domingo, 26 de junio de 2016

Capítulo 28: Las palomitas y el chocolate solucionan tragedias universales (Gabrielle)

La cabeza me daba vueltas y era culpa de Evan. Bueno, no de Evan. De su estúpida y adorable forma de ser. ¡Oh, Dios! Sonaba como una adolescente… Peor, sonaba como Felicia.
Estaba tirada en mi cama intentando conciliar un sueño que había perdido desde el principio. Necesitaba tranquilizarme. Mi vida amorosa era una estupidez comparada con los problemas políticos que teníamos en ese momento, sin embargo sentía unas ganas horrorosas de haber aprovechado el momento para besarle. Unos minutos después alguien llamó a la puerta de mi habitación. Me levanté y la abrí para encontrarme a Felicia que saltó hacía mi y me dio el abrazo más grande que me habían dado nunca.
-¡Feli! ¿Qué pasa? -dije cuando conseguí soltarme.
-¿Que qué pasa? Que mi mejor amiga ha tenido una cita con un chico monísimo y yo necesito saber todos y cada uno de los detalles -contestó ella con una sonrisa. Me aparté de la puerta para dejarla pasar y vi que detrás de Felicia estaba Eris.
-Pero, Feli, ya te lo he contado como 3 veces -dije poniendo los ojos en blanco. Me acerqué a Eris y le di un abrazo rápido. Me sentía fatal por haber pensado un montón de maldades para una chica tan dulce como Eris.
-Oh, pero a la señorita Karian no. He traído comida basura y una película terriblemente preciosa. Seamos un tópico adolescente por una noche. Porfaaaa -dijo Felicia poniendo ojos de bebé y haciendo ese puchero con el que conseguía cualquier cosa.
-Está bien, pero como me obligues a que nos hagamos la manicura te mato -dije sonriendo.
Eris pasó a la habitación. Ella me dirigió una gran sonrisa, madre mía, sonreía igual que Evan.
Rápidamente Feli se apropió de mi cama y se tumbó en ella. Automáticamente Eris se sentó a su lado y yo me tumbé apartando a Feli de un empujón.
-¡Heey! ¿Sabes que ocupas un espacio que me pertenece? -dijo Feli mirándome con desaprobación.
-¿Pertenece? La cama es mía. Saca las chuches y aliméntame -dije recostandome en la cama. Eris soltó una carcajada y Feli me tiró una bolsa de nubes a la cara.
-Aliméntate tu, que para eso tienes manos -me contestó con sarcasmo. Nos reímos un rato hasta que me caí de la cama y solo se rieron Eris y Feli.
-¡Oh, conque esas tenemos! -me levanté rápidamente y salté sobre  la cama haciéndole cosquillas a Feli. Esta se agarró a Eris mientras se retorcía de risa, Eris se reía casi más fuerte que Feli. Cuando conseguimos tranquilizarnos nos acomodamos en la cama y empezamos a comer nubes.
-A ver, empieza.
-Pues… No sé, él fue muy dulce, como si… como si le importara de verdad -contesté cubriéndome la cara. No podía hacer esto con su hermana delante.
-A Evan le importas de verdad. Está claro que le gustas un montón. Siempre anda pensando qué es lo que te pasará o qué puede hacer él para que te encuentres bien -me dijo Eris apartándome las manos de la cara.
-Oh, eso es taaaaan dulce. Gabrielle está completamente pillada de Evan desde que lo conoció -dijo Felicia poniendo los ojos en blanco-. Le tiré una almohada a la cabeza y conseguí que se callara de una vez.
-Hey, no al maltrato.
Nos pasamos toda la tarde haciendo como que ninguna crisis asolaba nuestros países. Eris era, sin lugar a dudas, la persona más graciosa y dulce del mundo (después de  Feli, obviamente).
-Y entonces, Evan, el niño de cuatro años más raro del mundo, decidió que lo mejor que podía hacer era saltar por el último piso de la casa de mi tía abuela Katrina, con la suerte de que mi padre, alias el colchoneta, estaba justo debajo y mi querido y estúpido hermano lo único que se hizo fue un pequeño rasguño en el codo -Eris terminó de contar la quinta historia sobre Evan de la tarde. Esta había estado bien, pero no tanto como la tercera, en la que Evan, a sus tiernos nueve años decidió amaestrar él solo al dragón del Draacar superior.
Felicia había empezado a llorar de risa en la primera historia, al igual que Eris, pero yo había conseguido aguantar hasta la tercera y me sentía increíblemente orgullosa de mí misma.
-Mi padre, por el contrario, tuvo que ir con muletas dos meses. Nunca podréis imaginaros lo gracioso que es vera un hombre de casi dos metros de altura y cien kilos de puro músculo con unas diminutas muletas -continuó ella.
Me reí con fuerza, habría pagado por ver eso. De repente Felicia se puso seria y nos mandó callar. Se oían unos pasos fuera de mi habitación y un grupo de voces masculinas se reían a carcajadas
-Ese es Derek, uno de los guardias de Palacio, el otro es Gary, uno de los chicos de último año y el tercero es Lewis, salí con él dos meses cuando tenía 14 años, ahora está más bueno -dijo Felicia sin despegar los ojos de la puerta.
Eris me miró con el desconcierto pintado en su cara. Yo debía de tener una cara parecida. ¿Cómo podía saber todo eso solo por sus risas?
-Mmm, ¿tienen permiso para estar en esta zona del Palacio? -pregunté poco convencida. A Felicia se le iluminó la cara y se dirigió hasta la puerta y la abrió de sopetón.
-Los tres sabéis muy bien qué no podéis acercaros a la habitación de la Gobernadora. ¿Cuál es vuestra excusa? -les reclamó Felicia. Los chicos casi ni se inmutaron, soltaron una leve carcajada y Felicia se rió con ellos. Me levanté de la cama y me miré al espejo. Estaba presentable y parecía que no íbamos a seguir mucho tiempo más en la habitación.
-Hola chicos, ¿qué tal? -les pregunté con una sonrisa. Ellos me la devolvieron sin reparos.
-¡Elle! Llevaba milenios sin verte. Me alegra saber que no te has muerto de ansiedad -me dijo Lewis con una risilla. Estaba ebrio y por la forma en la que Derek miraba descaradamente a Felicia, podría jurar que él también lo estaba.
-He estado a punto, pero no. Ahora en serio, chicos, no podéis estar aquí -les dije con una sonrisa.
-Perfecto, venid con nosotros entonces. Vamos a ir al club del lago, sería una pena que no vinierais -me contestó Gary con un tono de voz meloso.
-¡Sí! Hace meses que no voy al lago, sería fantástico -contestó Felicia por mí-. Di que si, porfi, Elle.
-Claro, pero vendrá también Eris -dije volviendo a entrar en la habitación. Eris seguía sentada sobre la cama-. Supongo que ya lo has oído, ¿Te apetece?
-Mmm... claro -ella se levantó de la cama rápidamente y me acompañó hasta la puerta.
-Gary, Derek, Lewis, ella es Eris, la hermana menor de Evan Karian -ellos le sonrieron y ella les devolvió la sonrisa con rapidez.
-¡Perfecto! Vamos al lago.

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Había perdido a Eris. Había perdido a la hermana de 16 años del chico que me gustaba, y lo peor era que eso había pasado hacía 2 horas y todavía no la había encontrado. A decir verdad tampoco la había buscado más de 5 minutos. Eran las dos de la mañana y Felicia casi ni se mantenía en pie. Yo estaba tan cansada que me veía capaz de dormirme en los brazos de Lewis (que llevaba un buen rato tonteando descaradamente conmigo).
-Elle, no sabes lo divertido que es hablar contigo cuando te relajas un poco -me dijo acariciándome la mejilla al tiempo que yo le retiraba la mano.
-Querrás decir medio ebria -le corregí poniendo los ojos en blanco-. Felicia, Eris debe de estar aterrada, no conoce a nadie y está sola desde hace dos horas. Tenemos que ir a buscarla.
-Oh, Elle. A mí también me gustas más relajada, Eris está bien. Todo el mundo sabe que es la hermana de Evan. Y todo el mundo os vio el otro día juntos, nadie se va a meter con ella -me contestó Feli con una risita.
-Gabrielle ven conmigo, vamos a buscarla tu y yo -me susurró Lewis al oído.
Me alejé de él, tener que aguantar a un chico no entraba en mis planes de la noche.
-No, muchas gracias. Lo único que quiero saber es dónde demonios se ha metido Eris, como le haya pasado algo soy capaz de morirme -dije soltando un resoplido. Felicia le sonreía con coquetería a Gary, que parecía especialmente contento con la atención que esta le brindaba.
-Sería una lástima que te murieras, con la de cosas que podríamos hacer -me dijo Lewis guiñándome un ojo.
Me di la vuelta resoplando y empecé a dar vueltas por el recinto. El lago era una zona contigua al Palacio de las Letras que estaba rodeado por pequeños clubes que se llenaban todos los findes de semana, en el centro del lago había una plataforma donde se hacían conciertos. Todo estaba lleno de adolescentes que iban de un club a otro. Sin embargo, no veía por ninguna parte a Eris. Fui dando tumbos por el lago casi sin parar hasta que vi la melena rubia de Eris, quien estaba riendo carcajadas cogida del brazo de Derek. Justo en el momento en el que me dirigía hacia allí aliviada de haber encontrado a Eris, esta empezó a besarse apasionadamente con Derek y yo decidí que Eris se las apañaba muy bien ella solita.


domingo, 19 de junio de 2016

Capítulo 27: Hablemos de algo más que del tiempo (Trent)

Miraba al exterior por la ventana del Club Social. Veía la gente pasar tranquila, cada uno en la burbuja de su vida. Empezaba a hacer más frío esos días y todos los árboles de hoja caduca habían aprendido a vivir sin sus verdes hojas. Siempre me había gustado el invierno con ese cálido frío y la nieve. Me invitaban a permanecer junto al fuego y a dormir, más de lo habitual. Aunque ya había olvidado lo que era tener un sueño completo y tranquilo, sin pesadillas, sin oscuridad. No pude evitar pensar entonces que era poco probable que pudiese volver a mi casa algún día junto a mi chimenea y mis libros, pues habían sido destruidos en la explosión. Mis recuerdos me volvieron a llevar a la puerta de mi casa, bueno, “puerta” sería demasiado decir. Todo estaba cubierto de cenizas, lo que era bastante previsible, pero no dejó de romperme un poquito el corazón. Era la casa de mi infancia, toda mi vida estaba ahí. Sólo eran cuatro paredes con un techo encima y, sin embargo, eran las cuatro paredes que me vieron nacer, crecer y, poco a poco, quedarme solo. Hasta ella me había sido arrebatada ahora.
Justo delante del portal había encontrado una carta impecable con mi nombre escrito en ella. Aún no había tenido el coraje de abrirla.
-Estás muy callado.
Miré a Evan.
-Lo entiendo -continuó-. No puedes dejar de pensar en ello, ¿verdad? No pretendo que dejes de hacerlo, es lo que la situación merece, pero recuerda que puedes hablar conmigo.
Guardé silencio. Tampoco es que supiera qué decir.
Él se encontraba sentado delante de mí, al costado también de la ventana. Su oscuro cabello rubio se encontraba descuidadamente alborotado, seguramente por el viento del exterior (y una parte de pereza de su portador). Sus chispeantes ojos verdes me observaban a juego con una sonrisa de preocupación. Él no sobresalía entre la gente del Club, parecía, como ellos, joven, brillante, despreocupado, con una buena vida por delante. Pegaba bien en esta tierra, lo hacía parecer más joven y feliz. Los habitantes del País del Papel lo influenciaban bien, eran inteligentes, curiosos, trabajadores, como él; y por no hablar de Gabrielle, que lo había convertido en una persona que se me hacía completamente diferente, pero para mejor.
-Pero... si puedes hablar… pues, mejor…
Solté una pequeña risa.
-Lo siento, es que ya no recuerdo como funciona eso de las palabras. ¿Qué tal estás? ¿Cómo están tus hermanos?
-Bien -él aceptó mi cambio de tema-. Se han adaptado muy bien al lugar. Están relativamente contentos. ¡Jasin hasta ha hecho una amiga! Y Eris y Gabrielle creo que se llevan también muy bien. Los únicos no tan conformes son mis padres, no están muy contentos con Gabrielle y su gobierno. Dicen que es demasiado joven como para siquiera llevarse a sí misma.
-Es una chica inteligente, aunque quizás a veces un poco impulsiva.
-Sí -respondió él con una mirada soñadora y un brillito en los ojos-. Sí que lo es.
-¿Te gusta mucho, verdad?
-¿Qué? ¿A mí? No, ¿yo? No, no. No puedo, es una patosa, tonta, pesada, adorable ratilla de biblioteca del País del Papel, es el enemigo.
-Ellos ya no son el enemigo -permanecimos en silencio-. Por cierto, mentiroso.
Se le empezaron a enrojecer los mofletes.
-No estoy mintiendo, Trent. ¡No me mires así! No miento, no miento.
Yo me reí y él, también riendo, me pegó un puñetazo en el hombro que casi me tiró de la silla.
-¿Sabes lo que he aprendido de todo esto? No te dejes nada por decir. Lo que sea que tengas que decir a tu gente, dilo ya.
-Pero, ¿y si... me dice que no? Ella es la Gobernadora, ya tiene bastantes preocupaciones.
-Seguramente te diga primero que no. - él me miró con ojos de cordero degollado, herido mientras me gritaba “¡Eh!” - Es verdad, ya sabes cómo es. Es orgullosa y se hará de rogar, pero le gustas, te lo prometo.
-No sé, bueno, tendría que encontrar la ocasión - yo le miré con sonrisa sabionda.
-Lo sabía.
-Cállate - y me volvió a pegar en el hombro -. ¿Y tú? ¿No vas a solucionar las cosas con tu madre? Sé que esos muros internos tuyos se están derrumbando.
Suspiré.
-No es.... lo mismo, es… difícil. Pero...lo arreglaré. Pronto.
Él me sonrió tranquilizador, entendiendo mis incomprensibles balbuceos.
Evan me preguntó si quería tomar algo y yo negué con la cabeza, aún con una sonrisilla en los labios. Él llamó a un camarero del Club y le pidió un té de frutos rojos especialmente caliente. Yo saqué la carta de mi bolsillo y la puse encima de la mesa.
-¿Qué es esto? -preguntó.
-Me lo encontré delante de mi casa, en las Cumbres.
-¿En las Cumbres? ¿Después de las bombas? Pero, ¿cómo?
-Sí. Fue puesta después del ataque, colocada perfectamente, sin una mancha. Ni siquiera me he atrevido a abrirla.
-Hombre, es cosa segura que está dirigida a ti -dijo él señalando el nombre escrito a pluma y en letras como mi pulgar de grandes en el imponente sobre blanco.
-No sé qué hacer con ella, no quiero más malas noticias -pero mientras lo decía, buscaba una manera de abrir la carta-. Abrámosla, a lo mejor es una buena nueva -aunque mi pequeña risa nerviosa me desenmascaró.
Él sacó un objeto plateado de su bolsillo y gritó: “¡Navaja multiusos!”. Y con el abrecartas, la abrió.  
-Pero, ¿qué? -susurró despacio.
-¿Qué es?
-Pues… no lo sé.
Del interior del sobre, sacó una hoja amarillenta plegada sobre sí misma, minúscula. Sin decir una palabra, la cogí. Casi no podía desplegarla con mis manazas. La estiré y la alisé. Estaba vacía, salvo por el discreto dibujo de un topo dibujado a lápiz en una de las caras. Nada más.
-Qué...original. Al menos puedes estar seguro de que sea quien sea este admirador tuyo tiene corazón de artista.
Yo solo le miré fijamente, con una ceja levantada.
-Vale… solo intentaba animarte. Últimamente, cuesta ver una sonrisa en tu boca.
Y así se me cayó otra vez la sonrisa. Continué:
-Me suena de algo, pero no sé lo que significa ni tampoco lo reconozco como el símbolo de ninguna de las familias.
-¿Y qué más podría ser? Podríamos ir en cuanto tengas un poco de tiempo a la biblioteca y lo buscamos.
-Tú sólo quieres una excusa para ir a la biblioteca.
-Bueno, eso puede ser, pero ¿a que tú tampoco vas a negarte? -me dijo con cara de provocación.
-Pues… no -respondí intentando guardar el orgullo.
-Lo sabía -puso entonces su sonrisa torcida hacia la izquierda por haber ganado una discusión, tan mejorada por todos los años con sus hermanos.
Nos volvimos a quedar en ese cómodo silencio nuestro, sin necesidad de decir nada, y sólo por unos momentos la paz volvió a mi vida. Pero todo se acaba y fue justo en ese momento cuando lo recordé
-El informe forense…¡El informe forense de mi hermano! Encontraron un dibujo igual en su bolsillo. N...no le había dado importancia, pero es imposible que en una caída desde esa altitud un dibujo en una hoja de papel permaneciese intacto en su bolsillo.
-Pero, ¿sabes lo que significa esto, no?

-Que el responsable de la masacre de la Cumbres es la misma persona que asesinó a mi hermano.

miércoles, 15 de junio de 2016

Capítulo 26: Esto es... ¿una cita? (Evan)

Miraba al suelo mientras caminaba, dejando que mi mente divagase todo lo que quisiera. De repente sentí un golpe fuerte en el hombro y oí una queja y libros cayéndose. Cuando alcé la mirada no ví a nadie pero cuando la volví a bajar vi a Garbrielle en el suelo con libros esparcidos alrededor de ella.
-¡Xaolte! Lo siento mucho -me disculpé mientras me agachaba para ayudarla a recoger sus libros-. Estaba distraído y no te he visto.
-Ya, no pasa nada -me respondió mientras que, sin levantarse del suelo, cogía el resto de librosLe tendí la mano para que se levantase pero la ignoró y se levantó ella sola. Vi como debajo de sus ojos se instalaban unas sombras lilas y reprimía un bostezo. Inmediatamente pensé en la masacre del Reino de Cristal y en todas las reuniones y la presión a la que estaba sometida Gabrielle. Me acordé en ese momento de la supuesta cita que tendríamos que haber tenido y no tuvimos hace tres días.
Me enteré gracias a Felicia. Me la encontré en un pasillo muy agobiada casi corriendo de un lado para otro. Le paré, le pregunté lo que le pasaba y me lo contó. No lo pude creer. Fui corriendo a ver a Trent pero él fue el primero en saber esta noticia y se marchó a su reino al instante. Me hubiera gustado estar con él y tenía pensado quedar los dos juntos para hablar un rato, que los dos lo necesitábamos mucho.
Después de eso supuse que no tendríamos la cita y, como no vi a Gabrielle, pensé que estaría demasiado ocupada para verme y decirme que ya no había cita.
Le devolví los libros que había recogido y aproveché ese momento para hacerle la pregunta que me había estado rondando la cabeza los últimos días:
-Oye… Em… Lo de la cita… ¿Sigue en pie?
Gabrielle no se esperaba esa pregunta, se quedó con la boca un poco entreabierta y callada un rato. Pero al final me respondió y me dijo:
-Claro… No me vendría mal tomar un café. ¿A la séptima campanada en la cafetería?
-Vale… Pues nos vemos allí -me despedí porque ya no sabía qué más decir.
-Hasta luego.
Nos alejamos en direcciones contrarias y me giré justo a tiempo para ver cómo su vestido blanco desaparecía detrás de una esquina.

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Estaba sentado en una mesa, desparramado en la silla, con los brazos cruzados y con la cabeza en otra parte mientras esperaba a Gabrielle. Me había pedido un té de frutos rojos pero ni siquiera lo había probado, con lo que había pasado no podía seguir haciendo una vida normal como si nada. Me estaba planteando seriamente presentarme como voluntario para ayudar a los médicos, médicas, enfermeros y enfermeras con todo el trabajo que tenían. En la Fragua todos aprendemos primeros auxilios en caso de que hubiera alguna emergencia. Debo admitir que nuestro reino no es el mejor en cuestión de medicina, pero por lo menos todo el mundo sabe qué hay que hacer cuando alguien se desmaya, se hace una herida o se le corta la respiración. Decidí que mañana a primera hora se lo comentaría a mi padre.
No me di cuenta de que Gabrielle estaba ya justo sentada delante de mí hasta que chasqueó los dedos delante de mi cara. Di un respingo y casi me caí de la silla por el susto pero me alegré de que eso hiciera reír a Gabrielle, le sonreí a modo de respuesta.
-¡Madre mía! ¿Sabes que casi me da un ataque al corazón con ese susto? -le reproché mientras puse mi mano derecha en el centro del pecho y con la otra me agarraba a la silla para sentarme bien.
-No esperaba esa reacción -me respondió después de terminar de reírse.
Nos quedamos callados un momento con los restos de las risas aún en nuestras caras. Al final rompí el silencio.
-Me alegro de volver a verte.
-Ya, yo también -me respondió ella con una sonrisa-. Últimamente he estado muy ocupada yendo de una reunión a otra sin parar.
Asentí. No sabía lo que era estar bajo tantísima presión y tener los ojos de todo un país puestos en ti.
-¿Siempre ha sido así? Quiero decir, ¿desde que empezaste a gobernar siempre has tenido reuniones? -me aventuré a preguntarle.
-No siempre -me respondió después de suspirar-. Los primeros meses todos fueron muy blandos conmigo teniendo en cuenta que empecé a ser Gobernadora a los dieciséis años: solo tenía una reunión al mes y era para ver si todo estaba en orden e iba según lo previsto. Pasó el tiempo y los consejeros se dieron cuenta que ya no podían tratarme como si fuera aún una niña pequeña porque era su Gobernadora y era yo la que tenía que gobernar, no ellos. Desde ese momento, ya tenía una reunión cada semana y esperaban que tuviese una solución para todos los problemas que iban saliendo.
>Además tenía que seguir asistiendo a clases y tenía que mantener mis notas altas, tener siempre los deberes al día y estudiar todo lo que podía y más. Y aunque no lo parezca, estudiar me ha ayudado a resolver algún que otro problema. Te sorprenderías de todo lo que se puede solucionar con algunas fórmulas de física -me sonrió y se encogió de hombros-. Tengo mucha presión todos los días.
-Uau… Yo no hubiera aguantado ni un año -contesté riéndome.
-Bueno, seguramente tú también has tenido que aguantar mucha presión en la Fragua. Ser el mayor de cinco hermanos tiene que ser un constante dolor de cabeza. ¡Yo solo tengo uno y de vez en cuando me gustaría tirarlo por la ventana!
Los dos nos reímos.
-Yo también lo he querido hacer alguna vez, aunque tengo que admitir que mis hermanos se portan muy bien… Bueno, menos algunas veces que sí me sacan un poco de quicio, pero de normal no causan muchos problemas.
-Tu madre tiene que estar un poco hasta el gorro de ellos -Gabrielle levantó el brazo para llamar al camarero-. Me apetecería un batido de plátano, por favor. Gracias. ¿Quieres algo?
-No, gracias, ya tengo mi té -respondí y señalé mi té tibio al que le quedaba poco para enfriarse. El camarero asintió y se fue.
-Bueno, la verdad es que mi madre no se harta de mis hermanos -comenté retomando la conversación.
-¿No? -preguntó, sorprendida-. ¿Cómo lo hace?
-No pasa mucho tiempo en casa -me encogí de hombros-. Es lo que pasa cuando tus padres son draacars y tienen muchos problemas que atender.
Gabrielle me miró con un poco de pena, algo que no me gustó mucho. Odio que la gente sienta pena por mí por eso no suelo contar mis cosas a los demás. Pero metí ese sentimiento en lo más profundo de mi mente para que no saliese.
-¿Y quién os cuidaba? -me preguntó.
Me quedé callado. No me gustaba hablar de mí. Sentía como si me estuvieran leyendo los pensamientos o como si estuviera desnudo. Me crucé de brazos, mi posición de seguridad: era un aviso de que Gabrielle estaba tocando la fibra sensible. La miré, seguía esperando mi respuesta, no lo había entendido. Respiré profundo y decidí contárselo, total qué más daba.
-Yo me tuve que encargar de cuidar a mi hermanos.
-¿Tú solo? -siguió preguntando.
Asentí, pero al momento me rectifiqué.
-Bueno, al principio sí pero, cuando Eris se hizo lo bastante mayor para darse cuenta de que era yo quien los cuidaba y no mis padres, decidió ayudarme. Desde ese momento ella es mi mayor apoyo.
Gabrielle se quedó callada y frunció el ceño. Clavó sus ojos en los míos de una forma que no supe interpretar y me preguntó:
-¿Una persona de otra familia tuvo que ayudarte?
Su pegunta me descolocó, abrí los ojos de asombro y entreabrí la boca.
-¿De otra familia? ¿Te refieres a Eris?
-Claro, ¿a quién si no? -me respondió sorprendida.
Abrí la boca para explicarle las cosas pero antes decidí saber quién creía que era mi hermana. Quería reírme un rato.
-A ver, ¿quién crees que es Eris?
-Pues… Es tu novia -me contestó con seguridad, luego se paró, pensó un poco y añadió-. ¿No?
Me puse a reír aunque la imagen de salir con mi hermana me perturbaba un poco. Gabrielle me miró sin comprender por qué me reía. Pensé en decírselo pero quería seguir riéndome aunque fuese un poquito más. Al final tuve piedad de ella y decidí contárselo.
-Eris no es mi novia y la verdad es que no sé de dónde te has sacado esa idea -una pequeña risa se me escapó, no pude evitarlo-. En realidad es mi hermana.
La boca de Gabrielle se abrió tanto que por un momento creí que se le iba a desencajar y poco a poco su cara iba teniendo el mismo color que un tomate.
-N-No lo sabía, lo siento -me dijo con la mirada clavada en el suelo.
-No pasa nada, no tiene importancia -dije poniéndole una mano en el brazo pero la quité casi al instante.
No sabía qué me pasaba que cuando estaba cerca de Gabrielle tenía la sensación de que a mi cerebro le costaba reaccionar y obeceder a lo que le mandaba. Al momento me preocupé de si mi movimiento había parecido muy mecánico. Empecé a notar calor en la cara y me dije a mí mismo de tranquilizarme y pensar dos veces las cosas antes de hacerlas.
Un silencio se cernió sobre nosotros. No teníamos mucho que contarnos, el único tema del  que podíamos hablar era el bombardeo de las Cumbres de Cristal y… Bueno… No es recomendable hablar de una tragedia de millones de muertos en una primera cita.
Notaba que ese espacio sin conversación se empezaba a poner incómodo así que dije lo primero que se me pasó por la cabeza:
-¿Tú alguna vez has tenido novio?
Gabrielle me miró y negó con la cabeza.
-No he tenido tiempo para ir andando con novios. ¿Y tú?
Me quedé pensando un poco hasta que al final lo recordé.
-Sí, solo una. Tendría unos doce o trece años. Ella iba a la misma clase que yo en el colegio y… Bueno… Digamos que era muy pequeño.
Esta vez le tocó a Gabrielle reírse.
-Madre mía, no quiero saber qué le hiciste a esa chica.
-¡Ey! No le hice nada -protesté con una pequeña sonrisa-. Lo único que pasó fue que yo me lo tomé muy en serio. Con la cabeza que tenía yo en esa época pensé que sería el amor de mi vida y etcétera.
-Ooh, no sabía que fueras un romántico -se burló de mí al borde de la risa.
Bajé la mirada y me reí mientras notaba cómo la sangre se me subía a la cabeza y la coloreaba de rojo.
-Lo era, sí -respondí rascándome la cabeza.
-¿Lo eras? ¿Ya no eres un romántico? ¿Qué ha cambiado? -me preguntó, audaz. A veces se me olvidaba lo inteligente que era.
-Lo único que ha cambiado es que ahora tengo más control de mis sentimientos -expliqué.
Pero al ver que Gabrielle alzaba la ceja, dándome a entender que no me había explicado bien, añadí:
-Que ahora tengo más cuidado con lo que hago.
Gabrielle seguía mirándome como si estuviera esperando a que dijese la verdad cuando empezaron a sonar las campanas. Sonaron ocho veces y de repente ella se irguió y se puso atenta.
-¿Cuántas campanadas han sonado?
-Ocho, ¿por qué? -respondí.
-Oh dios, me tengo que ir. Aún tengo que hacer los ejercicios de física.
Gabrielle se levantó de la silla y yo con ella.
-¿Te das cuenta de que siempre te tienes que ir cuando estamos juntos? -comenté, divertido.
-Ya te he dicho que no tengo mucho tiempo -respondió encogiéndose de hombros-. Hasta luego.
Gabrielle ya me daba la espalda cuando una idea se me pasó por la cabeza y actué por impulso.
-Espera -la llamé.
Ella se giró y me fijé en sus grandes ojos negros, después de eso ya no pensé. Me acerqué y le di un beso en la mejilla.
-Espero que vuelvas a tener un hueco en tu agenda para volver a quedar contigo.

Gabrielle me sonrió y sus ojos la siguieron. Después la vi marcharse por la puerta de la cafetería mientras dejábamos sobre la mesa nuestras bebidas ya frías y una cuenta que, por cierto, tuve que pagar yo. Pero con gusto.

domingo, 12 de junio de 2016

Capítulo 25: Cuando Trent soluciona sus problemas y los míos (Gabrielle)

Me desperté lastimosamente y me desperecé con menos ganas aún. Luego me di cuenta de lo que había pasado tres días antes. El ataque. Seis mil personas. Sobretodo familias que habían decidido seguir con sus vidas normalmente. Seis mil inocentes. Hombre, mujeres, niños y niñas que no tenían la culpa de nada.
De repente me sentí completamente despierta. Salté de la cama y me puse vaqueros, no estaba de humor para cargar con un vestido más grande que yo.
Miré el reloj, eran las 10. La reunión de la Alianza empezaría en media hora. ¿Me daría tiempo para desayunar con Felicia? La puerta de mi habitación se abrió y por ella entró Feli con una sonrisa que no le llegaba a los ojos y una bandeja llena de algo que estaba recubierto  de chocolate, por lo tanto, tenía que estar buenísimo.
-¿Sabes? Trent acaba de volver. Está... bien, bastante traumatizado y triste, pero bien -me dijo sentándose en mi cama.
-Cuánto me alegro, Feli. ¿Crees que Trent irá a la reunión? -le pregunté. Cogí uno de los cucuruchos de chocolate y me lo comí rápidamente.
-Sí, ha dicho algo así como que necesita hacer algo para tranquilizarse -Felicia comió otro cucurucho y siguió-. Al que no veo por ningún lado es a Evan. Su… Mmm… Amiga Eris me ha dicho que lleva desde la noche del ataque sin querer ver a nadie. Tu y él… No tenéis mucho sentido de la oportunidad. Cuando por fin te pide una cita, las Cumbres de Cristal… mmm… ¡boom!
-Dios, Felicia, eres una bestia. No puedes referirte a una catástrofe de miles de muertos como…  “boom”. Es… indignante -dije poniendo los ojos en blanco.
-¡¿Y cómo quieres que lo diga?! Miles de muertos es algo insoportablemente duro. Elle, sé que lo estás pasando fatal. Y que todo se te está echando encima. Pero yo no… Yo no puedo puedo mantenerme tranquila, Elle, ayer me pasé el día entero atendiendo a niños que preguntaban por sus padres, aunque ya saben que no los volverán a ver. Y, si digo “boom”, la cosa parece... menos grave -Felicia me miró con los ojos cristalizados por las lágrimas.
Nos abrazamos durante unos minutos y luego nos levantamos a la vez. Me despedí de ella y fui a la reunión que tenía programada. La sala de reuniones había sido llenada con más sillas y más gente. Mucha más gente. Estaban todos los consejeros del País del Papel y los de las Cumbres de Cristal, los draacars y Trent, que parecía un poco conmocionado.
-Siento llegar tarde. Pero, ya podemos empezar -dije colocándome delante de aquellas personas-. Lo primero que hemos de hacer es encontrar un lugar más limpio e higiénico para los heridos y trasladarlos hasta allí. En estos momentos todas y cada una de las personas que mueran… Será como si las dejáramos morir. Nuestra prioridad es esa. Lo siguiente es aumentar la seguridad y la protección de todo el País del Papel, si es necesario habrá toque de queda y registros para entrar en cualquier edificio oficial o público. La entrada al Palacio de las Letras está vedada, solamente se abrirá una hora al día. La reconstrucción de las Cumbres de Cristal empezará dentro de dos días, ya se están transportando materiales. También hay policías buscando cualquier cosa que nos sirva para identificar al o a los causantes de tanta desgracia. No hemos encontrado rastro de ninguna de las bombas que hicieron explotar las Cumbres.
Miré a todos los allí reunidos con expectación. Los draacars me miraban con la incomprensión dibujada en sus rostros.
-¿No pensáis atacar? -me preguntó Lanker, el padre de Evan.
-¿A quién? Estaré encantada de oír a quién hemos de atacar, mutilar y amordazar. Y arrastrar con una cuerda atada a la pata de un dragón -dije con la sonrisa más sarcástica y cruel que fui capaz de poner.
Me miraron aún más sorprendidos que antes y Trent me dirijió una mirada de advertencia. Tiré de mi pelo hacia atrás y me hundí en la silla. No era momento de ser mala.
-Mmm… Lo que podemos hacer es… Poner más protección en Karasta, vuestra capital. Y… esperar que ellos intenten atacar -contesté con calma. Sus rostros se desfiguraron y me miraron con una mueca de desagrado.
-¿Vuestro plan es dejar… que nos ataquen? -dijo el Draacar Superior, estaba visiblemente divertido.
-¡No! Habrá seguridad por todas partes.
-Si hay tanta seguridad no atacarán. Atacaron el Palacio de las Letras de noche, en un lugar donde los guerreros escasean, pusieron bombas en las Cumbres de Cristal cuando todo el mundo estaba ocupado trayendo gente de la Fragua… no atacarán si ven que nos lo esperamos -dijo Trent hablando por primera vez.
Lo miré con desgana, odiaba que tuviera razón pero lo cierto era que tenía sentido.
-¿Y qué propones? -le dijo Adelaida con condescendencia.
Trent se quedó callado. Ninguno de nosotros sabía cómo actuar. Adelaida chasqueó la lengua y se levantó molesta de la mesa.
-Bien, pues si nadie tiene una idea mejor, hagamos lo que ya había dicho la Gobernadora -terminó de decir eso y se fue rápidamente.
-No creo que vuestra consejera esté muy por la labor de escucharnos -dijo el Draacar Superior-. Lo mejor será que pongamos mucha protección en la Fragua.
-¿Y eso? -dijo Trent alzando una ceja.
-Es obvio que ahora nos atacaran  a nosotros, es la única forma de conseguir capturarlos e imponerles un castigo -contestó el Draacar Superior.
Nos miramos entre nosotros, si hacíamos eso… ¿No sería desproteger al resto de países?
-No crees… Nuestra prioridad es ayudar. No podemos atacar estando desprotegidos. No podemos abandonar a los heridos y a las familias desoladas para decirles qué sus vidas no son lo suficientemente importantes… Yo no soy capaz de hacer algo así. He visto desmoronarse a todo mi pueblo y no estoy dispuesto a darles la espalda -dijo Trent.
Se había puesto de pie y miraba a todas las personas de la sala con una mirada de sinceridad absoluta.
-Estoy con Trent, no vamos a mandar a todos nuestros recursos contra absolutamente nada -dije poniéndome de pie también-. Solo queda votar. ¿Quién cree que deberíamos asegurar la salud de los heridos y los refugiados?
Aproximadamente toda la sala levantó la mano. Los draacars levantaron poco a poco la mano. Unanimidad.
-Bien, pues la reunión se da por concluida.
Salí de la sala de reuniones sin miramientos y me dirigí a mi habitación. No pude, me había chocado contra algo rubio, muy despeinado y de perfectos ojos verdes.

miércoles, 8 de junio de 2016

Capítulo 24: Hogar (Trent)

La fiesta había sido una buena idea, los ánimos se habían relajado bastante. Yo había acabado escondiéndome cerca de la comida, sin gana ninguna de socializar. Desde donde estaba podía ver a los cristalinos mezclados con los habitantes del País del Papel, bailando, hablando y riendo. Sólo por eso, no me arrepentía con mi decisión. No veía a Evan ni a nadie de su familia, tampoco a la Gobernadora ni a Felicia, ¿dónde estaba todo el mundo? Quizás era hora de marcharme, todo iría bien.
Y entonces, las puertas se abrieron con un fuerte golpe, la gente se calló y se giró hacia la entrada. La música paró y un silencio sepulcral invadió la sala. En la puerta, con cara de haber perdido la cordura, hiperventilando y con los brazos brillando por las luces negras de la habitación estaba Rukar. Movía los ojos hacia todas partes, buscando algo. Sus manos llenas de vendas y sangre estaban revolviéndose entre su pelo, estaba nervioso. ¿Qué hacía aquí? ¿Y así? Sus ojos me encontraron y no tuve que preguntar nada. De alguna forma, podía ver en ellos lo que había ocurrido.
-Ha habido u-un ataque en las Cumbres -notaba el color yéndose de mi cara, el nudo en mi garganta, naúseas. El silencio se hizo más opresivo-. Ha-había bombas, explosiones, la tierra temblaba, todo caía. Pero no cayeron, estaban en la tierra, en el suelo, por todas partes. Ha m-muerto mucha gente, mucha gente.
Me dirigí hacia él corriendo y lo conduje por el hombro fuera de la sala.
-¿Qué ha pasado? Cuéntamelo todo. Tranquilo.
-Ha sido hace unas horas, he venido lo más rápido que he podido. Las redes no funcionaban ahí arriba, no había forma de comunicarnos, no sabía qué hacer, yo…. La Luna estaba de mi lado, yo estaba lejos de los lugares atacados. Pero casi nadie ha tenido esa suerte. No eran muchos los que quedaban y estaban todos juntos. Aún no sé cuántos han perecido, su Majestad, pero me temo que serán unos cinco o seis millares.
Me dejé caer al suelo, contra la pared exterior de la sala de la que salían los gritos y las voces nerviosas preguntándose cuestiones sin respuesta. La gente empezaba a salir en tropel, pero sin saber a dónde ir. Me eché las manos a la cabeza, buscando una pregunta que pudiese responder.
-¿Cómo he podido dejar que pasase esto? ¿Cómo lo he permitido? ¿Por qué no estaba ahí cuando hacía falta?
-Y ¿qué habría hecho? ¿Ponerse en medio para morir el primero? Es una suerte que estuviese aquí, a salvo, igual que todo los cristalinos que abandonaron sus hogares.
-Pero ¿cómo les diré que los abandonaron para siempre? Hay gente que tenía familiares allí, ¡había familias enteras allí! Tengo que ir a verlo, tengo que ir ya. ¿Dónde está tu coche? ¿Dónde está? Vamos, Rukar, tenemos que llegar cuanto antes. Hay que sacar a los supervivientes y traerlos aquí ya.
-Su Majestad, no creo que sea lo mejor en este momento, podría pasar al…
-¿Algo más de lo que ha pasado? ¿Algo peor? Más razón para correr.
-Pero…
-¡He dicho que vamos! ¡Soy yo el rey, soy yo quien decide y nos vamos ya, antes de que muera más gente! ¡Ya, he dicho!
Hiperventilaba, me dolían los pulmones, no podía respirar. Pero eso no importaba mientras mi gente moría a horas de distancia. Nos pusimos en marcha hacia una calle cercana, alejándonos de la multitud cada vez más grande y alborotada de gente. Los cristalinos buscaban a alguien que les dijese dónde estaban sus familias y amigos.
-Está al fondo de esa calle, a la derecha. Meral conduce, es su coche, se ha quedado ahí dentro. Está un poco afectado, su hermana se ha quedado... sin piernas, está viva, pero muy grave. Todos los supervivientes están en el Hospital Amatista, el de la frontera, está casi entero y había unas pocas enfermeras de guardia. Todos los médicos supervivientes estaban llegando para ayudar en el hospital, pero no creo que sean muchos.
Entonces, vislumbré a Felicia entre la gente, con cara de preocupación y corrí hacia ella, sin pensarlo.
-¡Felicia! ¡Felicia!
-¡Hola, Trent! Oye, ¿sabes qué ha ocurrido? Nadie me contesta nada coherente. Oye, ¿estás bien? Estás un poco pálido. Relájate. Siempre que te veo, estás angustiado por algo.
-Ha habido un ataque en las Cumbres. Ha muerto mucha gente. Tengo que irme. Avisa a tu Gobernadora, no dejes que nadie vaya a las Cumbres, es peligroso, todos los supervivientes serán traídos aquí cuanto antes. Tranquilízalos, por favor, Felicia, por favor, haz lo que haga falta. Me voy ya.
-¿Te vas?
-No sé cuándo volveré. Me voy -me empecé a alejar-. Gracias, Felicia, gracias.
-Sin problema. ¡Trent!
-¿Sí?
-Cuídate.
-Vosotros también.
Y me fui corriendo, rumbo a las ruinas que algún día llamé hogar.
Nadie habló en todo el trayecto. Sólo queríamos llegar lo antes posible, como si pudiésemos hacer algo por llegar unos minutos antes. Los tres en silencio, como si el ruido de nuestras voces fuese a ralentizarnos. Meral sollozaba de vez en cuando. Rukar miraba sus manos fijamente. Yo me pasaba la mano por el pelo, una vez y otra y otra, hasta que se me empezó a caer. Y cuando ya pensaba que la oscuridad nos había tragado, llegamos a las Cumbres de Cristal. De ceniza y escombros, mejor dicho.
Mil quinientas personas acampaban en la única salida de las Cumbres que quedaba en la capital principal. Tres mil quinientas estaban siendo atendidas en el hospital. Seis mil habían fallecido, algunas en las explosiones, otras en los hospitales. Seis mil cristalinos, con familia, con hijos, con pensamientos, sueños, memorias que ya nadie recordaría. Todos enterrados para siempre entre los muros que les dieron calor, que los acogieron. Muertos porque no hice nada. Asesinados por ese enemigo invisible que aún desconocíamos. ¿Qué podía hacer? No sabía nada. ¿Qué clase de rey era que no podía salvar a mi pueblo?
La gente empezó a salir de sus tiendas de campaña recién montadas, de sus casas de tela improvisadas, o se levantaban del suelo donde esperaban deseperanzadas, en cuanto se corrió la voz de que había vuelto. Algunos se acercaban y me preguntaban si estaba bien, o me contaban sus historias y la suerte que tenían de estar vivos, otros me miraban con lágrimas en los ojos de pena, de rabia, con ganas de vengarse del responsable de esta carnicería. Estaban masacrados, llenos de polvo y cenizas, lágrimas, sangre. Daban gracias a la Luna con la voz rota y a los Guardianes del Cristal que se encontraban por la zona, trayendo aún gente. Ellos habían sido los héroes, decían todos. Eran los grupos de bomberos y policías. Habían conseguido apagar la mayoría los focos que se habían iniciado, habían sacado y salvado a la mayoría de los supervivientes, habían organizado a toda la gente de todas las villas hasta traerlas aquí. Pero tampoco todos ellos habían sobrevivido. “Demasiados muertos”, quería gritar, ¿por qué? ¿Qué necesidad había de todo esto?
Llegué al hospital solo, pues Meral había salido corriendo a buscar a su hermana y Rukar se había perdido entre la multitud. Nadie era nadie ahí dentro. Los enfermeros y médicos corrían de un lado para otro con las ropas blancas manchadas de sangre. Los pasillos se encontraban llenos de gente en camillas, las salas rebosaban de gente y los gritos eran la música del hospital. Me colé en una sala para preguntar a un médico por la falta de recursos y espacio, justo mientras una mujer se moría en una camilla improvisada en el suelo. Mi madre. ¿Mi madre estaba aquí? Su último grito agudo me atravesó el tímpano hasta llegar al corazón. Rompí a llorar y me acerqué para verla de cerca. Sus ojos abiertos miraban hacia el techo, pidiendo explicaciones, vacíos. Su boca deformada se había quedado semiabierta, en un chillido ahora silencioso. La sangre pintaba su cara y su piel en contraste nívea. Un metal oxidado le atravesaba el costado y la desangraba. No tenía solución. No es que importase ya. Pero no era mi madre, la Luna había jugado conmigo deformando sus rasgos. Mi madre tenía los ojos más azules, el pelo más oscuro. Respiré aliviado y al instante me sentí mal, porque esta mujer también tendría una familia, una vida, y había muerto sola tirada en una colchoneta rota en el suelo de un hospital. Para mí no tenía nombre, ni identidad, era otro número en las listas de fallecidos. Le cerré los ojos, le deseé un buen viaje y salí a trompicones de la habitación.
Ya fuera, encontré a tres de los responsables que había dejado a cargo, pero no vi a Rukar por ninguna parte.
-Ya hemos pedido ayuda a los habitantes del País del Papel -me dijo uno de ellos, el más alto, ahora no recordaba el nombre-. Los médicos y los recursos están en camino. Creo que sería una buena idea terminar la noche aquí, y mañana por la mañana empezar a evacuar a los que estén en mejores condiciones y llevarlos al País del Papel.
-Será lo mejor -respondí-. Que repartan mantas y lo que encontremos de ropa y de alimentos. Tendrán que ser pacientes. Necesitaremos toda la ayuda que podamos recibir, no podemos hacer esto solos. Continuad con las listas de nombres, identificad y agrupad por familias y por zonas a todos los supervivientes. Id publicando las listas de los fallecidos confirmados que empiecen a salir.
-Entendido.
El primero se fue con el de su lado y se pusieron manos a la obra.
Se quedó el tercero, Take, un buen hombre. Lo conocía desde pequeño, era como un tío para mí. Había criado él solo a sus dos hijas pequeñas, me preguntaba dónde estaban. Su escaso pelo cano brillaba en su cabeza, su cara estaba llena de polvo, pero no tan negra como las ojeras que adornaban sus ojos. Sus arrugas se veían acrecentadas por la conmoción del ambiente, su sencilla ropa parecía más pesada. Sus ojos cansados pero inteligentes y divertidos me examinaban en busca de algo.
-No le veo muy bien. ¿Ha dormido lo suficiente, su gran Majestad de las ya no Cumbres de Cristal?
Me pareció una pregunta tan disparatada en ese momento, que no pude evitar echarme a reír. Una risa para descargar estrés, exagerada, pesada. Después de ella me dolía todo.
-He olvidado cuándo fue la última vez que dormí “lo suficiente”. También hay que decirlo, tú tampoco tienes muy buen aspecto, vejestorio.
-No sé por qué lo dices, ¿es que ha ocurrido algo? -dijo él con una sonrisa irónica.
-Nada, unas pocas explosiones -y entonces dejamos de bromear-. Y más de seis mil muertos...
Nos quedamos en silencio, sin saber qué decir.
-Lo estás haciendo bien, Trent. Esta gente… o al menos la mayoría, no te echa la culpa de todo esto. Siempre has sido un buen rey, has escuchado al pueblo, y los cristalinos saben apreciarlo. Eh, mírame. Vamos a averiguar qué es lo que está pasando, por qué está pasando y lo solucionaremos.
-Pero ya hemos llegado tarde para eso. Las más de seis mil personas que han muerto hoy no volverán porque lo solucionemos.
-No, tienes razón -otorgó Take-, pero podemos evitar que mueran. Podemos darle una razón a sus familiares y amigos. Podemos darles a los fallecidos el descanso que merecen.
-¿Es demasiado tarde para pasarte el cargo de rey, verdad? Porque a mí ya me viene grande.
Sonrió un poco, cálidamente.
-No, no puedes.
-¿Dónde están Ópalo y Quirmani? -pregunté- ¿Dónde están las pequeñajas?
-Quir está con sus amigas por el campamento.
-Me alegro de que esté bien. ¿Y la adorable Ópalo? Cumplía los cinco en unas semanas, ¿no?

Se quedó en silencio y se echó a llorar. No, ella no. Sólo era una niña. Caí al suelo devastado, aplastado y hundido por todo, y él cayó conmigo. Lloró en mi hombro, mientras yo observaba. Veía toda la gente caminando con paso pesado a nuestro alrededor, el horizonte lleno de edificios derruidos, el hospital rebosando heridos; podía oler la destrucción, sentir la sangre y las lágrimas derramadas por los cristalinos en mi piel. Las víctimas de una masacre sin sentido. No, no las víctimas, los supervivientes. Y entonces, una promesa de algo, una niña con un abrigo blanco, sin un solo rastro de cenizas, que pasaba corriendo, con la risa en su boca, contagiando una sonrisa en todos los que la veían.

domingo, 5 de junio de 2016

Capítulo 23: Como estrellas en el cielo (Evan)

Era todo muy raro. Cuando me fui del País de Papel creí que me iba para siempre, que no iba a volver nunca pero ahí estaba, en frente otra vez del armario de madera marrón mirando la ropa que había vuelto a poner en el sitio de hace cuatro días. Otra vez allí. Suspiré. Parecía que nunca me iba a marchar de allí, como si ya me tuviera que quedar para siempre. Ese pensamiento me hizo sentarme en la cama. El País de Papel me agotaba con tan solo estar allí y ahora teníamos la fiesta de bienvenida a los draacars. “Respira, tranquilízate, sonríe”. Me puse la ropa para la fiesta (una camiseta verde oscuro con unos vaqueros claros) y salí de mi habitación.
Recorrí los pasillos como si nunca me hubiese ido y me dirigí a la sala de baile, que no estaba muy lejos de la biblioteca. Por el pasillo de la sala me encontré caras conocidas: esa es la chica que se sentaba al lado de mí en Aritmética, ese grupito de allí fue el que tuvo la bronca con el profesor de Artes, ese chaval jovencito fue el que entró con doce años al Palacio de las Letras, etc.
Recordaba aquella sala cuando fue la fiesta sorpresa de Gabrielle. Todo lleno de globos, colores por doquier, regalos amontonados en una esquina y una mesa con comida en el otro… Pero cuando entré la sala me pareció otra completamente: ya no habían globos, ni tartas, ni regalos (aunque comida sí que había) y ahora había guirnaldas colgando del techo y telas de seda de colores pálidos en las paredes para que le diese a la habitación un toque más… ¿bonito? No sé, eso me parecía gastar tela para nada. Pero bueno, dejé pasar ese hecho. Toda la decoración, en general, era muy colorida pero en la sala habían encendido unas luces negras con las que los colores fluorescentes y claros brillaban. Además, había muchos objetos, ropa y adornos por el estilo. Supongo que por esa razón casi todo el mundo asistente llevaba alguna prenda de color claro o blanco. Cuando entré todo estaba sumido en una especie de oscuridad rara con destellos blancos por aquí y por allá. Todo ello me recordó a una noche sin luna en la que podías ver todas las estrellas del cielo.
Mis pantalones resplandecían y sentía como si tuviera bombillas en vez de piernas. El ambiente me generó una sensación extraña de alegría. Supongo que no me vendría mal una fiesta y pasármelo bien. Todo estaba medio oscuro, por tanto sería fácil que no me reconocieran por los ojos. Suspiré aliviado. Nunca me habría imaginado que tener los ojos de color verde pudiese causar tantos problemas.
Me sumergí en las profundidades de la fiesta. Entre todos los cuerpos que no se paraban de mover al ritmo de la música moderadamente alta navegué en busca de alguien conocido. Al no encontrar a nadie me rendí y empecé a bailar por mi cuenta. Momentos después ya estaba metido en un grupito de gente que hacía un corro y cada uno se iba metiendo al centro para hacer su paso de baile más estrafalario. Bajo aquella luz negra no había vergüenza, no había reinos ni países, ni ojos verdes ni gente patosa. Allí todos éramos iguales, todos queríamos lo mismo: pasarlo bien y olvidar lo nos deparaba el futuro. Esa noche era para pasarlo bien.
Notaba que la tensión se iba cayendo con cada bote que daba, la ira desaparecía en el aire con cada nota que gritaba y una sensación de euforia me llenaba los pulmones cada vez que respiraba.
En un momento dado, mientras saltaba como un loco empedernido, me choqué con alguien. Me giré rápidamente y grité una disculpa. Miré la cara de aquella persona y me di cuenta de que me era familiar. Después de un pequeño lapsus mental, me di cuenta de que era mi hermana Eris. Llevaba una blusa blanca brillante y un pañuelo en forma de diadema en el pelo. Una sonrisa resplandeciente apareció en mi cara y, después de reconocerme, también en la suya. Nos gritamos un “¡Hey!”, nos abrazamos y nos pusimos a bailar los dos juntos. Primero más que bailar lo que hacíamos era saltar juntos pero la música nos dio una tregua para descansar y se ralentizó el ritmo, aunque no demasiado. Le cogí una mano y la hice girar, luego le cogí la otra y nos pusimos a hacer florituras con los brazos y otros pasos como pasarnos nuestro brazo izquierdo por cabeza, alejarnos un poco y acabar cogidos solo de una mano. Los dos sonreíamos como unos locos. Locos felices. Al final de varias canciones acabamos abrazados. Eris tenía sus brazos alrededor de mi cuello y yo en su cintura. “Dieciséis años” pensé “y aún así parece mayor que yo”. Entonces le agarré las mejillas y le dije:
-¡Cómo te quiero hermanita pequeña!
Y le di un beso-ventosa, como nosotros solíamos llamar a esos besos que suenan como una ventosa, en la mejilla.
Eris soltó un sonidito de queja y me respondió con una sonrisa:
-¡Serás pelota!
-¿Qué pasa? ¿Acaso no puedo querer a mi hermanita? -le contesté estrujándole los mofletes.
Ella se intentó deshacer de mis manos pero lo único que consiguió fue hacerme reír ya que la cara que puso me recordó a la de un hámster. Desde siempre he estado molestando a mi hermana con sus mofletes porque tiene tantos y su cara es tan mona que lo único que te apetece es estrujarlos. Ella, como venganza, intentaba hacerme rabiar como fuera: tocándome la nariz, la boca, las mejillas, las orejas... Probó todas las opciones que tenía mi cara antes de decidirse por mi pelo. Yo la molestaba tocándole los mofletes y ella a mí tocándome el pelo. Así que, como era tradición, Eris me empezó a despeinar el pelo. Creo que eso era lo que menos me importaba por lo que, mientras le pudiese tocar los mofletes, que me tocase el pelo tanto como quisiera.
Después de un rato esforzándose en quitarse mis manos de su cara, finalmente Eris se rindió y me premió sacando morritos mientras yo aún le seguía apretando la cara. Solté una carcajada, le di dos besos-ventosa en la frente y la volví a abrazar. Mientras estaba con Eris noté que alguien me miraba, busqué el origen entre ese mar oscuro salpicado con manchas blancas brillantes y al final lo encontré. Si la sala de baile era el cielo y la gente bailando eran estrellas, Gabrielle sería la luna. Llevaba el mismo traje blanco de siempre pero, bajo la luz negra, brillaba como si fuese una luz de neón. Y gracias a esa luz que emitía su vestido no fue muy difícil encontrarla ni tampoco verle la expresión. Me miraba con los ojos entrecerrados y los labios tan apretados que formaban una línea recta. Mi sonrisa pasó a una expresión de desconcierto cuando ella se dio media vuelta y se marchó. ¿Qué pasaba? ¿Había vuelto a hacer alguna cosa mal? Recapitulé brevemente todo lo que había hecho durante la noche y no distinguí nada que pudiera preocuparle.
Eris debió notar algo porque se separó de mí y me preguntó qué pasaba. Yo aún seguía con la mirada fija en Gabrielle mientras veía cómo salía por la puerta. Mi hermana, que siguió la dirección de mi mirada, también la vio salir y me dirigió una mirada de consuelo. Me puso una mano en la mejilla y me recomendó que no me preocupase. Asentí en modo de respuesta. La música aún sonaba fuerte así que Eris me tuvo que decir todo esto gritándomelo al oído. Intenté seguir su consejo pero era como si me hubiesen pinchado y toda mi energía se estuviera yendo al igual que lo haría el aire de un globo. Como veía que no me conseguía animar otra vez, mi hermana me recomendó que fuese a descansar, ya era bastante tarde y ella tampoco tardaría mucho en irse. Me enseñó su reloj de pulsera y vi que eran las cuatro y media de la madrugada. Sí que era tarde. Seguí el nuevo consejo, le dije adiós con otro beso-ventosa en la frente y me fui.
Salí de la sala de baile y un silencio mortal me pegó en la cara. Lo único que se podía oír era el sonido amortiguado de la música de la sala, lo demás estaba sumido en un silencio sepulcral. Me dirigí a mi habitación de forma automática, dejando atrás aquella fiesta la cual me hubiera gustado que durase durante el resto de mi vida.
Justo estaba a punto de girar hacia el pasillo donde estaba mi habitación cuando oí un sollozo. Me paré al instante y agudicé mi oído. Me había pegado a una esquina, en el sitio donde sabía que si giraba me encontraría a la persona que estaba llorando. De repente, empecé a oír un murmullo amortiguado por unas manos que estarían tapando una cara mojada en lágrimas. Poco a poco el murmullo se fue haciendo comprensible.
-¿Por qué? ¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué me tengo que poner así?
Sus palabras estaban llenas de lágrimas, pena y rabia pero aún así pude distinguir que era una chica la que estaba al otro lado de la esquina.  La voz era familiar, tan familiar que me puse a estrujar mi cerebro medio dormido en busca de la identidad de la poseedora de aquella voz. Noté unos golpes en la pared y rogué que esa persona no se estuviese dando golpes en la cabeza.
-Estúpida, estúpida, estúpida. ¿Cómo puedes dejar que te pase esto? Y encima por ÉL
La última palabra la pronunció con tanta rabia que creía que de un momento a otro iba a escupir
-Maldito Evan.
Mi corazón se paró y todos mis músculos se pusieron en tensión. Ya sabía quién era: Gabrielle. Miré a los lados. ¿Qué iba a hacer ahora? No podía irme a mi habitación porque eso significaría pasar delante de ella y era muy malo tranquilizando a las personas. No como a Eris, ella siempre sabía qué decir.
Tenía dos opciones: quedarme allí o salir y hablar con ella.
Respiré hondo todas las veces que pude antes de marearme y comencé a andar. Giré a mi izquierda y me la encontré. Estaba sentada en el suelo, abrazándose las piernas y con la cara pegada a las rodillas.
-¿Gabrielle? -pregunté. Pensé que lo mejor era que no supiera que había estado oyendo todo. Al oír su nombre vi cómo se tensaba-. ¿Qué haces aquí?
Se secó disimuladamente las lágrimas de la cara haciendo como si estuviera cansada y solamente se pasaba las manos por la cara. Se levantó y sin mirarme a los ojos respondió:
-Nada, que estoy cansada pero ya me iba a mi habitación
Empezó a andar en la dirección opuesta a la que yo iba.
-Gabrielle, espera -dije. La paré y le cogí el antebrazo-. ¿Qué te pasa?
-Ya te lo he dicho: estoy cansada. Ser Gobernadora no es algo relajante ¿sabes?
Me miró fugazmente pero en ese momento pude comprobar que tenía los ojos enrojecidos. Se deshizo de mi mano y siguió caminando.
-¿Te gustaría quedar algún día?
Las palabras salieron de mi boca sin que yo me diera cuenta y al instante me arrepentí de haberlo dicho. Gabrielle se paró en seco, estábamos los dos igual de sorprendidos. Hubo un largo silencio el cual me pareció que iba a durar toda mi vida hasta que ella giró un poco la cabeza como si se estuviera mirando el hombro y me respondió:
-Vale, mañana a la sexta campanada en los jardines.

Y siguió andando.