miércoles, 7 de septiembre de 2016

Capítulo 30: Un recuerdo para no olvidar quién eres (Trent)

La imagen del topo, la grave voz enfadada, su sentencia seguía retumbando en nuestro cerebros, escrita a fuego en nuestra mente, un tiempo después de que la televisiones, las radios y todos los aparatos conectados se apagaran y dejaran a todo el país en un silencio tenso, confuso, que anunciaba tormentas. Y sangre. Había pasado el tiempo suficiente como para que ya se empezasen a escuchar los primeros gritos de horror, de furia, de guerra e incluso de acuerdo con el mensaje, para que la gente empezase a salir a la calle buscando respuestas y para que viniesen corriendo a avisarme de una reunión de urgencia de los tres países para hace cinco minutos.
Los subterráneos me habían sorprendido preparando la comida en mi habitación, en un silencio muy tranquilo y amable, que diferiría bastante del de apenas unos minutos después. Esperaba a mi madre para comer y hablar con ella, cuando se encendió el maldito televisor. El topo, el mismo que el del bolsillo de un hombre muerto, el que me esperaba a las puertas de un hogar destruido, ahora se burlaba de mí desde la pantalla. El peso cayó en mi espalda como un yunque y aún me oprimía un tiempo después. Mi hermano, justo, bondadoso, bueno, había muerto por una estupidez. No, había sido asesinado por una estupidez. Un país entero había sido destruido y aniquilado hasta las cenizas por una estupidez. Por una realidad imaginaria de un par de chiflados, un ideal inventado, mera sed de sangre. Casi no cabía en mi furia. No quería hacer mi papel esta vez, no quería ser el diplomático estratega. Quería mirarles a la cara a todos mientras les hacía sufrir tanto como me habían hecho sufrir a mí y a todo mi pueblo. Me fui corriendo a la ventana, buscando aire. La abrí y todo el aire frío invernal chocó contra mí y me arañó los pulmones. Con la misma fuerza de ese viento, grité y con la voz desgarrada y herida, me sumé a los gritos de furia del exterior.

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Me dirigía a la reunión en la otra punta de la ciudad. Caminaba, para refrescar un poco mis ideas y aclarar mi mente. Me había costado más de lo normal salir del edificio, el peso en mis hombros me lastraba, sólo me apetecía extraviarme en una de esas novelas que parecía años que no leía. No había visto a mi madre aún, tampoco sabía dónde podía estar. Mientras andaba por esa ciudad de gente perdida, no podía parar de pensar en todo lo que había descubierto esas semanas y cómo se ataban los cabos sueltos. Y otro recuerdo me vino a la mente entonces.
Nuestros padres nos educaron para ser unos reyes inteligentes desde el principio. Éramos pequeños, Zafor y yo y, a veces, madre inventaba misterios para que le encontrásemos respuestas, escondía pistas, inventaba historias e involucraba a quien hiciera falta de toda la ciudad para tenernos entretenidos varios días resolviendo el misterio. Era muy gracioso y la gente del pueblo se divertía mucho viéndonos correr de un lado de la ciudad a otro, interrogando con una libreta en la mano a los sospechosos, escalando y buscando pistas. Y también nos ayudó mucho después. Recuerdo una ocasión muy concreta. El misterio a resolver eran unos importantes documentos robados. Lo teníamos resuelto y corríamos escaleras arriba de la casa buscando al culpable. Entramos dando un portazo en el despacho de mi padre, entonces aún rey.
-¡Confiesa, ladrón, has sido tú quien robó el documento original del Acuerdo! -gritó mi hermano.
Él sonrió con astucia. Estaba sentado junto a la ventana hablando con Jhona, su principal consejero y persona de confianza. Jhona era un hombre muy discreto, de mediana edad, no hablaba mucho con nosotros, nos saludaba al vernos y se despedía al marcharse. Pasaba todo el día hablando con mi padre. Y eso era todo lo que sabíamos sobre él.
-No tienes pruebas -dijo él tranquilo.
Yo saqué de mi bolsillo un anillo dorado de compromiso y se lo tiré al regazo. Él soltó una fuerte risotada y se puso el anillo en el dedo anular.
-Buen trabajo, chicos. Y en tiempo récord. Fui yo. Enhorabuena.
Zaf dio un gritito no muy masculino de victoria y me chocó los cinco, gritando: “¡Muy buena, hermanito!”.
Él empezó a abandonar poco a poco sus buenas políticas de gobierno y con ellas, a nosotros. Ya no nos reconocía como sus hijos cuando mi hermano lo asesinó. Tras su muerte, no volvimos a ver a Jhona, todo rastro de él desapareció.
Ahora, Evan se alejaba andando de la sala donde habíamos sido convocados, a 30 metros de nosotros. Al verme, se dirigió hacia mí con una media sonrisa y agitando la mano.
-Evan, hola, ¿no has sido convocado? -le pregunté.
-Más o menos… pero voy a ir. Prácticamente ya soy un draacar.
-Sabes… que vas en dirección contraria, ¿verdad?
Él se giró  y miró fijamente el edificio.
-¡Sí! Voy al aseo un momento a hacer tiempo y así podré hacer una entrada triunfante.
-Ya, claro -pero podía leer entre líneas. Tenía miedo de los draacars y de que pudieran echarle de allí. Si llegaba después de empezar, estarían ya concentrados en la reunión y no se le echarían mucho encima. No era una muy buena estrategia, pero parecía que era la única que se le había ocurrido-. Evan, ¿has pensado sobre todo lo que está pasando?
-Es lo único en lo que pienso -me respondió con toda la pesadez que ese pensamiento le producía.
-Yo también. Ellos asesinaron a mi hermano, destruyeron mi país y probablemente quemaran también el País del Papel. Por eso el topo, porque son los subterráneos. Y por esa misma razón, es obvio que tienen sus bases bajo tierra. Y creo que sé dónde. Hay por debajo de las Cumbres de Cristal uno antiguos túneles de trenes, con grandes estaciones subterráneas y son lo suficientemente grandes como para albergar un ejército en ellos y darles acceso a todos los países.
-Tendremos que investigarlo. Habla de ellos en la reunión. Tienen dragones y serán muy poderosos si pueden controlarlos. Y ya han demostrado que pueden.
-Y tienen infiltrados entre nosotros. No se puede explotar un ciudad desde dentro sin conocerla y también conocían mi posición durante el ataque, no mucha gente lo sabía. Hay que tener cuidado de en quién confiamos, podría ser cualquier -vomitaba las palabras mientras daba forma a las ideas que martilleaban mi cabeza sin descanso-. De hecho, creo que sé lo que pasó con mi padre. Tenía un ayudante, con su llegada empezó a comportarse más y más extraño y luego desapareció. Creo que era un subterráneo, que le convenció de todas estas ideas, reconocí palabras de mi padre en las de su discurso de “bienvenida”.
-Lo siento, hermano -dijo poniendo su mano en mi hombro. Él sabía cuánto me dolía hablar de mi familia-. Creo que necesitamos oír esto: todo va a salir bien. No pienses mucho en eso hasta llegar a la reunión. Nos vamos a cansar de hablar de esto.
-Ya… -suspiré-. Nos vemos dentro.
Le costó alejarse de mí y mis hombros caídos, que aún sentían su mano en ellos, pero, al final, se fue con una cara de preocupación por mi y tristeza por todos. Tras unos segundos allí parado delante del imponente edificio de reuniones, seguí caminando hacia él, vacío después de contarle a Evan todo lo que sabía. En la puerta, me esperaba Rukar que había observado nuestra conversación con cuidado. Me saludó y con una mano fría en mi hombro, imitando el gesto de Evan, me guió hacia dentro. Y entramos.

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