domingo, 18 de septiembre de 2016

Capítulo 34: Cuando una guerra pierde importancia (Gabrielle)

No iba a poder vestirme. No iba a poder vestirme yo sola. Sola. Sin Felicia, sin la única persona, de este enorme, blanco y horrible palacio,  que me quería incondicionalmente. Y yo quería a Felicia más que a nada en este mundo. Oh, dios, “quería”, en pasado. Porque una daga le había quitado… Le había quitada esa cosa que había en ella, jamás en toda mi vida… Jamás, he conocido (ni conoceré) a alguien con tanta vitalidad como Felicia. Y ahora que ya no tenía la vida que ella compartía conmigo… Había muchas posibilidades de que yo me… Muriera con ella.
-Gabrielle, tienes que ir al entierro. Felicia querría que fueras -dijo Evan desde fuera de la puerta de mi habitación.
-Evan, puedes pasar -dije. Él entró despacio y yo lo observé desde mi cama, debía de tener los labios cortados y los ojos rojos de haber llorado la noche anterior-. Con respecto a lo de que a Felicia le gustara o no que yo fuera a su funeral… Estoy segura de que preferiría que no hubiera ningún entierro.
Evan me miró sorprendido y con pena. Como otra persona más me dirigiera una mirada de lástima era capaz de morirme yo también.
-Oh, Elle, lo siento tanto. Felicia era una persona increíble. Y era tu mejor amiga, yo no sé qué haría si le pasara algo a Trent. Lo siento muchísimo, no te merecías esto. Ni tu, ni ella. Y mucho menos ahora -dijo él sentándose en mi cama.
Yo seguía dentro de la cama. Lo miré con desgana y aparté suavemente las sábanas. Me lancé a sus brazos y escondí la cabeza en el hueco entre su hombro y su cuello.
-Gracias por quedarte ayer -le susurré al oído. Casi sin querer, las lágrimas volvieron a salir de mis ojos y empecé a sollozar desconsoladamente. Los brazos de Evan me atraían hacia él y me apretaban con fuerza. Evan estaba sosteniendo todo mi peso para que no me cayera.
-Elle, era lo menos qué podía hacer -solté el nudo de mis brazos alrededor de su cuello pero él intensificó la fuerza con la que agarraba mi cintura. Volví a abrazarme a él. Ciertamente, yo tampoco estaba lista para soltarme-. Sé que esto es muy duro para ti, pero has de asistir al entierro. Era tu mejor amiga y todo el mundo espera que vayas y digas que esto solo servirá para ser más… Severa con ellos.
-Evan, yo ya sé que eres un chico listo. Pero que vengas aquí a decirme la estrategia de guerra que todo el consejo y los draacars han decidido… No es muy inteligente.
Los consejeros llevaban toda la mañana intentando convencerme de transformar la muerte de Feli en un arma contra los subterráneos, en una venganza. Yo me había negado por completo y les había prohibido la entrada a mi habitación hasta nuevo aviso.
-Tienes razón, lo siento. Es una estupidez. Deberían de dejar que lloraras su muerte tranquila. Yo he tratado de convencerlos pero mi padre se ha puesto muy serio y me ha dicho que, como no te lo dijera, me desheredaba. Aunque sé que mi madre no le dejaría, y que en el fondo me quiere, me he muerto de miedo y  te lo he dicho. Perdona.
Solté un suspiro de diversión y me acerqué más a él, hasta estar completamente sentada en sus piernas. El contacto de Evan era tranquilizante.
-No seas bobo, Evan. No es tu culpa, solo tratan de manejarme. Como siempre. Bueno, me preocupa más el hecho de saber que tu padre jamás me querrá. En el fondo es hasta divertido el odio que me tiene -me reí de forma burlona en el cuello de Evan y él se tensó levemente.
-Con que yo te quiera es suficiente  -dijo Evan. Automáticamente se alejó un poco de mí y me miró con algo de temor en los ojos.
-Sí, con eso es suficiente -dije volviendo a abrazarlo. No estaba lista para esa conversación. Evan era de todo menos oportuno.
No sé cuánto tiempo seguí abrazada al cuello de Evan, el caso es que la noche anterior había sido increíblemente difícil dormir y ahora tenía un sueño impresionante. El pecho de Evan resultó mucho más cómodo de lo que me había resultado mi cama y me dormí profundamente hasta que el sonido de la puerta abriéndose me despertó.
-Ups, no quería interrumpiros, pero lleváis dos horas aquí dentro y todo el mundo está bastante preocupado -Eris había entrado en mi habitación y ahora se encontraba mirándonos desde la puerta con la incomodidad escrita en la cara. Fue entonces cuando me fijé en que Evan y yo estábamos tumbados en mi cama y fuertemente abrazados.
Eris nos seguía mirando con malestar. Noté cómo Evan empezó a separarse de mí y yo lo abracé de vuelta a la cama.
-No te vayas-dije todavía aferrándome a él.
Evan me miró y volvió a abrazarme. Escondí la cabeza en su pecho y me olvidé de todo lo demás. Excepto de Feli, de ella probablemente no podría olvidarme nunca.
-Eris, ¿puedes escoger un vestido para Elle? Yo no sé qué ha de ponerse una Gobernadora para un funeral. Yo… Nosotros iremos ahora. Diles a los draacars que el entierro de Felicia no se utilizará para la guerra -dijo Evan sin separarse de mí.
-¿Vas  a vestirla tu? -dijo Eris alzando una ceja.
-Mm, yo… No. Ayúdala tú. Tienes razón. Yo os esperaré fuera -dijo Evan apartándose suavemente-. Elle, nos vemos ahora, ¿vale?
-No soy una niña pequeña, Evan. Puedo vestirme yo sola. Simplemente no me pondré uno de esos terriblemente complicados vestidos que le gustaban tanto a Feli. Tú te quedas aquí. Yo me cambio detrás del biombo y Eris le dice a los draacars que se metan sus ideas por donde les quepan. ¿Vale? -dije agarrando a Evan de las mejillas.
-Vale. Eris, ¿la has oído? -dijo Evan sonriendo levemente.
-Sí, la he oído. Elle, antes de irme, he de decirte que siento muchísimo lo de Feli. Era una chica impresionante y merecía ser tan feliz como ella se lo hacía a los demás. Yo estoy aquí para ti. Y sé perfectamente que Evan también -Eris me dio un abrazo rápido y le dio una mirada llena de cariño a Evan.
-Gracias, Eris. Felicia te tenía mucho cariño, estoy segura de que ella lamenta mucho haberse… Ido sin poder entablar una gran amistad contigo -dije sin separarme de Evan. Eris me miró con confusión en la mirada y luego se fue con tanta rapidez como había entrado-. No quiero levantarme de la cama, nunca más.
Evan se rio levemente en mi oído y luego me arrastró fuera de la cama. Ahora en el vestidor de mi habitación yo tenía la espalda apoyada en el pecho de Evan dejando que él nos sostuviera a los dos. Durante un segundo me planteé la razón de mi confianza. Al fin y al cabo, ¿Evan no me había traicionado? ¿No me había ocultado que era un draacar? Y sin embargo, ¿por qué se sentía tan correcta su cercanía?
-Siento decírtelo, pero no tengo ni la más remota idea de vestidos -dijo Evan contra mi cuello.
-Oh, no te preocupes, yo tampoco. Siempre era Feli la que me decía qué ponerme. En realidad esa era la única obligación que cumplía a la perfección. Le encantaba la ropa, ella odiaba la idea de ser Gobernadora, pero estoy segura de que lo habría sido solo para poder ponerse todos mis vestidos -dije casi sin querer. Una oleada de tristeza me invadió y las lágrimas volvieron a salir-. Solo… Cojamos un vestido negro y… Salgamos.
Mi voz sonó rota, Evan lo notó y me acercó a él.
-Hey, no pasa nada. Está bien. ¿Te gusta ese? -dijo señalando un vestido de encaje negro. Era largo y llegaba hasta el cuello, no tenía mangas y se iba volviendo más y más oscuro según la falda caía, como un degradado.
-Si, ese está bien -me separé de Evan y cogí el vestido. Me metí detrás del biombo y me cambié a todo prisa. Lo cual fue extremadamente difícil. El vestido tenía una falda muy ancha y muchas capas de tela, me intenté abrochar todos los botones de la espalda pero solo conseguí llegar hasta la mitad. Salí de detrás del biombo y me giré dándole la espalda a Evan, sin necesidad de decir nada él abrochó el resto de los botones. El vestido me quedaba bonito, sin embargo, el negro resaltaba aún más el color de mi pelo y las sombras de debajo de mis ojos.
-Tengo que maquillarme, no puedo salir así.
Me volví a separar de Evan y me senté en el tocador, me eché corrector, máscara de pestañas y cacao para los labios. Normalmente me echaba más maquillaje pero ahora las manos me temblaban ligeramente y no me veía capaz de mucho más. El pelo fue más difícil, me limité a recoger la mitad de mi pelo en un moño y el resto lo dejé suelto. En todo este proceso Evan se había sentado en el suelo con las piernas cruzadas y miraba con interés todos mis movimientos.
-Ya estoy lista, podemos salir -dije levantándome del tocador. Después de vestirme y prepararme me sentía lo suficientemente preparada como para enfrentarme a mis consejeros. En un acto reflejo me agarré del brazo de Evan y el me dirigió una media sonrisa de consuelo que fui incapaz de devolver.
Los pasillos del Palacio de las Letras estaban desiertos, todo el mundo se había reunido en los jardines. No había un solo alumno en toda la escuela que no hubiera necesitado a Felicia en algún momento. Si te sentías mal Felicia iba, te regalaba una sonrisa y de alguna forma te decía algo que te alegraba el día. Era amiga de todo el mundo y nunca jamás diría algo hiriente. Parecía que Felicia amaba a todos los seres del mundo y todos los seres del mundo la amaban a ella. Y ahora todos la seguiríamos amando pero ella a nosotros no. Y menos a mí. Porque estaba en mi puerta y yo no pude ayudarla cuando ella me necesitaba.
-¡Gobernadora! Gabrielle, querida, llevas toda la mañana desaparecida. Yo lo entiendo, de veras, pero es tu deber como líder hacerle ver a los demás que cosas como estas no te afectan. ¡Y encerrarte en tu habitación con un draacar va a dar una imagen equivocada! Ya todos los medios saben que tuviste una cita con él. ¡Por Dios, niña, tú quieres matarme! -Evan y yo acabábamos de atravesar la puerta que daba a los jardines de palacio y Adelaida nos había abordado en cuanto salimos. Todos los consejeros y los Draacars se encontraban allí, Trent nos miró a Evan y a mí con una expresión de tristeza en la cara, la muerte de Felicia no me afectaba solo a mí-. ¡Y encima venís agarrados! Gabrielle, un día de estos me matarás.
-Tu consejera tiene parte de razón, Gobernadora. Y tú, Evan, ve con tus padres ahora mismo. El entierro va a empezar y todavía has de dar el discurso de guerra -dijo el Draacar Superior agarrando el brazo de Evan y alejándolo de mí.
Automáticamente Evan se zafó de él y me atrajo hacía él de nuevo.
-Adelaida, Evan se va a sentar conmigo durante el entierro. Al lado de mi familia pondrás a la madre de Evan y a sus hermanos, excepto a Eris. Ella se sienta a mi lado. Junto a mi hermano y a la madre Felicia. Trent también se pondrá con nosotros en primera fila. No voy a dar ningún discurso de guerra, eso que quede claro. Felicia era la persona más importante de mi vida y merece mucho más que ser un estúpido juego de guerra. Ahora si me perdonáis he de ir a sentarme -solté todo esto de un tirón. La mano de Evan apretó la mía y juntos fuimos hasta la primera fila. Me senté con tanta dignidad como pude y apoyé la cabeza en el hombro de Evan que rodeó mi cintura en el acto.
-He de decir, que hasta yo me he asustado un poquito. La mirada que les has enviado… Uff, yo habría salido corriendo -dijo Evan con un deje de diversión en la voz.
De repente alguien tiró de mí y me vi envuelta en los brazos de mi madre, que me susurraba un montón de cosas completamente incomprensibles.
-Cariño, mi vida, no sabes cuánto lo siento. Sabes que Felicia siempre fue como una hija para mí. Y… Oh, mi vida. Lo siento tanto… Con todo lo que está pasando, tu padre y yo deberíamos ir contigo al palacio y estar contigo. No sabes cuánto lo siento -mi madre dijo todo aquello de sopetón y volvió a abrazarme contra ella.
-Mamá, está bien. No pasa nada. No es vuestra culpa. Para Felicia vosotros erais como sus propios padres y yo estoy bien. Quiero muchísimo a Felicia, pero sé que si me desespero por su muerte un montón de gente sufriría las consecuencias y ella no me lo perdonaría. No hace falta que os mudéis aquí. Me alegra que hayáis venido. Pero teneis una vida fuera de aquí y un trabajo y, además, el palacio no es un buen lugar para criar a un niño -mi madre me miró con el orgullo pintado en el rostro y aquello hizo el día un poco menos horrible.
-Sabía que dirías eso, Elle. Siempre has sido una niña dura -dijo mi madre soltándome.
Si ella supiera que me había pasado la mañana lloriqueando en los brazos de Evan se moriría de vergüenza. Probablemente tanto como yo al recordarlo. Esa situación no volvería a pasar. Casi me puse roja al pensar en mi comportamiento tan infantil.
-Elle, hija, tienes toda la razón. Felicia querría que vinieras vestida de colorines y montaras una gran fiesta con fuegos artificiales en su honor. Y a lo mejor que pusieras algún guardia especialmente atractivo para que vigilara su tumba veinticuatro horas al día -dijo mi padre dándome un abrazo-. Te hemos echado mucho de menos. Estás siendo muy valiente para afrontar todo esto y estamos muy orgullosos de ti.
De repente vi a mi hermano pequeño. Ashton acababa de cumplir 12 años y ya era tan alto como yo. Me dirigió una leve sonrisa y nos abrazamos fuertemente.
-Del 1 al 10, ¿Cuántas ganas tienes de volver a tu habitación y quedarte allí para siempre? -dijo susurrando en mi oído. Ashton era el único que no iba a tragarse el rollo de la chica fuerte.
-Veinte. Pero en estos momentos importa más bien poco, ¿no crees? -le susurré de vuelta. Probablemente Ashton fuera la persona a la que más quería del mundo. Felicia era mi mejor amiga, y mis padres eran mis padres, pero Ashton era la persona más inteligente y cuerda que había conocido jamás. Él sería mucho mejor Gobernador que yo.
Me aparte de Ashton y volví a mirar a mis padres. Ellos, sin embargo, miraban con recelo a Evan.
-Así que le has perdonado su traición -dijo mi madre apretando los labios. Mecánicamente di unos pasos hacía atrás y apoyé mi espalda en el pecho de Evan.
-No me traiciono. Estaba cumpliendo las órdenes de sus superiores. Yo también cometí muchos errores al principio de mi mandato. Es comprensible -dije con cuidado. Necesitaba a mis padres de mi parte.
-Ya, pero tú no te infiltraste en la Fragua y te ganaste la confianza de su líder para luego largarte y dejar un país en manos de un líder despechado -dijo mi padre  con un resoplido. Aquello era demasiado.
-Papá, mamá, yo os quiero. Pero Evan lleva desde las 9 de la mañana tratando de consolarme y siempre que he necesitado su apoyo o su presencia ha estado allí, aunque haya tenido que enfrentarse a su líder o incluso a su padre. Además, y más importante si cabe, es mi decisión con quién comparto mi tiempo, no vuestra -les dirigí una mirada de aviso a mis pares y ellos parecieron relajarse lentamente.
-Hija, nosotros solo nos preocupamos por ti. No vamos a decirte que te alejes de Evan o algo así. Solo te pedimos que seas responsable, te queremos y queremos lo mejor para ti. Si Evan es lo mejor, entonces nos parece bien -dijo mi madre acariciándome el brazo. ¡Por Dios! Evan y yo ni siquiera nos habíamos besado y ya nos habíamos enfrentado a su padre y a los míos. Mi madre y mi padre se sentaron en la fila de atrás a la nuestra, donde se encontraba la madre de Evan y sus hermanos.
-Mira, tío, como le pongas un dedo encima más a mi hermana te prometo que me pongo en medio de los dos -dijo Ashton en un tono de amenaza. Evan apartó la mano con la que tenía agarrada mi cadera y se sentó en su sitio.
-PUF, y tú no los viste esta mañana. Todo abrazaditos en la cama como si estuvieran pegados con pegamento -dijo Eris que acababa de sentarse al lado de Evan-. Soy Eris, la hermana del chico rubio que no quiere apartarse de tu hermana. ¿Y tú?
-Ashton, el hermano de la chica que se desmayará como tu hermano no la abrace. Un placer -dijo Ashton como si no estuviéramos en un funeral. Aquello me devolvió a la realidad. Un funeral. El funeral de Felicia, la persona con el nombre que mejor definía su carácter de la tierra.
Agarré la mano de Evan con fuerza y volví a apoyarme en su hombro. Todo el mundo debió notar mi semblante serio y se callaron casi instantáneamente.
Una música demasiado triste empezó a sonar y automáticamente pensé que Felicia preferiría que pusieran música del grupo de chicos de los que se había enamorado hacía unos meses y había llenado las paredes de su habitación con sus fotos. Ella querría que le hubieran puesto más maquillaje del que llevaba su cadáver. Por qué me niego a pensar que esa chica pálida y seria sea mi Felicia. Ella hubiera escogido un vestido azul veraniego y no ese vestido rosa tan horrible que le habían puesto. Felicia se hubiera tirado de los pelos y habría exigido chocolate en vez de todas esas flores de plástico que no significaban absolutamente nada. Se habría reído de todos nosotros y nos hubiera echado la bronca por estar tan tristes y dramáticos en vez de estar vistiéndonos para alguna fiesta. Ella habría querido que Trent se levantara y le diera un beso que la despertara porque, a pesar de que creo que (como yo) Felicia sabía que Trent no era capaz de verla de esa forma, ella aún creía en los finales felices. Pero en el fondo daba un poco igual lo que Felicia hubiera querido, porque este no era el funeral de Felicia, era un funeral para todas las personas que estábamos sentadas viendo cómo la enterraban, y es que todo el mundo sabe que los funerales son para los vivos.


miércoles, 14 de septiembre de 2016

Capítulo 33: Una puerta para escapar (Trent)

Caminábamos en silencio, muy lento por los claustrofóbicos pasillos de algún edificio importante. No recordaba cómo habíamos llegado hasta ahí. Casi se podía decir que huíamos. Pero no íbamos a ninguna parte. No podíamos. Así que, simplemente, caminábamos. En silencio. Uno al lado del otro. Me lo llevaba de allí. O quizás era al revés y era él quien me llevaba a mí. Daba igual. Llevábamos horas así. Ya era noche cerrada en el País del Papel. Habíamos observado el proceso como en un sueño. Los médicos que revoloteaban a nuestro alrededor como pajaritos en una fuente de agua fresca, que arrancaban a Gabrielle del cuerpo sin vida de su amiga, nuestra amiga. Ella gritaba e insultaba a todos los que osasen tocar a Felicia, la apretaba contra su pecho llorando, sollozando su nombre como un mantra que la pudiese calmar. Nos preguntaban lo que sabíamos, lo que habíamos visto y Evan y yo contestábamos como autómatas. La gente continuaba yendo y viniendo sin detenerse: cogían, dejaban cosas, nos hacían preguntas, anotaban, hablaban, hablaban mucho. Nos dejaron allí sentados en el suelo, Gabrielle miraba con los ojos vacíos por encima del hombro de Evan donde reposaba la cabeza, él la abrazaba murmurándole estúpidas y vacías promesas de seguridad. No podía culparlo. Se llevaron el cadáver de la alegre chica que ahora vestía de rojo, que parecía entonces mucho más joven de lo que era y que jamás tendría la oportunidad de ser mayor. 
Me afectó más de lo que pensaba que lo haría. Deseaba, como todo humano idiota, tarde, haber hablado más con ella, haber sido más amable, haber hecho más cosas. Haber evitado que muriese, por ejemplo. Tarde. Le deseé un buen viaje, mucho amor y cariño donde fuera que estuviese y la añadí a mi lista de nombres que nunca debía olvidar.
Alguien se llevó también a Gabrielle, con su familia, esperaba; uno dejó unas mantas y agua delante de nosotros y otro vino a limpiar las paredes y el suelo. Lo dejó reluciente y con un olor muy fuerte a lejía y a lavanda, un buen trabajo. Y nos quedamos allí solos. Sin saber qué hacer, qué pensar, ni qué decir. Después de… sólo la Luna sabe cuánto tiempo, nos levantamos en un tácito acuerdo a la vez, y nos marchamos de allí, aún en silencio, rodeados de otro silencio mucho mayor que nosotros. Ese adormecedor silencio que pinta las paredes y nubla el ambiente tras una tragedia.
-¿Qué ha pasado, Evan? -pregunté cuando empecé a sentir mi garganta, mis pulmones, cuando mis pensamientos consiguieron callarse-. ¿Cuándo ha ocurrido todo esto? Ya no sé ni quiénes somos. ¿Qué hacemos?
-No sé -dijo simplemente sin siquiera mirarme. ¿Miraba acaso algo?
-Pensaba que eras tú el conversador en esta amistad.
Él me respondió con una risa que se atascó en su garganta. Sonó como un gato al que le habían pisado la cola, bastante fuerte.
-Quizás deberías volver ya a casa, tu familia estará preocupada -le susurré, pidiendo en silencio que no se marchara.
-Sí, tienes razón, debería… -miró entonces a su alrededor-. ¿Dónde estamos?
Yo tampoco lo sabía. Estábamos en un pasillo bajo tierra, no había ventanas y recordaba haber bajado escaleras varias veces. Era largo y gris, no estaba decorado con todos los colores y la pompa de los pasillos superiores. Se ramificaba en otros muchos pasillos largos que a su vez se extendían por otros más allá del alcance de mis ojos. En algunos había puertas de muchos tamaños y formas diferentes: grandes de madera, aún más grandes de metal, o pequeñas con una simple tela, de piedra, pintadas, negras, y otras que sólo eran un marco sin puerta.
-Tendríamos que haber dejado migas de pan -me dijo en voz muy baja, bastante indiferente a que nos hubiésemos perdido-, como en esa historia que me contaste de los dos pequeños hermanos abandonados en los bosques de más allá de la Fragua y la bruja-dragón de la casa de dulces.
Me giré sorprendido para mirarle.
-¿Aún te acuerdas de eso?
-¿Cómo podría no acordarme de tus historias? Me enseñaste a imaginar y eso, Trent, no se puede olvidar.
Me quedé callado, porque no había nada que pudiese decir que expresase el nudo de sentimientos que tenía en el pecho. Y él se quedó también callado. No me había dado cuenta de que esas chiquilladas que constituían mi mundo, esas chiquilladas que le contaba, hacía lo que casi parecían cien vidas, a ese niño que me seguía por la biblioteca pudieran ser también importantes para alguien. No le di las gracias, porque era idiota.
-¿Escuchas eso? -me sacó de mi ensimismamiento.
-¿El qué?
-Calla. Escucha.
Escuché. Un rato. Y nada. Evan se empezó a mover hacia uno de los pasillos.
-No puede ser que no lo escuches. Calla. Escucha -me dijo en un susurro.
-Pero si no he dicho nada.
-Calla.
Entonces lo escuché. Dos voces susurraban en uno de los pasillos de nuestra izquierda, cada vez más cerca. Como uno, nos dirigimos hacia allí sin hacer ruido.
-...como si ya no le importase nada más. No es que no esté de acuerdo con él, que no lo estoy, es que tiene que ordenar sus prioridades en esta guerra. Y dejar el mando al siguiente -la voz de la mujer era grave, imperante y muy enfadada.
-Es decir, tú -al hombre me costó mucho más escucharlo y su voz, más baja, joven y tranquila, me era extrañamente familiar, como un pulso en mi cabeza que me intentaba enseñar el rostro al que pertenecía, pero sin llegar a conseguirlo.
-¡Pues sí, yo! Necesitamos un buen líder y que, a ser posible, no cometa esos errores de novato, ahora con la chica. ¡Podría haber sido una rehén perfecta! Pero no, él siempre tiene que llevarle la contraria a la coherencia. ¿Qué será lo siguiente? ¿Invitar a los malditos dracaars a cenar? ¿Sacar todo el ejército afuera para poder limpiar mejor?
Una risa del hombre fue su respuesta. Y la mía. El botón de mi memoria se encendió con grandes luces de neón.
-Eso me gustaría verlo… -dijo él-. Sopórtalo un poco más y, pronto, cuando ganemos esta guerra, nos lo quitamos de encima.
Llegamos al borde del túnel por el que cruzaban tranquilas las voces. Eran las antiguas vías del tren de las Cumbres de Cristal. La base.
-¡Ja! Eso si sale vivo de ella… -la mujer dejó la insinuación sin ocultar en su tono y el joven sonrió y se atragantó con otra carcajada-. No rías tan pronto, tú ve también con cuidado.
La pareja pasó por delante la puerta, sin vernos escondidos detrás de ella. Se marchaban dándonos la espalda, sin molestarse en revisar que nadie escuchaba.
-Ya, ya… -sus voces se empezaban a perder por el túnel y el eco distorsionaba sus palabras-. Pero tenemos que estar unidos ahora, se te hará más ameno si te recuerdas por qué luchamos y por…
Sus siluetas se fundieron con la oscuridad y sus palabras con el pitido continuo en mis oídos que no me dejaba pensar con claridad ni entender a Evan cuando me dijo:
-Vamos, tenemos que reportar al Consejo de Guerra de inmediato.

No entendía por qué su voz era tan urgente, preocupada y con un deje furioso, ni por qué se fue corriendo. Sólo podía contemplar inmóvil cómo la segunda al mando de los Subterráneos se adentraba en su base con Rukar a su lado. Mi ayudante, mi consejero. Mi amigo.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Capítulo 32: El principio del fin (Evan)

Los asistentes a la reunión se fueron levantando y abandonando la sala uno a uno, todos en silencio, aguantando el peso que suponía haber decidido entrar en guerra. Más muertes, más sangre, más destrucción.
Fui el último que quedó en la sala, no porque quisiera sino porque no podía moverme. Sentía como si el mundo se estuviese burlando de todos nosotros. Necesitaba una rato para digerir toda esa nueva información pero, por mucho que intentara, se me atascaba en la garganta.
Tenía muchos sentimientos encontrados tras la reunión… Aún me sentía un poco avergonzado después de que mi madre me llamase “su niño” y… Espera… ¿¡Dijo que Gabrielle era mi novia?! Abrí los ojos como platos y noté mi cara cada vez más caliente, me la tapé con las manos aunque en ese momento era el único que estaba en la sala. Cuando quería, mi madre podía meter mucho la pata y ese fue un claro ejemplo. Me llevé las manos al pelo y me empecé a peinar y despeinar para tranquilizarme y convencerme de que no pasaba nada.
Por fin tuve el valor de levantarme y salir, dejando la sala desierta. De camino a mi habitación vi a estudiantes paseando, todos con algo en las manos: libros, libretas, folios con apuntes, mochilas… Algunos con alguna que otra tímida sonrisa pero muchos serios, con la mirada perdida y silenciosos. Pensé en los fraguanos y en lo que cada unos de ellos estaría haciendo en ese momento: deberes, jugar, leer, hablar con amigos, pasear… Y me pareció curioso cómo la decisión de unas pocas personas podría afectar en la vida de los demás. Muchos de los ciudadanos de la Fragua morirían en la guerra que se anunciaría al día siguiente y pasarían de ser personas a ser números. Me abrumó esa idea pero lo que más me aterrorizó de todo fue que yo podría estar entre ellos. Como “teórico” draacar uno de mis deberes era proteger a mi pueblo, ¿qué clase de líder sería si no luchara por aquellos que sí lucharían por mí? Aunque aún albergaba una pequeña esperanza de que me dijeran que aún no estaba preparado para ejercer mis deberes como draacar… Pero era muy poco probable que eso pasara.
Llegué a la puerta de mi habitación y pensé en mis hermanos. Cuando acabó el discurso de los subterráneos ninguno dijo nada. Los más pequeños no dieron mucha importancia a lo que acababan de decir por la tele y siguieron comiendo como si no hubiera mañana, los medianos se miraban entre ellos y a nosotros en busca de explicaciones y Eris y yo nos intercambiamos miradas. Ninguno sabía qué hacer hasta que Eris volvió a felicitar a Jasin por su excelente trabajo en la cocina y todo volvió a una relativa normalidad. Cuando terminamos de comer mandamos a todos a sus habitaciones a descansar un poco y mientras Eris y yo salimos a dar un paseo para hablar sin que nos escucharan. Compartimos dudas y temores y los dos estuvimos de acuerdo en que nuestra familia tenía que estar junta ahora más que nunca. Por eso le di la espalda a la puerta de mi habitación y me dirigí a la casa provisional de mi hermanos.
Cuando me abrieron la puerta me recibieron con la misma alegría de siempre y gracias al baño de besos y abrazos me pude olvidar, por unos instantes, de lo que se avecinaba. Eris también me dio abrazos y besos pero en sus ojos pude que ver que luego quería saber qué había pasado. Yo le respondí borrando mi sonrisa y desviando la mirada. Ella lo entendió y también bajó la vista.
Cené con ellos entre risas y juegos hasta que fue lo suficientemente tarde como para que mis hermanos se durmieran en el suelo mismo. Después de llevarlos a la cama y sentarnos en las sillas del salón, empezó el interrogatorio de Eris.
-Bueno… ¿Qué tal ha ido la reunión?
La miré con una honesta cara de cansancio, desvié la mirada y suspiré. Dudé en cómo se lo podía contar pero estaba demasiado agotado mentalmente como para pensar en una forma de decirlo de manera suave.
-Estamos en guerra -dije casi susurrando. Eris abrió los ojos, sorprendida y apoyó los codos en sus rodillas. Su mirada quedó fija en el suelo, como la mía-. Lo anunciarán mañana a las cinco de la tarde.
Eris se quedó callada unos segundos con las manos entrelazadas.
-Te das cuenta de lo que eso significa ¿verdad?
-Sí, demasiadas muertes.
-Estoy de acuerdo pero creo que no me has entendido -sí que la había entendido pero no quería enfrentarme a la realidad. Aunque estuviera delante de mis narices y me estuviera dando bofetadas-. ¿Sabes lo que significa para ti?
Respiré hondo. Ojalá todo esto fuera un sueño.
-Sí -la miré a los ojos advirtiéndole de que no quería hablar del tema. Ya sabía lo que iba a pasar a partir de ese momento, no quería que me lo estuviesen repitiendo-. Estoy muy cansado, me voy a la cama. Buenas noches.
-Buenas noches -me respondió antes de darme un beso en la mejilla.
Entré en la única habitación que no estaba invadida por las cosas de ninguno de mis hermanos y me derrumbé en la cama.

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Esperaba fuera de “mi” casa a Trent. El día anterior, por la noche, había dado un paseo por los jardines porque no tenía sueño y me lo encontré. Dijimos de ir juntos a la habitación de Gabrielle para animarla un poco cuando fuera de día. Mi espalda estaba pegada a la fría piedra y mi mente se evadía del mundo yendo atrás en el tiempo, recordando los días en los que Eris, Jasin y yo hacíamos trastadas (esos días en los que solo éramos tres hermanos). Lo que más nos gustaba hacer era coger los cojines que había en los sofás del salón, nos montábamos encima de ellos y nos tirábamos escaleras abajo. En más de una ocasión nos caímos y nos hicimos varios moratones y alguna que otra herida. Lo impresionante era que nunca nos abrimos la cabeza ni nos rompimos ningún hueso.
Noté una mano apoyada en mi hombro y automáticamente levanté la vista. Era Trent que me miraba con una sonrisa. En todos esos días había sido muy difícil o casi imposible sacarle por lo menos un amago de sonrisa y con razón. Por eso, al verle con esa radiante sonrisa, me quedé un poco confundido.
-¿Y esa sonrisa? -me preguntó Trent.
-¿Sonrisa?
-Sí, esa sonrisilla que tenías mientras mirabas al suelo.
-¡Ah! -de repente me empezó a picar mucho la nuca-. Estaba recordando las travesuras que hacíamos mis hermanos y yo de pequeños. ¿Y tu sonrisa? -le contraataqué.
-Por la tuya. Hacía tiempo que no te veía sonreír -me contestó mientras subía los hombros.
-Lo mismo digo.
Nos quedamos sonriéndonos mutuamente como si eso pudiera borrar todo lo malo.Pero de la nada una imagen apareció en mi cabeza: un chico sentado en la biblioteca con el pelo rubio platino; y algo hizo clack.
-Trent -hice una pausa pensando seriamente si lo que iba a decir no serían cosas de mi imaginación. Ignoré ese pensamiento-, la persona que va siempre contigo… El del pelo rubio que parece plata.
-¿Rukar? -respondió frunciendo el ceño e intentando descifrar mis intenciones.
-Sí, ese mismo -me volví a parar, esta vez no sabía muy bien por qué-, creo recordar que lo vi en la biblioteca.
Mi amigo entrecerró los ojos y clavó su mirada en el suelo. Al instante supe que había sido mala idea mencionárselo; bastantes preocupaciones tenía ya.
-Bueno, no le des muchas vueltas, puede que hayan sido imaginaciones mías -dije, poniéndole una mano en el brazo, con la esperanza de que dejara de pensar y darle vueltas a todo lo que estaba pasando.
-Sí… -contestó Trent relajando la cara pero aún con la mirada en el suelo-. Vamos a ver a Gabrielle -añadió mirándome a los ojos y yo le respondí con una cálida sonrisa.
Empezamos a caminar con dirección a la habitación y un mal presentimiento se instauró en mi pecho. No sabía decir de dónde había salido pero me decía que algo malo estaba a punto de pasar y se lo atribuí a la guerra que se estaba a punto de librar. Aún así tuve que preguntar.
-¿Cómo crees que estará Gabrielle?
Trent me miró con una media sonrisa y la diversión pintada en los ojos. Pero… Había algo más que no sabía identificar. Lo pasé por alto.
-Como todos: nerviosa y asustada.
Le respondí con una sonrisa. Me puso una mano en el hombro para intentar tranquilizarme y me lo apretó suavemente.
-Tranquilo, todo va a salir bien.
Sabía que era mentira pero sentaba bien que alguien lo dijera de vez en cuando. Lo miré dándole las gracias con la mirada.
De repente, la cara de Trent se puso seria y sus ojos se abrieron sobremanera. Su cuerpo se congeló y se quedó en el sitio, sin hacer movimiento alguno.
Sabía que algo muy malo pasaba, por un momento dudé si seguir la mirada de Trent o desviarla y no ver lo que pasaba. Pero era demasiado tarde, mis ojos ya estaban mirando hacia delante.
Rojo. Rojo por todas partes. Solo veía eso y, aunque quisiera mirar otra cosa, no podía.
Unos puntos rojos y perfectamente redondos se esparcían y se juntaban cada vez más hasta hacer una mancha más grande que subía poco a poco hasta meterse en un corazón. Deseaba con todas mis fuerzas que aquella mancha siguiese ese camino, de vuelta al corazón, pero no hacía caso a mis súplicas y recorría el sentido contrario, dejando todo vacío.
Una daga había abierto el camino para tanto color rojo. Una daga insultántemente colorida y llena de piedras preciosas. Me hubiera gustado decir que las piedras eran igual de preciosas que la chica al que pertenecía aquel corazón vacío, pero sabía que los que habían hecho eso lo hacían para insultarnos.
Boca entreabierta, ojos abiertos y mejillas mojadas. Identifiqué enseguida la cara de aquella chica. No podía ser. No se lo merecía. Aquella cara que siempre veía con una sonrisa estaba tintada de puro terror. Aquella chica, que siempre veía dando saltos por el Palacio, animando a cualquier persona fueran cuales fueran las circunstancias, estaba ahora sentada en el suelo con una daga en el corazón y su vestido tintado con aquella horrenda mancha roja.
-Felicia…
Nos habíamos quedado tan impresionados que no habíamos oído la puerta de la habitación de Gabrielle abrirse. Trent y yo miramos hacia allí y vimos a Gabrielle con las manos en la boca y los ojos llorosos mirando a su amiga mientras negaba con la cabeza. Intentaba guardar la compostura, pero el llanto la ganó y se derrumbó en el suelo hundiéndose en un mar de lágrimas.
Fui a su lado y la rodeé con un brazo. Ella se giró hacia mí buscando refugio mientras yo la abrazaba con fuerza.

Entonces vi cómo Trent se acercaba al cuerpo de Felicia y cogía de su mano derecha ensangrentada un papel perfectamente blanco y sin ninguna mancha. Desplegó el papel con cuidado y lo leyó para él. Me miró y giró el papel para que yo lo viera: “Que empiece la guerra”.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Capítulo 31: Declaración de guerra (Gabrielle)

No hay nada más frustrante en el mundo que estar sentada al lado de un montón de gente que no para de discutir entre sí. Los draacars parecían a punto de lanzarse al cuello de mis consejeros y mis consejeros parecían estar pensando el tipo de muerte más dolorosa que podrían darles.
-¡No permitiré que mi pueblo sufra por la necedad de un grupo de sabiondos creídos! -gritó el Draacar Superior.
-Nosotros no permitiremos que el País del Papel arda en llamas por la estupidez de unos bárbaros! ¡Bruto desconsiderado! -gritó Adelaida con todas sus fuerzas.
Aunque la situación no podía ser más horrible, el hecho de que Adelaida le plantara cara a un hombre dos veces más grande que ella era inmensamente cómico. Sin embargo, supuse que reírme en un momento como ese podría resultar fuera de lugar.
-Oh, callaos de una vez. En vez de discutir como niños de seis años podríamos… -empecé a hablar.
-Nos compara con niños una niña de 18 años, qué bajo hemos caído... -me interrumpió él padre de Evan con una mirada de desprecio.
-La niña de 18 años tiene un país que dirigir y no necesita comentarios hirientes -le miré con las cejas alzadas y él me soltó un gruñido animal. Adiós a llevarse bien con él padre de tu… ¿Qué era Evan para mí?-. A lo que iba, ya sabemos quién es nuestro enemigo. Lo cual ya es algo. Sabemos lo que quieren: provocar el caos en nuestros países para llegar a una guerra.
-¿Segura? En el fondo… Parece que tienen razón. En fin, hemos roto el Acuerdo Puro… -comenzó él Draacar Superior. Las puertas se abrieron en ese momento y por ellas entró Evan.
-¿Qué haces tú aquí? -pregunté sonando algo más brusca de lo que pretendía.
-Mmm, soy un draacar. Técnicamente -me dijo Evan mirándome con diversión.
-¿Veis? A esto me refería. Una niña de 18 años que dirige el País del Papel y un draacar extremadamente joven enamorados, por favor, si esto no es romper los Acuerdos no sé lo que es -el Draacar me miró reprobatoriamente.
-¿Es esto una broma? ¿Está tomándome por una estúpida? Que yo recuerde fuisteis vosotros los que mandasteis al señor Karian al País del Papel. Además, han pasado 100 años. Las cosas ya estaban tranquilas, es hora de volver a comunicarnos entre nosotros. Si tanto le molesta mi, mmm… -miré a Evan en busca de ayuda. Él me miraba con la diversión plasmada en el rostro-. Mi relación con Evan Karian podría haberlo hecho antes, usted no es nadie para opinar sobre eso.
-¿No soy nadie? Tenéis el juicio nublado. Es normal que nos ataquen, relaciones amorosas entre un draacar y la gobernadora del País del Papel… Sería suficiente como para… Mataros -el Draacar Superior se dirigió a mí con fuego en la mirada.
-¡¿Qué?! ¡¿Matarnos?! -Evan soltó un gritito para nada masculino y miró a sus padres con desesperación-. ¿No vais a decir nada?
Su padre giró la cabeza como si no lo hubiera oído y su madre se levantó de la mesa y miró al Draacar Superior con la amenaza escrita en la cara.
-Si le hace algo a mi niño y a… Mmm… Su novia, juro que le mataré. ¿Qué clase de líder amenaza a sus seguidores y a sus aliados? -la madre de Evan volvió a sentarse. Me miró un segundo y me dirigió una sonrisa triste. La madre de Evan era mi nueva persona favorita del mundo.
-Eso, deberíamos estar buscando soluciones, no peleando entre nosotros. Tenemos un enemigo común que ha destrozado este palacio y ha acabado con la vida de un montón de cristalinos inocentes. No podemos esperar a que realicen el siguiente movimiento, hay que estar preparados. El único problema es que son una panda de cobardes que no da la cara y prefiere no decir quiénes son en realidad. Debemos averiguar cómo contactar con ellos y hacerles saber que no tienen ninguna oportunidad contra nosotros. ¿Entendido? -dije mirando directamente al Draacar Superior.
-¿Cómo podríamos comunicarnos con ellos? -dijo Trent. Era la primera vez que hablaba en la reunión y se le notaba bastante más decaído que antes.
-Bastaría con hacer una rueda de prensa. Vamos allí, les demostramos que estamos más unidos que nunca y convencemos a todas las personas que podamos. Ellos son el enemigo y solo nos causarán más problemas -contesté yo.
-Bien, en ese caso… Una declaración de guerra. Se hará… Mañana. Alrededor de las 5, se avisará a todo el mundo y de una forma u otra los Subterráneos tendrán que enterarse -dijo Adelaida. Se levantó de la mesa y se fue por la puerta.
Alcé las cejas sorprendida y me levanté junto a Trent.
-Bien, Resnt, haz tú la convocatoria. El resto… Mmm, deberíamos pensar una estrategia para la rueda de prensa. Tenemos que ser directos y claros. Y parecer extremadamente unidos. Mmm… Que cada pueblo elija un representante. Ellos darán el discurso y dirán que… Estamos en guerra -dije empezando a recoger mi mochila del suelo.

Todos los asistentes a la reunión se fueron yendo poco a poco. Mi mirada se posó en Evan, (que parecía terriblemente avergonzado) y luego salí corriendo de allí. Necesitaba llamar a mis padres.

Capítulo 30: Un recuerdo para no olvidar quién eres (Trent)

La imagen del topo, la grave voz enfadada, su sentencia seguía retumbando en nuestro cerebros, escrita a fuego en nuestra mente, un tiempo después de que la televisiones, las radios y todos los aparatos conectados se apagaran y dejaran a todo el país en un silencio tenso, confuso, que anunciaba tormentas. Y sangre. Había pasado el tiempo suficiente como para que ya se empezasen a escuchar los primeros gritos de horror, de furia, de guerra e incluso de acuerdo con el mensaje, para que la gente empezase a salir a la calle buscando respuestas y para que viniesen corriendo a avisarme de una reunión de urgencia de los tres países para hace cinco minutos.
Los subterráneos me habían sorprendido preparando la comida en mi habitación, en un silencio muy tranquilo y amable, que diferiría bastante del de apenas unos minutos después. Esperaba a mi madre para comer y hablar con ella, cuando se encendió el maldito televisor. El topo, el mismo que el del bolsillo de un hombre muerto, el que me esperaba a las puertas de un hogar destruido, ahora se burlaba de mí desde la pantalla. El peso cayó en mi espalda como un yunque y aún me oprimía un tiempo después. Mi hermano, justo, bondadoso, bueno, había muerto por una estupidez. No, había sido asesinado por una estupidez. Un país entero había sido destruido y aniquilado hasta las cenizas por una estupidez. Por una realidad imaginaria de un par de chiflados, un ideal inventado, mera sed de sangre. Casi no cabía en mi furia. No quería hacer mi papel esta vez, no quería ser el diplomático estratega. Quería mirarles a la cara a todos mientras les hacía sufrir tanto como me habían hecho sufrir a mí y a todo mi pueblo. Me fui corriendo a la ventana, buscando aire. La abrí y todo el aire frío invernal chocó contra mí y me arañó los pulmones. Con la misma fuerza de ese viento, grité y con la voz desgarrada y herida, me sumé a los gritos de furia del exterior.

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Me dirigía a la reunión en la otra punta de la ciudad. Caminaba, para refrescar un poco mis ideas y aclarar mi mente. Me había costado más de lo normal salir del edificio, el peso en mis hombros me lastraba, sólo me apetecía extraviarme en una de esas novelas que parecía años que no leía. No había visto a mi madre aún, tampoco sabía dónde podía estar. Mientras andaba por esa ciudad de gente perdida, no podía parar de pensar en todo lo que había descubierto esas semanas y cómo se ataban los cabos sueltos. Y otro recuerdo me vino a la mente entonces.
Nuestros padres nos educaron para ser unos reyes inteligentes desde el principio. Éramos pequeños, Zafor y yo y, a veces, madre inventaba misterios para que le encontrásemos respuestas, escondía pistas, inventaba historias e involucraba a quien hiciera falta de toda la ciudad para tenernos entretenidos varios días resolviendo el misterio. Era muy gracioso y la gente del pueblo se divertía mucho viéndonos correr de un lado de la ciudad a otro, interrogando con una libreta en la mano a los sospechosos, escalando y buscando pistas. Y también nos ayudó mucho después. Recuerdo una ocasión muy concreta. El misterio a resolver eran unos importantes documentos robados. Lo teníamos resuelto y corríamos escaleras arriba de la casa buscando al culpable. Entramos dando un portazo en el despacho de mi padre, entonces aún rey.
-¡Confiesa, ladrón, has sido tú quien robó el documento original del Acuerdo! -gritó mi hermano.
Él sonrió con astucia. Estaba sentado junto a la ventana hablando con Jhona, su principal consejero y persona de confianza. Jhona era un hombre muy discreto, de mediana edad, no hablaba mucho con nosotros, nos saludaba al vernos y se despedía al marcharse. Pasaba todo el día hablando con mi padre. Y eso era todo lo que sabíamos sobre él.
-No tienes pruebas -dijo él tranquilo.
Yo saqué de mi bolsillo un anillo dorado de compromiso y se lo tiré al regazo. Él soltó una fuerte risotada y se puso el anillo en el dedo anular.
-Buen trabajo, chicos. Y en tiempo récord. Fui yo. Enhorabuena.
Zaf dio un gritito no muy masculino de victoria y me chocó los cinco, gritando: “¡Muy buena, hermanito!”.
Él empezó a abandonar poco a poco sus buenas políticas de gobierno y con ellas, a nosotros. Ya no nos reconocía como sus hijos cuando mi hermano lo asesinó. Tras su muerte, no volvimos a ver a Jhona, todo rastro de él desapareció.
Ahora, Evan se alejaba andando de la sala donde habíamos sido convocados, a 30 metros de nosotros. Al verme, se dirigió hacia mí con una media sonrisa y agitando la mano.
-Evan, hola, ¿no has sido convocado? -le pregunté.
-Más o menos… pero voy a ir. Prácticamente ya soy un draacar.
-Sabes… que vas en dirección contraria, ¿verdad?
Él se giró  y miró fijamente el edificio.
-¡Sí! Voy al aseo un momento a hacer tiempo y así podré hacer una entrada triunfante.
-Ya, claro -pero podía leer entre líneas. Tenía miedo de los draacars y de que pudieran echarle de allí. Si llegaba después de empezar, estarían ya concentrados en la reunión y no se le echarían mucho encima. No era una muy buena estrategia, pero parecía que era la única que se le había ocurrido-. Evan, ¿has pensado sobre todo lo que está pasando?
-Es lo único en lo que pienso -me respondió con toda la pesadez que ese pensamiento le producía.
-Yo también. Ellos asesinaron a mi hermano, destruyeron mi país y probablemente quemaran también el País del Papel. Por eso el topo, porque son los subterráneos. Y por esa misma razón, es obvio que tienen sus bases bajo tierra. Y creo que sé dónde. Hay por debajo de las Cumbres de Cristal uno antiguos túneles de trenes, con grandes estaciones subterráneas y son lo suficientemente grandes como para albergar un ejército en ellos y darles acceso a todos los países.
-Tendremos que investigarlo. Habla de ellos en la reunión. Tienen dragones y serán muy poderosos si pueden controlarlos. Y ya han demostrado que pueden.
-Y tienen infiltrados entre nosotros. No se puede explotar un ciudad desde dentro sin conocerla y también conocían mi posición durante el ataque, no mucha gente lo sabía. Hay que tener cuidado de en quién confiamos, podría ser cualquier -vomitaba las palabras mientras daba forma a las ideas que martilleaban mi cabeza sin descanso-. De hecho, creo que sé lo que pasó con mi padre. Tenía un ayudante, con su llegada empezó a comportarse más y más extraño y luego desapareció. Creo que era un subterráneo, que le convenció de todas estas ideas, reconocí palabras de mi padre en las de su discurso de “bienvenida”.
-Lo siento, hermano -dijo poniendo su mano en mi hombro. Él sabía cuánto me dolía hablar de mi familia-. Creo que necesitamos oír esto: todo va a salir bien. No pienses mucho en eso hasta llegar a la reunión. Nos vamos a cansar de hablar de esto.
-Ya… -suspiré-. Nos vemos dentro.
Le costó alejarse de mí y mis hombros caídos, que aún sentían su mano en ellos, pero, al final, se fue con una cara de preocupación por mi y tristeza por todos. Tras unos segundos allí parado delante del imponente edificio de reuniones, seguí caminando hacia él, vacío después de contarle a Evan todo lo que sabía. En la puerta, me esperaba Rukar que había observado nuestra conversación con cuidado. Me saludó y con una mano fría en mi hombro, imitando el gesto de Evan, me guió hacia dentro. Y entramos.