miércoles, 15 de junio de 2016

Capítulo 26: Esto es... ¿una cita? (Evan)

Miraba al suelo mientras caminaba, dejando que mi mente divagase todo lo que quisiera. De repente sentí un golpe fuerte en el hombro y oí una queja y libros cayéndose. Cuando alcé la mirada no ví a nadie pero cuando la volví a bajar vi a Garbrielle en el suelo con libros esparcidos alrededor de ella.
-¡Xaolte! Lo siento mucho -me disculpé mientras me agachaba para ayudarla a recoger sus libros-. Estaba distraído y no te he visto.
-Ya, no pasa nada -me respondió mientras que, sin levantarse del suelo, cogía el resto de librosLe tendí la mano para que se levantase pero la ignoró y se levantó ella sola. Vi como debajo de sus ojos se instalaban unas sombras lilas y reprimía un bostezo. Inmediatamente pensé en la masacre del Reino de Cristal y en todas las reuniones y la presión a la que estaba sometida Gabrielle. Me acordé en ese momento de la supuesta cita que tendríamos que haber tenido y no tuvimos hace tres días.
Me enteré gracias a Felicia. Me la encontré en un pasillo muy agobiada casi corriendo de un lado para otro. Le paré, le pregunté lo que le pasaba y me lo contó. No lo pude creer. Fui corriendo a ver a Trent pero él fue el primero en saber esta noticia y se marchó a su reino al instante. Me hubiera gustado estar con él y tenía pensado quedar los dos juntos para hablar un rato, que los dos lo necesitábamos mucho.
Después de eso supuse que no tendríamos la cita y, como no vi a Gabrielle, pensé que estaría demasiado ocupada para verme y decirme que ya no había cita.
Le devolví los libros que había recogido y aproveché ese momento para hacerle la pregunta que me había estado rondando la cabeza los últimos días:
-Oye… Em… Lo de la cita… ¿Sigue en pie?
Gabrielle no se esperaba esa pregunta, se quedó con la boca un poco entreabierta y callada un rato. Pero al final me respondió y me dijo:
-Claro… No me vendría mal tomar un café. ¿A la séptima campanada en la cafetería?
-Vale… Pues nos vemos allí -me despedí porque ya no sabía qué más decir.
-Hasta luego.
Nos alejamos en direcciones contrarias y me giré justo a tiempo para ver cómo su vestido blanco desaparecía detrás de una esquina.

>>>>>>>>>><<<<<<<<<<

Estaba sentado en una mesa, desparramado en la silla, con los brazos cruzados y con la cabeza en otra parte mientras esperaba a Gabrielle. Me había pedido un té de frutos rojos pero ni siquiera lo había probado, con lo que había pasado no podía seguir haciendo una vida normal como si nada. Me estaba planteando seriamente presentarme como voluntario para ayudar a los médicos, médicas, enfermeros y enfermeras con todo el trabajo que tenían. En la Fragua todos aprendemos primeros auxilios en caso de que hubiera alguna emergencia. Debo admitir que nuestro reino no es el mejor en cuestión de medicina, pero por lo menos todo el mundo sabe qué hay que hacer cuando alguien se desmaya, se hace una herida o se le corta la respiración. Decidí que mañana a primera hora se lo comentaría a mi padre.
No me di cuenta de que Gabrielle estaba ya justo sentada delante de mí hasta que chasqueó los dedos delante de mi cara. Di un respingo y casi me caí de la silla por el susto pero me alegré de que eso hiciera reír a Gabrielle, le sonreí a modo de respuesta.
-¡Madre mía! ¿Sabes que casi me da un ataque al corazón con ese susto? -le reproché mientras puse mi mano derecha en el centro del pecho y con la otra me agarraba a la silla para sentarme bien.
-No esperaba esa reacción -me respondió después de terminar de reírse.
Nos quedamos callados un momento con los restos de las risas aún en nuestras caras. Al final rompí el silencio.
-Me alegro de volver a verte.
-Ya, yo también -me respondió ella con una sonrisa-. Últimamente he estado muy ocupada yendo de una reunión a otra sin parar.
Asentí. No sabía lo que era estar bajo tantísima presión y tener los ojos de todo un país puestos en ti.
-¿Siempre ha sido así? Quiero decir, ¿desde que empezaste a gobernar siempre has tenido reuniones? -me aventuré a preguntarle.
-No siempre -me respondió después de suspirar-. Los primeros meses todos fueron muy blandos conmigo teniendo en cuenta que empecé a ser Gobernadora a los dieciséis años: solo tenía una reunión al mes y era para ver si todo estaba en orden e iba según lo previsto. Pasó el tiempo y los consejeros se dieron cuenta que ya no podían tratarme como si fuera aún una niña pequeña porque era su Gobernadora y era yo la que tenía que gobernar, no ellos. Desde ese momento, ya tenía una reunión cada semana y esperaban que tuviese una solución para todos los problemas que iban saliendo.
>Además tenía que seguir asistiendo a clases y tenía que mantener mis notas altas, tener siempre los deberes al día y estudiar todo lo que podía y más. Y aunque no lo parezca, estudiar me ha ayudado a resolver algún que otro problema. Te sorprenderías de todo lo que se puede solucionar con algunas fórmulas de física -me sonrió y se encogió de hombros-. Tengo mucha presión todos los días.
-Uau… Yo no hubiera aguantado ni un año -contesté riéndome.
-Bueno, seguramente tú también has tenido que aguantar mucha presión en la Fragua. Ser el mayor de cinco hermanos tiene que ser un constante dolor de cabeza. ¡Yo solo tengo uno y de vez en cuando me gustaría tirarlo por la ventana!
Los dos nos reímos.
-Yo también lo he querido hacer alguna vez, aunque tengo que admitir que mis hermanos se portan muy bien… Bueno, menos algunas veces que sí me sacan un poco de quicio, pero de normal no causan muchos problemas.
-Tu madre tiene que estar un poco hasta el gorro de ellos -Gabrielle levantó el brazo para llamar al camarero-. Me apetecería un batido de plátano, por favor. Gracias. ¿Quieres algo?
-No, gracias, ya tengo mi té -respondí y señalé mi té tibio al que le quedaba poco para enfriarse. El camarero asintió y se fue.
-Bueno, la verdad es que mi madre no se harta de mis hermanos -comenté retomando la conversación.
-¿No? -preguntó, sorprendida-. ¿Cómo lo hace?
-No pasa mucho tiempo en casa -me encogí de hombros-. Es lo que pasa cuando tus padres son draacars y tienen muchos problemas que atender.
Gabrielle me miró con un poco de pena, algo que no me gustó mucho. Odio que la gente sienta pena por mí por eso no suelo contar mis cosas a los demás. Pero metí ese sentimiento en lo más profundo de mi mente para que no saliese.
-¿Y quién os cuidaba? -me preguntó.
Me quedé callado. No me gustaba hablar de mí. Sentía como si me estuvieran leyendo los pensamientos o como si estuviera desnudo. Me crucé de brazos, mi posición de seguridad: era un aviso de que Gabrielle estaba tocando la fibra sensible. La miré, seguía esperando mi respuesta, no lo había entendido. Respiré profundo y decidí contárselo, total qué más daba.
-Yo me tuve que encargar de cuidar a mi hermanos.
-¿Tú solo? -siguió preguntando.
Asentí, pero al momento me rectifiqué.
-Bueno, al principio sí pero, cuando Eris se hizo lo bastante mayor para darse cuenta de que era yo quien los cuidaba y no mis padres, decidió ayudarme. Desde ese momento ella es mi mayor apoyo.
Gabrielle se quedó callada y frunció el ceño. Clavó sus ojos en los míos de una forma que no supe interpretar y me preguntó:
-¿Una persona de otra familia tuvo que ayudarte?
Su pegunta me descolocó, abrí los ojos de asombro y entreabrí la boca.
-¿De otra familia? ¿Te refieres a Eris?
-Claro, ¿a quién si no? -me respondió sorprendida.
Abrí la boca para explicarle las cosas pero antes decidí saber quién creía que era mi hermana. Quería reírme un rato.
-A ver, ¿quién crees que es Eris?
-Pues… Es tu novia -me contestó con seguridad, luego se paró, pensó un poco y añadió-. ¿No?
Me puse a reír aunque la imagen de salir con mi hermana me perturbaba un poco. Gabrielle me miró sin comprender por qué me reía. Pensé en decírselo pero quería seguir riéndome aunque fuese un poquito más. Al final tuve piedad de ella y decidí contárselo.
-Eris no es mi novia y la verdad es que no sé de dónde te has sacado esa idea -una pequeña risa se me escapó, no pude evitarlo-. En realidad es mi hermana.
La boca de Gabrielle se abrió tanto que por un momento creí que se le iba a desencajar y poco a poco su cara iba teniendo el mismo color que un tomate.
-N-No lo sabía, lo siento -me dijo con la mirada clavada en el suelo.
-No pasa nada, no tiene importancia -dije poniéndole una mano en el brazo pero la quité casi al instante.
No sabía qué me pasaba que cuando estaba cerca de Gabrielle tenía la sensación de que a mi cerebro le costaba reaccionar y obeceder a lo que le mandaba. Al momento me preocupé de si mi movimiento había parecido muy mecánico. Empecé a notar calor en la cara y me dije a mí mismo de tranquilizarme y pensar dos veces las cosas antes de hacerlas.
Un silencio se cernió sobre nosotros. No teníamos mucho que contarnos, el único tema del  que podíamos hablar era el bombardeo de las Cumbres de Cristal y… Bueno… No es recomendable hablar de una tragedia de millones de muertos en una primera cita.
Notaba que ese espacio sin conversación se empezaba a poner incómodo así que dije lo primero que se me pasó por la cabeza:
-¿Tú alguna vez has tenido novio?
Gabrielle me miró y negó con la cabeza.
-No he tenido tiempo para ir andando con novios. ¿Y tú?
Me quedé pensando un poco hasta que al final lo recordé.
-Sí, solo una. Tendría unos doce o trece años. Ella iba a la misma clase que yo en el colegio y… Bueno… Digamos que era muy pequeño.
Esta vez le tocó a Gabrielle reírse.
-Madre mía, no quiero saber qué le hiciste a esa chica.
-¡Ey! No le hice nada -protesté con una pequeña sonrisa-. Lo único que pasó fue que yo me lo tomé muy en serio. Con la cabeza que tenía yo en esa época pensé que sería el amor de mi vida y etcétera.
-Ooh, no sabía que fueras un romántico -se burló de mí al borde de la risa.
Bajé la mirada y me reí mientras notaba cómo la sangre se me subía a la cabeza y la coloreaba de rojo.
-Lo era, sí -respondí rascándome la cabeza.
-¿Lo eras? ¿Ya no eres un romántico? ¿Qué ha cambiado? -me preguntó, audaz. A veces se me olvidaba lo inteligente que era.
-Lo único que ha cambiado es que ahora tengo más control de mis sentimientos -expliqué.
Pero al ver que Gabrielle alzaba la ceja, dándome a entender que no me había explicado bien, añadí:
-Que ahora tengo más cuidado con lo que hago.
Gabrielle seguía mirándome como si estuviera esperando a que dijese la verdad cuando empezaron a sonar las campanas. Sonaron ocho veces y de repente ella se irguió y se puso atenta.
-¿Cuántas campanadas han sonado?
-Ocho, ¿por qué? -respondí.
-Oh dios, me tengo que ir. Aún tengo que hacer los ejercicios de física.
Gabrielle se levantó de la silla y yo con ella.
-¿Te das cuenta de que siempre te tienes que ir cuando estamos juntos? -comenté, divertido.
-Ya te he dicho que no tengo mucho tiempo -respondió encogiéndose de hombros-. Hasta luego.
Gabrielle ya me daba la espalda cuando una idea se me pasó por la cabeza y actué por impulso.
-Espera -la llamé.
Ella se giró y me fijé en sus grandes ojos negros, después de eso ya no pensé. Me acerqué y le di un beso en la mejilla.
-Espero que vuelvas a tener un hueco en tu agenda para volver a quedar contigo.

Gabrielle me sonrió y sus ojos la siguieron. Después la vi marcharse por la puerta de la cafetería mientras dejábamos sobre la mesa nuestras bebidas ya frías y una cuenta que, por cierto, tuve que pagar yo. Pero con gusto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario