Miraba
al suelo mientras caminaba, dejando que mi mente divagase todo lo que
quisiera. De repente sentí un golpe fuerte en el hombro y oí una
queja y libros cayéndose. Cuando alcé la mirada no ví a nadie pero
cuando la volví a bajar vi a Garbrielle en el suelo con libros
esparcidos alrededor de ella.
-¡Xaolte!
Lo siento mucho -me disculpé mientras me agachaba para ayudarla a
recoger sus libros-. Estaba distraído y no te he visto.
-Ya,
no pasa nada -me respondió mientras que, sin levantarse del suelo,
cogía el resto de librosLe tendí la mano para que se levantase pero
la ignoró y se levantó ella sola. Vi como debajo de sus ojos se
instalaban unas sombras lilas y reprimía un bostezo. Inmediatamente
pensé en la masacre del Reino de Cristal y en todas las reuniones y
la presión a la que estaba sometida Gabrielle. Me acordé en ese
momento de la supuesta cita que tendríamos que haber tenido y no
tuvimos hace tres días.
Me
enteré gracias a Felicia. Me la encontré en un pasillo muy agobiada
casi corriendo de un lado para otro. Le paré, le pregunté lo que le
pasaba y me lo contó. No lo pude creer. Fui corriendo a ver a Trent
pero él fue el primero en saber esta noticia y se marchó a su reino
al instante. Me hubiera gustado estar con él y tenía pensado quedar
los dos juntos para hablar un rato, que los dos lo necesitábamos
mucho.
Después
de eso supuse que no tendríamos la cita y, como no vi a Gabrielle,
pensé que estaría demasiado ocupada para verme y decirme que ya no
había cita.
Le
devolví los libros que había recogido y aproveché ese momento para
hacerle la pregunta que me había estado rondando la cabeza los
últimos días:
-Oye…
Em… Lo de la cita… ¿Sigue en pie?
Gabrielle
no se esperaba esa pregunta, se quedó con la boca un poco
entreabierta y callada un rato. Pero al final me respondió y me
dijo:
-Claro…
No me vendría mal tomar un café. ¿A la séptima campanada en la
cafetería?
-Vale…
Pues nos vemos allí -me despedí porque ya no sabía qué más
decir.
-Hasta
luego.
Nos
alejamos en direcciones contrarias y me giré justo a tiempo para ver
cómo su vestido blanco desaparecía detrás de una esquina.
>>>>>>>>>><<<<<<<<<<
Estaba
sentado en una mesa, desparramado en la silla, con los brazos
cruzados y con la cabeza en otra parte mientras esperaba a Gabrielle.
Me había pedido un té de frutos rojos pero ni siquiera lo había
probado, con lo que había pasado no podía seguir haciendo una vida
normal como si nada. Me estaba planteando seriamente presentarme como
voluntario para ayudar a los médicos, médicas, enfermeros y
enfermeras con todo el trabajo que tenían. En la Fragua todos
aprendemos primeros auxilios en caso de que hubiera alguna
emergencia. Debo admitir que nuestro reino no es el mejor en cuestión
de medicina, pero por lo menos todo el mundo sabe qué hay que hacer
cuando alguien se desmaya, se hace una herida o se le corta la
respiración. Decidí que mañana a primera hora se lo comentaría a
mi padre.
No
me di cuenta de que Gabrielle estaba ya justo sentada delante de mí
hasta que chasqueó los dedos delante de mi cara. Di un respingo y
casi me caí de la silla por el susto pero me alegré de que eso
hiciera reír a Gabrielle, le sonreí a modo de respuesta.
-¡Madre
mía! ¿Sabes que casi me da un ataque al corazón con ese susto? -le
reproché mientras puse mi mano derecha en el centro del pecho y con
la otra me agarraba a la silla para sentarme bien.
-No
esperaba esa reacción -me respondió después de terminar de reírse.
Nos
quedamos callados un momento con los restos de las risas aún en
nuestras caras. Al final rompí el silencio.
-Me
alegro de volver a verte.
-Ya,
yo también -me respondió ella con una sonrisa-. Últimamente he
estado muy ocupada yendo de una reunión a otra sin parar.
Asentí.
No sabía lo que era estar bajo tantísima presión y tener los ojos
de todo un país puestos en ti.
-¿Siempre
ha sido así? Quiero decir, ¿desde que empezaste a gobernar siempre
has tenido reuniones? -me aventuré a preguntarle.
-No
siempre -me respondió después de suspirar-. Los primeros meses
todos fueron muy blandos conmigo teniendo en cuenta que empecé a ser
Gobernadora a los dieciséis años: solo tenía una reunión al mes y
era para ver si todo estaba en orden e iba según lo previsto. Pasó
el tiempo y los consejeros se dieron cuenta que ya no podían
tratarme como si fuera aún una niña pequeña porque era su
Gobernadora y era yo la que tenía que gobernar, no ellos. Desde ese
momento, ya tenía una reunión cada semana y esperaban que tuviese
una solución para todos los problemas que iban saliendo.
>Además
tenía que seguir asistiendo a clases y tenía que mantener mis notas
altas, tener siempre los deberes al día y estudiar todo lo que podía
y más. Y aunque no lo parezca, estudiar me ha ayudado a resolver
algún que otro problema. Te sorprenderías de todo lo que se puede
solucionar con algunas fórmulas de física -me sonrió y se encogió
de hombros-. Tengo mucha presión todos los días.
-Uau…
Yo no hubiera aguantado ni un año -contesté riéndome.
-Bueno,
seguramente tú también has tenido que aguantar mucha presión en la
Fragua. Ser el mayor de cinco hermanos tiene que ser un constante
dolor de cabeza. ¡Yo solo tengo uno y de vez en cuando me gustaría
tirarlo por la ventana!
Los
dos nos reímos.
-Yo
también lo he querido hacer alguna vez, aunque tengo que admitir que
mis hermanos se portan muy bien… Bueno, menos algunas veces que sí
me sacan un poco de quicio, pero de normal no causan muchos
problemas.
-Tu
madre tiene que estar un poco hasta el gorro de ellos -Gabrielle
levantó el brazo para llamar al camarero-. Me apetecería un batido
de plátano, por favor. Gracias. ¿Quieres algo?
-No,
gracias, ya tengo mi té -respondí y señalé mi té tibio al que le
quedaba poco para enfriarse. El camarero asintió y se fue.
-Bueno,
la verdad es que mi madre no se harta de mis hermanos -comenté
retomando la conversación.
-¿No?
-preguntó, sorprendida-. ¿Cómo lo hace?
-No
pasa mucho tiempo en casa -me encogí de hombros-. Es lo que pasa
cuando tus padres son draacars y tienen muchos problemas que atender.
Gabrielle
me miró con un poco de pena, algo que no me gustó mucho. Odio que
la gente sienta pena por mí por eso no suelo contar mis cosas a los
demás. Pero metí ese sentimiento en lo más profundo de mi mente
para que no saliese.
-¿Y
quién os cuidaba? -me preguntó.
Me
quedé callado. No me gustaba hablar de mí. Sentía como si me
estuvieran leyendo los pensamientos o como si estuviera desnudo. Me
crucé de brazos, mi posición de seguridad: era un aviso de que
Gabrielle estaba tocando la fibra sensible. La miré, seguía
esperando mi respuesta, no lo había entendido. Respiré profundo y
decidí contárselo, total qué más daba.
-Yo
me tuve que encargar de cuidar a mi hermanos.
-¿Tú
solo? -siguió preguntando.
Asentí,
pero al momento me rectifiqué.
-Bueno,
al principio sí pero, cuando Eris se hizo lo bastante mayor para
darse cuenta de que era yo quien los cuidaba y no mis padres, decidió
ayudarme. Desde ese momento ella es mi mayor apoyo.
Gabrielle
se quedó callada y frunció el ceño. Clavó sus ojos en los míos
de una forma que no supe interpretar y me preguntó:
-¿Una
persona de otra familia tuvo que ayudarte?
Su
pegunta me descolocó, abrí los ojos de asombro y entreabrí la
boca.
-¿De
otra familia? ¿Te refieres a Eris?
-Claro,
¿a quién si no? -me respondió sorprendida.
Abrí
la boca para explicarle las cosas pero antes decidí saber quién
creía que era mi hermana. Quería reírme un rato.
-A
ver, ¿quién crees que es Eris?
-Pues…
Es tu novia -me contestó con seguridad, luego se paró, pensó un
poco y añadió-. ¿No?
Me
puse a reír aunque la imagen de salir con mi hermana me perturbaba
un poco. Gabrielle me miró sin comprender por qué me reía. Pensé
en decírselo pero quería seguir riéndome aunque fuese un poquito
más. Al final tuve piedad de ella y decidí contárselo.
-Eris
no es mi novia y la verdad es que no sé de dónde te has sacado esa
idea -una pequeña risa se me escapó, no pude evitarlo-. En realidad
es mi hermana.
La
boca de Gabrielle se abrió tanto que por un momento creí que se le
iba a desencajar y poco a poco su cara iba teniendo el mismo color
que un tomate.
-N-No
lo sabía, lo siento -me dijo con la mirada clavada en el suelo.
-No
pasa nada, no tiene importancia -dije poniéndole una mano en el
brazo pero la quité casi al instante.
No
sabía qué me pasaba que cuando estaba cerca de Gabrielle tenía la
sensación de que a mi cerebro le costaba reaccionar y obeceder a lo
que le mandaba. Al momento me preocupé de si mi movimiento había
parecido muy mecánico. Empecé a notar calor en la cara y me dije a
mí mismo de tranquilizarme y pensar dos veces las cosas antes de
hacerlas.
Un
silencio se cernió sobre nosotros. No teníamos mucho que contarnos,
el único tema del que podíamos hablar era el bombardeo de las
Cumbres de Cristal y… Bueno… No es recomendable hablar de una
tragedia de millones de muertos en una primera cita.
Notaba
que ese espacio sin conversación se empezaba a poner incómodo así
que dije lo primero que se me pasó por la cabeza:
-¿Tú
alguna vez has tenido novio?
Gabrielle
me miró y negó con la cabeza.
-No
he tenido tiempo para ir andando con novios. ¿Y tú?
Me
quedé pensando un poco hasta que al final lo recordé.
-Sí,
solo una. Tendría unos doce o trece años. Ella iba a la misma clase
que yo en el colegio y… Bueno… Digamos que era muy pequeño.
Esta
vez le tocó a Gabrielle reírse.
-Madre
mía, no quiero saber qué le hiciste a esa chica.
-¡Ey!
No le hice nada -protesté con una pequeña sonrisa-. Lo único que
pasó fue que yo me lo tomé muy en serio. Con la cabeza que tenía
yo en esa época pensé que sería el amor de mi vida y etcétera.
-Ooh,
no sabía que fueras un romántico -se burló de mí al borde de la
risa.
Bajé
la mirada y me reí mientras notaba cómo la sangre se me subía a la
cabeza y la coloreaba de rojo.
-Lo
era, sí -respondí rascándome la cabeza.
-¿Lo
eras? ¿Ya no eres un romántico? ¿Qué ha cambiado? -me preguntó,
audaz. A veces se me olvidaba lo inteligente que era.
-Lo
único que ha cambiado es que ahora tengo más control de mis
sentimientos -expliqué.
Pero
al ver que Gabrielle alzaba la ceja, dándome a entender que no me
había explicado bien, añadí:
-Que
ahora tengo más cuidado con lo que hago.
Gabrielle
seguía mirándome como si estuviera esperando a que dijese la verdad
cuando empezaron a sonar las campanas. Sonaron ocho veces y de
repente ella se irguió y se puso atenta.
-¿Cuántas
campanadas han sonado?
-Ocho,
¿por qué? -respondí.
-Oh
dios, me tengo que ir. Aún tengo que hacer los ejercicios de física.
Gabrielle
se levantó de la silla y yo con ella.
-¿Te
das cuenta de que siempre te tienes que ir cuando estamos juntos?
-comenté, divertido.
-Ya
te he dicho que no tengo mucho tiempo -respondió encogiéndose de
hombros-. Hasta luego.
Gabrielle
ya me daba la espalda cuando una idea se me pasó por la cabeza y
actué por impulso.
-Espera
-la llamé.
Ella
se giró y me fijé en sus grandes ojos negros, después de eso ya no
pensé. Me acerqué y le di un beso en la mejilla.
-Espero
que vuelvas a tener un hueco en tu agenda para volver a quedar
contigo.
Gabrielle
me sonrió y sus ojos la siguieron. Después la vi marcharse por la
puerta de la cafetería mientras dejábamos sobre la mesa nuestras
bebidas ya frías y una cuenta que, por cierto, tuve que pagar yo.
Pero con gusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario