Miraba
al exterior por la ventana del Club Social. Veía la gente pasar
tranquila, cada uno en la burbuja de su vida. Empezaba a hacer más
frío esos días y todos los árboles de hoja caduca habían
aprendido a vivir sin sus verdes hojas. Siempre me había gustado el
invierno con ese cálido frío y la nieve. Me invitaban a permanecer
junto al fuego y a dormir, más de lo habitual. Aunque ya había
olvidado lo que era tener un sueño completo y tranquilo, sin
pesadillas, sin oscuridad. No pude evitar pensar entonces que era
poco probable que pudiese volver a mi casa algún día junto a mi
chimenea y mis libros, pues habían sido destruidos en la explosión.
Mis recuerdos me volvieron a llevar a la puerta de mi casa, bueno,
“puerta” sería demasiado decir. Todo estaba cubierto de cenizas,
lo que era bastante previsible, pero no dejó de romperme un poquito
el corazón. Era la casa de mi infancia, toda mi vida estaba ahí.
Sólo eran cuatro paredes con un techo encima y, sin embargo, eran
las cuatro paredes que me vieron nacer, crecer y, poco a poco,
quedarme solo. Hasta ella me había sido arrebatada ahora.
Justo
delante del portal había encontrado una carta impecable con mi
nombre escrito en ella. Aún no había tenido el coraje de abrirla.
-Estás
muy callado.
Miré
a Evan.
-Lo
entiendo -continuó-. No puedes dejar de pensar en ello, ¿verdad? No
pretendo que dejes de hacerlo, es lo que la situación merece, pero
recuerda que puedes hablar conmigo.
Guardé
silencio. Tampoco es que supiera qué decir.
Él
se encontraba sentado delante de mí, al costado también de la
ventana. Su oscuro cabello rubio se encontraba descuidadamente
alborotado, seguramente por el viento del exterior (y una parte de
pereza de su portador). Sus chispeantes ojos verdes me observaban a
juego con una sonrisa de preocupación. Él no sobresalía entre la
gente del Club, parecía, como ellos, joven, brillante,
despreocupado, con una buena vida por delante. Pegaba bien en esta
tierra, lo hacía parecer más joven y feliz. Los habitantes del País
del Papel lo influenciaban bien, eran inteligentes, curiosos,
trabajadores, como él; y por no hablar de Gabrielle, que lo había
convertido en una persona que se me hacía completamente diferente,
pero para mejor.
-Pero...
si puedes hablar… pues, mejor…
Solté
una pequeña risa.
-Lo
siento, es que ya no recuerdo como funciona eso de las palabras. ¿Qué
tal estás? ¿Cómo están tus hermanos?
-Bien
-él aceptó mi cambio de tema-. Se han adaptado muy bien al lugar.
Están relativamente contentos. ¡Jasin hasta ha hecho una amiga! Y
Eris y Gabrielle creo que se llevan también muy bien. Los únicos no
tan conformes son mis padres, no están muy contentos con Gabrielle y
su gobierno. Dicen que es demasiado joven como para siquiera llevarse
a sí misma.
-Es
una chica inteligente, aunque quizás a veces un poco impulsiva.
-Sí
-respondió él con una mirada soñadora y un brillito en los ojos-.
Sí que lo es.
-¿Te
gusta mucho, verdad?
-¿Qué?
¿A mí? No, ¿yo? No, no. No puedo, es una patosa, tonta, pesada,
adorable ratilla de biblioteca del País del Papel, es el enemigo.
-Ellos
ya no son el enemigo -permanecimos en silencio-. Por cierto,
mentiroso.
Se
le empezaron a enrojecer los mofletes.
-No
estoy mintiendo, Trent. ¡No me mires así! No miento, no miento.
Yo
me reí y él, también riendo, me pegó un puñetazo en el hombro
que casi me tiró de la silla.
-¿Sabes
lo que he aprendido de todo esto? No te dejes nada por decir. Lo que
sea que tengas que decir a tu gente, dilo ya.
-Pero,
¿y si... me dice que no? Ella es la Gobernadora, ya tiene bastantes
preocupaciones.
-Seguramente
te diga primero que no. - él me miró con ojos de cordero degollado,
herido mientras me gritaba “¡Eh!” - Es verdad, ya sabes cómo
es. Es orgullosa y se hará de rogar, pero le gustas, te lo prometo.
-No
sé, bueno, tendría que encontrar la ocasión - yo le miré con
sonrisa sabionda.
-Lo
sabía.
-Cállate
- y me volvió a pegar en el hombro -. ¿Y tú? ¿No vas a solucionar
las cosas con tu madre? Sé que esos muros internos tuyos se están
derrumbando.
Suspiré.
-No
es.... lo mismo, es… difícil. Pero...lo arreglaré. Pronto.
Él
me sonrió tranquilizador, entendiendo mis incomprensibles balbuceos.
Evan
me preguntó si quería tomar algo y yo negué con la cabeza, aún
con una sonrisilla en los labios. Él llamó a un camarero del Club y
le pidió un té de frutos rojos especialmente caliente. Yo saqué la
carta de mi bolsillo y la puse encima de la mesa.
-¿Qué
es esto? -preguntó.
-Me
lo encontré delante de mi casa, en las Cumbres.
-¿En
las Cumbres? ¿Después de las bombas? Pero, ¿cómo?
-Sí.
Fue puesta después del ataque, colocada perfectamente, sin una
mancha. Ni siquiera me he atrevido a abrirla.
-Hombre,
es cosa segura que está dirigida a ti -dijo él señalando el nombre
escrito a pluma y en letras como mi pulgar de grandes en el imponente
sobre blanco.
-No
sé qué hacer con ella, no quiero más malas noticias -pero mientras
lo decía, buscaba una manera de abrir la carta-. Abrámosla, a lo
mejor es una buena nueva -aunque mi pequeña risa nerviosa me
desenmascaró.
Él
sacó un objeto plateado de su bolsillo y gritó: “¡Navaja
multiusos!”. Y con el abrecartas, la abrió.
-Pero,
¿qué? -susurró despacio.
-¿Qué
es?
-Pues…
no lo sé.
Del
interior del sobre, sacó una hoja amarillenta plegada sobre sí
misma, minúscula. Sin decir una palabra, la cogí. Casi no podía
desplegarla con mis manazas. La estiré y la alisé. Estaba vacía,
salvo por el discreto dibujo de un topo dibujado a lápiz en una de
las caras. Nada más.
-Qué...original.
Al menos puedes estar seguro de que sea quien sea este admirador tuyo
tiene corazón de artista.
Yo
solo le miré fijamente, con una ceja levantada.
-Vale…
solo intentaba animarte. Últimamente, cuesta ver una sonrisa en tu
boca.
Y
así se me cayó otra vez la sonrisa. Continué:
-Me
suena de algo, pero no sé lo que significa ni tampoco lo reconozco
como el símbolo de ninguna de las familias.
-¿Y
qué más podría ser? Podríamos ir en cuanto tengas un poco de
tiempo a la biblioteca y lo buscamos.
-Tú
sólo quieres una excusa para ir a la biblioteca.
-Bueno,
eso puede ser, pero ¿a que tú tampoco vas a negarte? -me dijo con
cara de provocación.
-Pues…
no -respondí intentando guardar el orgullo.
-Lo
sabía -puso entonces su sonrisa torcida hacia la izquierda por haber
ganado una discusión, tan mejorada por todos los años con sus
hermanos.
Nos
volvimos a quedar en ese cómodo silencio nuestro, sin necesidad de
decir nada, y sólo por unos momentos la paz volvió a mi vida. Pero
todo se acaba y fue justo en ese momento cuando lo recordé
-El
informe forense…¡El informe forense de mi hermano! Encontraron un
dibujo igual en su bolsillo. N...no le había dado importancia, pero
es imposible que en una caída desde esa altitud un dibujo en una
hoja de papel permaneciese intacto en su bolsillo.
-Pero,
¿sabes lo que significa esto, no?
-Que
el responsable de la masacre de la Cumbres es la misma persona que
asesinó a mi hermano.
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