
aquellos chistes privados. Como se me había ocurrido pensar que Evan
no tendría novia. ¡Por favor! Evan era guapísimo, era listo y
amable. Y por lo que había entendido pertenecía a una gran e
importante familia. ¿Cómo había sido tan tonta como para pensar
que no tendría pareja? Oh, ya sé, estaba demasiado ocupada
enamorándome de él como para pensar. “Estúpida y tonta
Gabrielle”, pensé. La chica me miró y me sonrió con amabilidad.
¡Perfecto! Encima la chica era un amor y yo no podía odiarla
tranquila. Maldita rubia, amable y novia de Evan.
Me
giré rápidamente e intenté centrarme en el sonido de la
respiración de Felicia. Ella resoplaba o suspiraba de aburrimiento
de vez en cuando, pero, normalmente, su respiración era tranquila.
Lo cual me relajaba. Siempre he tenido una pequeña obsesión con la
respiración de los demás. Cuando era pequeña buscaba la
respiración de mi madre para tranquilizarme. Ella respiraba, yo
estaba tranquila. Cuando cumplí 15 años buscaba la respiración de
Felicia. Si ella respiraba, yo estaba bien. Tenerla a mi lado había
ayudado a que no me diera un ataque de pánico cada vez que me tocaba
dar un discurso. La hora pasó sin que me diera cuenta. Me levanté
de mi asiento, me agarré al brazo de Feli y fuimos hacia la salida.
Sin embargo, Evan (arrastrado por su novia) nos pararon a mitad de
camino.
-¡Hola!
Soy Eris. Tu debes de ser Gabrielle, nos conocimos cuando atacaron a
Evan. ¿He de hacer alguna reverencia? -dijo la chica con una sonrisa
deslumbrante. Evan agacho la cabeza. Se había puesto rojo. Aquello
era nuevo.
-Eeeh,
no, no hagas ninguna reverencia. Eso sería terriblemente incómodo
-como si esa situación no fuera incómoda de por sí. Me giré
nerviosa hacia Felicia, esperando que hiciera algo. Sin embargo, ella
solo me miró con expresión divertida y arqueó las cejas.
-Oh,
bien. No me arrodillaré entonces -dijo Eris soltando una
risita. De repente su mirada se posó en Felicia y su sonrisa (ya de
por sí sola radiante) se ensanchó-. ¡Oh, dios! Amo tu pelo. Ojalá
yo lo tuviera así de rubio.
-¡Gracias!
A mí me encanta el tuyo. Eres un amor -dijo Felicia sonriendo, yo le
dirigí una mirada de advertencia-. Digo…¡Vete, mmm… asquerosa!
Yo
deseé morir en ese mismo momento. Tiré de Felicia hasta la salida y
salí corriendo con ella detrás hasta la sala del trono. Cuando
llegamos la miré intentando matarla con la mirada. Y luego… luego
lloré desconsolada en su hombro. Dí gracias de tener a Feli y de
que no hubiera nadie más en la sala. Supongo que en realidad no
tenía muchas razones para estar llorando como si me fuera a morir. O
al menos era estúpido llorar porque una chica más guapa que yo
saliera con Evan.
Al
cabo de un rato conseguí tranquilizarme (algo que fue gracias a la
respiración de Felicia. ¿Cómo puedo ser tan rara?) y que no se
notara tanto que había llorado. Me senté en el trono y Felicia se
puso a mi lado. Hasta que aparecieron Resnt y Adelaida corriendo
hacia mí desesperados. Y discutiendo entre ellos.
-¡Gobernadora!
¿No le he dicho que hoy tendría clases? -me dijo Resnt alzando una
ceja. Yo puse los ojos en blanco y me dirigí a Adelaida.
-Quiero
esa fiesta. Organizarla no será difícil. Se hará en la sala de
baile y asistirán todos los menores de… Feli, ¿qué límite de
edad ponemos? -dije lo más seria que pude.
-Eeeehhh,
¿Veinti… cuatro, cinco?- contestó ella.
-Cinco,
veinticinco. Y los menores de… 13, no pueden asistir. Será el
viernes. Todo el mundo se lo pasará genial y yo lo anunciaré ahora
mismo. Convocad una rueda de prensa -sonreí sin sentir nada y salí
casi corriendo hasta mi habitación acompañada de Feli.
Cuando
hube arrancado mi vestido y puesto mi pijama, me senté en la cama y
esperé a que Feli eligiera mi ropa para la comparecencia. Me miré
un par de veces en el espejo de mi habitación. No pude hacer otra
cosa que encontrar un defecto tras otro defecto en mí.
Desde
mi frente demasiado pequeña y aquellas manchitas en las mejillas que
me salían por culpa del sol, hasta que había adelgazado demasiado y
algún periódico o revista no tardaría mucho en decir que padezco
algún trastorno alimenticio. ¡Como si yo pudiera prescindir de la
comida! Sin darme cuenta me había sentado en el tocador y me estaba
mirando con el ceño fruncido. Felicia se puso detrás de mí y
empezó a cepillar mi pelo.
-Eres
preciosa, Gabrielle. Y si Evan, o quien sea, te hace pensar lo
contrario es que no vale la pena -dijo ella como si supiera qué era
lo que necesitaba-. Gabrielle, eres perfecta. Con todos tus defectos.
Eres justo lo que tienes que ser. Y nadie en el mundo es tan
increíblemente perfecta como tú, porque eres única. Y, ojalá
nadie te haga pensar que vales menos. Tú, precisamente tú, lo vales
todo.
Me
giré lentamente hasta mirar a Felicia, sin saber qué contestar o
qué decir. Me limité a abrazarla, supongo, en un intento
desesperado por decirle sin palabras lo mucho que la quería. Lo
mucho que la necesitaba. Dios, yo era una amiga horrible. La había
visto sufrir por muchos chicos y nunca se me habría ocurrido decirle
que ella era mejor que todo eso. Lo cierto es que, ahora que lo
pienso, Felicia siempre ha sido, es y será mejor que nada en el
universo.
-Te
quiero, Feli. Un montón -dije todavía abrazándola.
Y
seguí abrazada a ella hasta que se me cansaron los brazos y Feli me
enseño el precioso vestido blanco que llevaría esta vez. El vestido
era todo de encaje y largo hasta el suelo. Sin embargo el escote era
demasiado bajo a lo que yo solía llevar y mostraba más piel de la
necesaria.
-No
me mires con esa cara, Elle. Es un vestido precioso. Además, si me
dejas maquillarte… Sería enseñarle a Evan lo que se pierde -me
dijo Feli guiñando un ojo.
En
otras circunstancias me habría reído en la cara de Felicia.
¿Ponerse guapa por un hombre? Ni muerta. Y sin embargo lo único que
hice fue asentir y dejar que Feli hiciera su magia.
Cuando
Felicia terminó de arreglarme, Adelaida llamó a la puerta y me
avisó de que los periodistas ya estaban listos para la rueda de
prensa.
Salimos
rápidamente hacia la zona de prensa y me coloqué en el atril. Había
tantas personas allí reunidas que me puse aun más nerviosa de lo
que ya me encontraba. No había necesidad de estarlo, solo tenía que
sonreír y decir que haríamos una fiesta de bienvenida. Nadie pudo
decir nada en mi contra por eso.
Me
aclaré la garganta y comencé.
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